Domingo 30 de marzo de 2014
+ El petróleo y el
(supuesto) cardenismo II/IV
La decisión de la candidatura de 1988 no se iba a dar en función de grupos
o personas sino de proyectos, un hecho político no muy novedoso en el sistema
político priísta aunque enmohecido por el juego en las élites. Cuauhtémoc
Cárdenas se dio cuenta del hecho --y también el disidente Heberto Castillo,
entonces líder del Partido Mexicano de los Trabajadores-- de la continuidad del
proyecto económico. La crisis devaluatoria de 1976, el colapso devaluatorio de
1982 y la expropiación de la banca privada en 1982 habían asentado en el país
un conflicto entre dos proyectos de nación, resumidos por Carlos Tello y
Rolando Cordera como el proyecto nacionalista y el proyecto neoliberal, el
primero encabezado por los trabajadores y aliados y el segundo por las élites
financieras educadas en los Estados Unidos. La disputa por la nación se resolvió
en 1981 con la designación de De la Madrid como candidato presidencial, a
partir del Plan Global de Desarrollo 1980-1982 y encontraría continuidad con la
nominación de Salinas de Gortari como candidato presidencial para el periodo
1988-1994.
El proyecto cardenista, existente pero siempre negado, se reducía a la
lista de reformas cardenistas que modificaron la Constitución: el reparto de
tierras, el ejido, el petróleo expropiado para el desarrollo, el papel del
Estado como garante de los acuerdos productivos entre los factores de la
producción, el apoyo a las luchas obreras en sus confrontaciones con los
empresarios, el papel activo del derecho de huelga, el apoyo total a la
producción agraria, el nacionalismo como ideología, el apoyo a las luchas internacionales
por la democracia y contra las dictaduras, entre los puntos más importantes.
Sin proyecto cardenista real o programático, Cuauhtémoc Cárdenas provocó
fisuras en el PRI en 1987 y 1988, aunque jugó mal su estrategia y se vio
obligado a salirse del PRI esperando que el partido oficial se desfondara; sin
embargo, sólo una pequeña élite lo siguió. Del discurso de Cuauhtémoc de 1985
en Michoacán sobre la Revolución Mexicana al discurso de su candidatura
presidencial del Frente Democrático Nacional hubo sólo la figura de Cuauhtémoc
y no el lanzamiento de un proyecto nacional cardenista; peor aún, Cuauhtémoc
redujo su bandera de campaña a la democratización de los procesos electorales y
a la propuesta de una oferta populista de gobierno, siguiendo los cánones del
estilo personal de hacer política de su padre el general. Así, la primera
derrota de Cárdenas fuera del PRI fue doble: un fraude electoral y un proyecto
neoliberal de desarrollo que implicaría la privatización del ejido y el fin de
la política agrarista de Lázaro Cárdenas.
Ante la derrota electoral, Cuauhtémoc Cárdenas presionó con
manifestaciones callejeras pero evitó la ruptura institucional. En el grupo
salinista hubo preocupación por las manifestaciones, pero con el dato poco
conocido de que sólo una protesta de más de dos millones de personas obligaría
a la anulación de elecciones; y en los hechos, las manifestaciones eran de
menos de doscientas mil personas. A ello se agregó la decisión estratégica de
Cárdenas de evitar la violencia y la provocación y de buscar las vías
pacíficas.
La salida política a las elecciones de 1988 fue la fundación de un
partido político. El PRD nació de un doble venero: el viejo Partido Comunista
Mexicano de la hoz y el martillo, y la Corriente Democrática del PRI de Cárdenas
con el simbolismo del apellido. Los comunistas le cedieron al PRD el registro y
el control ideológico del partido al bajar las banderas del marxismo-leninismo;
en la coyuntura estaba ya visto el final del modelo soviético. Así, el PRD
buscaría ser otro tipo de partido, más parecido al viejo PRI y menos al modelo
de los partidos comunistas apuntalados por la Unión Soviética. El nuevo partido
mexicano buscaría enfrentar el modelo neoliberal de De la Madrid-Salinas de
Gortari. La idea fue audaz, aunque nunca se llevó a la práctica: Cárdenas creó
al PRD y lo dirigió tres años (1989-1993) sin consolidar una propuesta de
proyecto de nación, a pesar de que fueron los años clave de entronización del
proyecto salinista de nación y de las grandes reformas; y en lugar de las
masas, el PRD nació con una estructura corporativa de corrientes,
posteriormente calificadas como tribus.
Cárdenas fue un buen líder del PRD hacia su interior, pero un deficiente
presidente del partido hacia los sectores progresistas del país. Nacido del
ambiente festivo de conquista democrática de 1988 cuando la coalición
cardenista tuvo, en la contabilidad oficial, un 30% de los votos --la cifra más
alta alcanzada por alguna oposición en la historia electoral del régimen de la
Revolución Mexicana--, pero el PRD perdió su capacidad de organización
político-electoral: en las elecciones legislativas federales de 1991, con
Cárdenas como presidente del partido, el PRD fue aplastado por el PRI y
despojado de sus espacios de avance: en elecciones de diputados, el PRD pasó
del 20% logrado en la coalición de 1988 a sólo 8% como PRD en 1991 y sólo 16%
en 1994. El PRI salinista, en cambio, pasó de 49% en 1988 a 58.6% en 1991. La
elección de 1991 se dio después de las primeras reformas salinistas. El dato
lleva a un hecho: el PRD no supo convertir en activismo político la oposición a
las reformas salinistas. Y lo peor fue que el PRD venía de la herencia
ideológica del PCM pero Cárdenas no supo dotar al nuevo partido de un programa
ideológico que ganara adeptos y votos.
En marzo de 1992, cuando el PRD estaba bajo la presidencia de Cárdenas,
Salinas de Gortari anunció el fin del ciclo histórico de la Revolución Mexicana
en el PRI y la incorporación a los documentos priístas del concepto del
juarista “liberalismo social” pero nunca logró cohesionarlo como ideología. Ese
salto cualitativo en el PRI no causó estragos entre los priístas que ya habían
descontado el cambio de ideología y se ajustaron a las nuevas reglas políticas
para seguir teniendo espacios en cargos públicos. La ley del 6 de enero de 1992
privatizó el ejido y el PRD se perdió en la ausencia de un discurso ideológico
que pudiera movilizar a los campesinos que aún vivían en sus casas con imágenes
del general Cárdenas. A la distancia se percibe que Cárdenas desaprovechó la
crisis de la ideología revolucionaria del PRI de 1992. En las elecciones de
1994, aún inclusive con el temor al alzamiento del EZLN, Cárdenas y el PRD se
desplomaron electoralmente al tercer sitio: 16.6% de los votos, contra el 30%
de 1988, en tanto que el PRI que había sido sacudido con una severa crisis
política y un alzamiento guerrillero ganó las elecciones con el 48.7% de los
votos. La apreciación no sale sobrando: Cárdenas y el PRD no supieron
capitalizar la reforma neoliberal de Salinas de Gortari.
En el largo periodo de diez años, de 1989 a 1999, el PRD tuvo su
dirección política en las tres figuras dominantes del grupo priísta-cardenista
que irrumpió en 1988: Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López
Obrador y en ese espacio de tiempo político se consolidó la liquidación del
proyecto político simbólico de la Revolución Mexicana, no sólo sin que el PRD
significara alguna oposición real a esas reformas sino --peor aún-- sin que el
PRD asumiera el liderazgo político para defender a la Revolución Mexicana.
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