Domingo 24 de agosto de 2014
+ Reformas:
la quinta modernización
Al margen de las pasiones de los que no ganaron y en la lógica de que las
reformas energéticas se promulgaron legalmente, el debate debe ser ahora el de
sus objetivos concretos. Y ahí hay uno que estuvo merodeando en el
trasfondo de los discursos del debate pero que no pudo aterrizarse: el nuevo modelo de desarrollo.
Por sí mismas, las reformas tendrían el escenario de las reformas
salinistas: sin una conducción ni regulación del Estado, beneficiarán a los más fuertes. Y hablar del Estado es referirse al gobierno, a las instituciones, al
Congreso con tareas adicionales pendientes, a los partidos y a la
sociedad misma.
Pero todo indica que la oposición gastará un año en promover una
consulta que quién sabe si se hará, que quién sabe si tendrá efectos legales y
que quién sabe si logrará consenso nacional, en lugar de abrir el debate
sobre regulaciones y sobre objetivos de desarrollo.
Las reformas se localizan en lo que podría llamarse la quinta modernización nacional:
1.- La primera corrió de 1856 a 1872 y abarcó la modernización de los
liberales y las leyes de Reforma como fundadoras del capitalismo, junto
a una ordenación del poder político estatal y de la configuración del
Estado-nación. El gobierno asumió el poder pero no logró consolidar al Estado.
2.- La segunda fue la porfirista de 1892 a 1911. Como proyecto se asumió
con la incorporación de José Ives Limantour y su grupo de Científicos al
gobierno de Díaz. De acuerdo a testimonios históricos recogidos por Carlos Díaz
Duffó, Díaz tenía la intención de dejar a Limantour como presidente pero
éste se negó. La modernización abarcó inversión extranjera y activación de
minas y ferrocarriles. Como parte de la modernización, Díaz institucionalizó la dictadura a las exigencias constitucionales y se reeligió cumpliendo requisitos, aunque aplastando a la oposición.
3.- La tercera modernización tuvo dos etapas del mismo venero:
1917-1940 como fundación de la estructura económica del Estado y 1946-1982 con
dos modelos económicos: el estabilizador y el compartido, con el eje dominante
del modelo de sustitución de importaciones con economía cerrada al
exterior.
4.- La cuarta modernización 1983-2013 fue la de la globalización y
privatización de la economía pública, pero sin mecanismos de activación
económica y menos de distribución de la riqueza. El Estado abandonó la
rectoría. Y la economía se dejó a las aportaciones de las exportaciones,
aunque sin modificar los sistemas productivos nacionales.
Con las reformas educativa, de telecomunicaciones, financiera, energética
y la que viene del campo se estaría llegando a una quinta modernización.
Sólo que a medias: las reformas efectivamente han modificado las
estructuras productivas, de poder político y de distribución, pero con la ausencia notable de un modelo de desarrollo diseñado, vigilado y administrado por el
Estado.
Salinas privatizó el ejido pero careció de un proyecto de
reordenación del sistema productivo agropecuario; hoy, por ejemplo, las fresas
de consumo diario vienen de los Estados Unidos. La apertura comercial reventó a la planta industrial mexicana y el país fue víctima de un proceso de desindustrialización.
Y la reforma salinista no tuvo un mecanismo de administración de la
riqueza, lo que provocó lo que puede llamare el efecto Slim:
enriquecimiento de pocos, contra el aumento de la pobreza.
El saldo de la modernización salinista se puede resumir en tres indicadores:
1.- El 50% de mexicanos en situación de pobreza.
2.- Una tasa de desempleo-subempleo de 15% con un 60% de
economía informal.
3.- La desnacionalización productiva: un alto grado de importación
de casi todos los bienes y servicios, con penetración de inversión
extranjera.
Las reformas del presidente Peña Nieto no se van a analizar por sus
alcances sino por sus resultados. Y ahí sólo habrá tres rubros
importantes:
1.- PIB mayor a la tasa promedio anual de 2.7% del periodo
1982-2013 y como referencia el 6% del periodo 1952-1982.
2.- Empleo en el sector formal. Atención cuando menos al 1.2 millones de
mexicanos que se incorporan anualmente por primera vez al trabajo, para
lo cual se necesita de un PIB de 6.5%.
3.- Fortalecimiento de una planta industrial, agropecuaria, financiera y
de servicios de carácter nacional, con el apoyo del Estado, para evitar
el dominio de la inversión extranjera que promueva la exportación de riqueza
vía utilidades.
4.- La configuración de un severo Estado regulador que someta a
los inversionistas extranjeros al cumplimiento de leyes nacionales, a fin de
ganarse las tasas de utilidades.
Luego del fracaso de la modernización salinista --no podía haber
modernización con la mitad de mexicanos en situaciones de pobreza--, la reforma
necesaria hubo de ser audaz. Pero no deben desdeñarse muchas de las
advertencias que hicieron legisladores del PRD en las dos cámaras sobre los
riesgos de una reforma sin un agente regulador superior. Porque el
riesgo es que haya inversionistas extranjeros enriquecidos y una economía
mexicana empobrecida.
El gran riesgo que existe sin un Estado regulador sería la
multiplicación de los poderes fácticos, con fuerza para eludir las leyes y
sobreexplotar la riqueza y a los trabajadores. Al final, las reformas habrán de
juzgarse por los resultados y éstos sólo tendrán importancia si han
contribuido a cambiar la estructura riqueza-pobreza actual de México.
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