Pablo Dalmases, escritor hisparaui

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Miquel Escudero

Sin dejar nunca de ser periodista, Pablo Ignacio de Dalmases se doctoró en Historia y se hizo el gran especialista del África española que es hoy, en lo que se refiere a literatura, geografía e historia. Es autor de unos cuantos libros esclarecedores sobre la realidad del llamado Sáhara español, donde fue director de RNE y de TVE, así como del diario La Realidad (con textos bilingües, en español y hassanía), publicado en El Aaiun (nombre que significa los manantiales en la lengua particular de los saharauis). Ahora ha dado el paso de escribir narrativa sin dejar de ser historiador, unos relatos coherentes con el pasado y el presente; como él dice: “las cosas son como son y no como nos gustaría que hubieran sido”. La literatura permite enfocar la realidad personal que se escapa a los sucesos, siempre imperiosos con sus estallidos y ajenos a sus orígenes escondidos. Dalmases acaba de publicar ‘Cuentos y leyendas del Sáhara Occidental’ (Almuzara), donde ha distinguido cuatro categorías: cuentos del País Bidán, relatos del tiempo colonial, fabulaciones surrealistas y la contemporaneidad imaginada.

La cultura bidaní está formada por un mestizaje de bereberes y árabes, su nombre significa ‘de los blancos’ y se contrapone al del Sudán, ‘de los negros’. Dalmases, que hace gala de un amplio vocabulario con neologismos procedentes del hassanía, no idealiza a los indígenas ni a sus costumbres; ancladas en cunas y clases, amparan la esclavitud por ley divina: unos hombres están llamados a ser libres y otros a ser sus siervos. Pero él siente el irifi, ese viento huracanado caliente que “introduce el polvo en los más recónditos rincones y paraliza durante unas horas, o unos días, la vida de la gente”. Evoca los azgarit, o gorgoritos que hacen las mujeres para manifestar su alegría, y a los guayetes, apelativo cariñoso que empleaban los españoles para denominar a los niños saharauis, o a los fogueiris, adolescentes que ya tiene edad para cumplir el Ramadán. Sin olvidar a los nasarani, infieles indignos de disfrutar de los favores de una mujer creyente.

El autor tiene un estrecho vínculo de amor y conocimiento de la cotidianidad y aspiraciones del mundo bidaní. Se impone con fuerza la presencia del desierto, que “es tornadizo y caprichoso y guarda sorpresas impensadas e incluso indeseadas, que pueden ser una plaga de langostas o acaso un vendaval”. Pero también la huella de Francisco Bens, el coronel cubano del Ejército español que fue gobernador del Río del Oro, aquí retratado como un comandante que “se peló el culo nomadeando a lomos de camello y acompañado exclusivamente de tropa nativa, con la que siempre se entendió de maravilla y, como quien no quiere la cosa, acabó hablando el hassanía como sus soldados, de los que sabía no sólo su nombre, sino los de toda su familia. Llegó a conocer el desierto como la palma de su mano”, siempre respetuoso con la cortesía ceremonial saharaui. Un ejemplo de mundo intercultural, donde las identidades se solapan con libertad en cada individuo: se incorporan con gusto algunas características y hábitos de otras gentes, como se desestiman otros. Así se explica también la aparición de los hisparauis, intersección de hispanos y saharauis, causa de dilemas de lealtad, recogidos en algunas de estas narraciones. “La sociedad saharaui es como un libro abierto, en el que todos se conocen y los mayores incluso recuerdan la genealogía de cada cual”.

Hay dos relatos con intensa carga erótica, Juegos de fogueiris y El esclavo negro que bailaba desnudo, donde aparecen un general con un hijo homosexual (un asunto tabú tanto para la sociedad nativa, como para la época franquista) que le lleva a reflexionar sobre su pasado, y unas sorprendentes señoritas de alterne en un cabaré con suelo de cemento y pinta de garaje.

Recuerda Dalmases con dolor y rabia el 28 de febrero de 1976, cuando España se desentendió del Sáhara y, con descomunal desbarajuste, abandonó a los saharauis a la voracidad de sus vecinos; así seguimos.

El callado sentido del deber y la fidelidad alcanzan una particular belleza en el relato El tesoro de Pepito, acaso el que más me haya impresionado. En la retirada, nadie que fuera español recordaba dónde se habían dejado los libros de la extraordinaria biblioteca que había reunido Ma el Ainin (mítico santón de Smara), ni les interesaba ni le daban valor. Debía ser conservada como patrimonio saharaui y quedar a salvo de los marroquíes.

Con estos relatos, Pablo Dalmases, un tipo hondamente español y saharaui de adopción, contribuye a restablecer una entrañable dimensión africana en nuestro acervo personal. Pero también nos abre nuevas oportunidades para limpiar la mala conciencia nacional por el abandono que hizo nuestro país y su continua y lamentable desidia.

Profesor y escritor

Publicado originalmente en elimparcial.es