Domingo 9 de diciembre de 2012
+ Así fueron los
Pactos de Moncloa (I)
+ Acuerdo
paradigmático de reforma
Los que comparan el Pacto por México con los Pactos de la Moncloa de la
transición española ignoran los procesos políticos y los alcances democráticos.
En dos partes, presentó una versión del nacimiento de los Pactos de la Moncloa
en 1977.
I
Luego de arduas negociaciones y en medio de amenazas de ruptura del
precario orden legal, el presidente español Adolfo Suárez logró, en octubre de
1977, la aprobación de los acuerdos de reorganización económica, política,
jurídica y de seguridad para España con la firma de todos los partidos. Esos
documentos son conocidos como los Pactos de la Moncloa. El propio Suárez
resumiría en pocas palabras el alcance, la profundidad y el significado de esos
documentos: “Vamos, una vez conseguida la libertad, a ganar ilusionadamente la
justicia”.
Los Pactos de la Moncloa fueron fundamentales para la consolidación de la
democracia. A 27 años de distancia han asumido un carácter simbólico y
paradigmático para las transiciones democráticas. Sin embargo, su negociación
fue difícil y en momentos estuvo en peligro de naufragar. Pero fueron
necesarios. Su punto de arranque estuvo en la urgencia de un acuerdo para
contener la inflación, cuyo índice anual amenazaba con llegar a 30% anual. Las
presiones del desempleo estaban afectando la estabilidad social y España
necesitaba un nuevo modelo de desarrollo con legitimidad para salir de la
crisis. Pero los acuerdos económicos necesitaron de negociaciones políticas.
Los Pactos de la Moncloa evitaron el fracaso de la transición a la
democracia. El dictador Francisco Franco había muerto en noviembre de 1975 y
ahí había arrancado la posibilidad de que España dejara de ser una dictadura.
De finales de 1975 a finales de 1977 España pasó por etapas que amenazaron con
derivar en otra dictadura. En junio de 1976, Suárez había ganado las primeras
elecciones democráticas desde la guerra civil pero sin obtener la mayoría
absoluta. El PSOE se había desligado de cualquier acuerdo porque aspiraba a la
alternancia y la izquierda comunista, el PCE de los republicanos Dolores
Ibarruri La Pasionaria y Santiago Carrillo, había decidido reconocer la
monarquía, impulsar una democracia representativa sin dictadura del
proletariado y aceptar la europeización de España con la economía social de
mercado.
A la distancia, los Pactos de la Moncloa se revelan como el esfuerzo
plural de las fuerzas de todo el espectro ideológico para encontrarle una
salida a la crisis de gobierno, en la etapa más difícil de la alternancia, y
con la amenaza del regreso violento del viejo régimen. Asimismo, esos acuerdos
también mostraron la posibilidad de encontrar un modelo de desarrollo alejado a
las tentaciones socializantes de la izquierda, las presiones neoliberales de la
derecha y las evasiones del centro. La derecha le concedió fuerza al Estado y
la izquierda cedió en la política de nacionalizaciones. Todas las fuerzas
coincidieron en la urgencia de fortalecer a España para incorporarla a Europa.
Y todas, desde republicanos hasta monárquicos, pasando por socialistas y
comunistas, aceptaron el esquema de una “economía social de mercado”.
Sin los acuerdos de la Moncloa, la crisis de España se hubiera agudizado
por la inflación y el desempleo y éstos hubieran presionado a movilizaciones
callejeras. El franquismo habría ganado la bandera de la imposibilidad de la
democracia. Y los empresarios, desorganizados en el franquismo y con su nueva
cúpula sin dependencias del poder dentro de la transición, habrían pugnado por
imponer una nueva fase del fascismo como la dictadura del gran capital. En
cambio, los Pactos fueron la semilla fundacional del Estado democrático
posfranquista.
II
El escenario previo a los Pactos de la Moncloa no era de los mejores.
Cuenta Adolfo Suárez en su libro Fue posible la concordia que “la oportunidad
del cambio político había llegado en medio de una grave crisis económica
mundial abierta en 1973 y agudizada en 1977”. Para el precario primer gobierno
de la transición, por tanto, “era necesario guardar el equilibrio entre la
presión social, las exigencias del cambio político y la propia responsabilidad
del gobierno”.
En el fondo, Suárez andaba en busca de una nueva política de Estado. Es
decir, el fin del franquismo había liquidado el Estado fascista que surgió de
la guerra civil y de la alianza de Franco con Hitler y Musolini. Se trataba,
pues, de la refundación de un Estado pero en un escenario democrático. Y las
políticas del gobierno debían reflejar los intereses del Estado y la totalidad
de la sociedad, no nada más la del grupo gobernante. Suárez había recibido el
mandato del rey Juan Carlos I de instaurar el régimen de una monarquía
parlamentaria y constitucional.
Las presiones económicas eran graves. La inflación había sido de 17.5% en
1976 y amenazaba con llegar a casi 50% en 1997. El programa económico del
gobierno de Suárez aprobó un severo ajuste con duras repercusiones sociales.
Como parte del mismo proceso de democratización, las movilizaciones obreras
estaban combatiendo la política monetaria de disminuir la inflación por el lado
de la demanda. Las dos principales formaciones obreras venían de un papel heroico
en la resistencia en el franquismo: Comisiones Obreras estaba controlado por el
Partido Comunista Español y la Unión General de Trabajadores pertenecía al
Partido Socialista Obrero Español. Como para complicar más el escenario, los
patrones habían formado su primera cúpula sin dependencia del gobierno o del
Estado: la Confederación Española de Organizaciones Empresariales.
Por tanto, el margen de maniobra del presidente Suárez era más que
estrecho. Cualquier política económica de ajuste con sacrificio social tendría
que ser acordada con partidos, sindicatos y grupos empresariales. En lo
económico, el gobierno había definido sus tres prioridades, de acuerdo con el
recuento de Charles Powell en España en democracia, 1975-2000: luchar contra la
inflación, aumentar la creación de empleos y reducir el desequilibrio en el
comercio exterior. Lo primero exigía contener los salarios, lo segundo obligaba
a convocar a los empresarios y la tercera implicaba una política económica
coherente con un modelo de desarrollo de apertura hacia Europa.
Si todos estaban a favor de una política de acuerdos, en el fondo algunos
tenían sus intereses particulares. El punto más interesante de la alternancia,
la transición y los Pactos de la Moncloa se localizó en la izquierda, dividida
entre el PCE y el PSOE. Los Pactos fueron estimulados y defendidos
apasionadamente por el PCE, la izquierda comunista, en tanto que el PSOE no
participó activamente. Al final, la izquierda se jugaba la posibilidad de ser
opción de gobierno. Los Pactos iban, en el análisis del PSOE, a fortalecer al
gobierno de Adolfo Suárez y a su naciente Unión de Centro Democrático. La
izquierda del PSOE, dirigida por Felipe González, le apostó al fracaso de los
acuerdos, a su deslindamiento con el PCE y a presentarse como opción en la
crisis.
Cuenta Santiago Carrillo en su libro Memoria de la transición que tuvo
que lidiar mucho para imponer el criterio de que los Pactos de la Moncloa iban
a estabilizar a España para crear un mejor ambiente político, que le permitiera
a la izquierda ser opción de gobierno. Para Carrillo “los Pactos de la Moncloa
son el acuerdo progresista más serio que se ha realizado en nuestro país desde
los años 30 entre fuerzas obreras y burguesas. Pocos se han parado a ver que en
ellos se sientan las bases de la sociedad civil, de derecho, democrática”. Lo
curioso es que para Carrillo el PSOE quería pasar como de izquierda, lo que era
un programa socialdemócrata.
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