Lunes 6 de mayo de 2013
+ Obama
ansiaba calorcito mexicano
+ Demasiado
tarde, demasiado poco
Agobiado por la avalancha de problemas de la coyuntura con mucho mayor efecto mediático, el discurso del
presidente Barack Obama a jóvenes en el Museo de Antropología pudo ser
un punto de quiebre en las relaciones bilaterales.
Y a pesar del
tono elogioso y el conocimiento histórico de México que mostró el presidente de
los Estados Unidos, los más sorprendidos con el mensaje no fueron los
jóvenes mexicanos agobiados por el pesimismo sino la comunidad de los servicios
diplomáticos, de inteligencia, militar, de seguridad nacional y geoestrategia
que domina la política exterior de la Casa Blanca.
Porque Obama
vino a decirle a México que “somos dos socios en igualdad de
circunstancias”, que los dos “creemos ( de hacer) más cosas juntos” y que los
EU son “su mejor amigo” de México, pero en medio del bombardeo del Departamento
de Estado de presiones sobre México por la violencia criminal, el acoso de la anterior secretaria de Estado Hillary Clinton al viejo estilo
imperialista y el estreno del nuevo secretario de Estado con la
referencia a México y América latina como su “patio trasero”.
Si a la clase
política dirigente mexicana no gusto la carga de elogios de Obama al ex
presidente Calderón y al presidente Peña Nieto, a la clase política dirigente
de los EU gustó menos que el presidente de los EU viniera a México a aceptar que la “causa básica de mucha de la violencia aquí, y de tanto sufrimiento para tantos mexicanos, es la demanda de drogas ilegales, incluyendo en los
Estados Unidos”.
Y muchos ceños
se fruncieron en la comunidad de seguridad nacional de Washington cuando Obama
afirmó, ante jóvenes mexicanos, que existen “actitudes en ambos países” que
“están aferradas a los viejos estereotipos”, como los estadunidenses que
“sólo visualizan a México citado en titulares sensacionalistas de violencia y de gente que cruza la frontera”. En su discurso a favor de una reforma para
mayor control de armas, luego de afirmar que respetará la enmienda
constitucional que permite la posesión particular de todo tipo de armamento,
Obama también provocó molestias en los EU cuando dijo en México que “reconocemos que la mayoría de las armas que se usan para cometer la violencia aquí
en México provienen de los Estados Unidos”.
En este
contexto, el viaje de Obama a México pareció incomprensible para la
lógica del poder en los EU porque vino a apoyar a México en momentos que la
comunidad de seguridad nacional de Washington quiere reproducir el
ambiente de 1984 cuando el presidente Reagan y el director de la CIA, William
Casey, quisieron mostrar un México al borde del caos. De todos modos,
Obama demostró la existencia de una doble percepción estadunidense sobre
México: la del afroamericano distante de comportamientos imperialistas y la de
una comunidad geopolítica que lamentablemente es la que toma las
decisiones de poder sobre México y la que impone su enfoque.
Más que una
esquizofrenia política, Obama evidenció, al margen de sus elogios a México, su
presidencia prácticamente derrotada a cien días de su segundo mandato.
Sus propuestas progresistas o diferentes a los enfoques tradicionalistas han
sido derrotadas en el Congreso pero también perdieron posibilidades por
los comportamientos autoritarios y mediáticos del propio presidente de los EU.
Las últimas
encuestas más importantes en los EU sitúan la aprobación de Obama debajo del 50% y no existen indicios de poderse recuperar. Ante reformas de gran
calado --migración, armas, presupuesto, sobre todo--, Obama no ha sabido
operar con el su Congreso y ha sido descuidado en una negociación a
fondo de propuestas que no sólo modifican estructuras de poder sino que
intentan cambiar parte de la esencia estadunidense. Más que negociar,
Obama ha querido doblegar al Congreso con escenas mediáticas que no
ayudan a convencer y que en realidad polarizan los precarios equilibrios
sociales. Y ante el desafío de profundizar explicaciones, Obama ha actuado con
comportamientos autoritarios que han chocado con las sólidas paredes del
sistema político estadunidense.
Si
la estrategia de Obama fue visitar México para lograr algunos efectos dentro de los EU, los resultados fueron un fracaso: las posiciones políticas y
legislativas en los tres puntos fundamentales de su agenda no se movieron ni un
milímetro porque en realidad México no provoca efectos de decisión en el
Congreso. Peor aún, el reconocimiento al problema de las armas y a la
existencia del problema de las drogas por la demanda en los EU va a
tener efectos contrarios a los esperados.
El problema de
Obama radica en el hecho de que la crisis de los EU del 2008 se convirtió en un
factor de colapso de la estructura de poder, de gobierno y de
capitalismo de los EU. Y si bien Obama ha aparecido a veces con reformas que
pudieran ir a la estructura de los problemas, el costo político sería demasiado
alto: la reorganización del poder a favor de enfoques más liberales y
progresistas pero en una nación de mayoría absolutamente conservadora e
imperial. Por ejemplo, los bombazos terroristas de Boston regresaron a
los EU a decisiones de endurecimiento que reactivaron a los sectores que
sostuvieron a George W. Bush durante dos periodos y que no pudieron extenderse
porque el candidato republicano John McCain fue derrotado por el efecto Obama: el cargo de conciencia de una sociedad hoy arrepentida de la esclavitud.
El
problema de Obama radica en la real politik de una
nación que forjó su fuerza y dominación en el ejercicio imperialista de poder y
que no puede consolidar un discurso que implicaría negar toda su
existencia hegemónica. El perfil político de Obama en México fue el de un
político estadunidense abatido en su país, sin capacidad de decisión,
acorralado por el Congreso, con ideas contrarias a la esencia del american
way of life y obligado por las circunstancias a reconocer que lidera
un imperio que no puede ser nación.
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