Razón y trabajo en Van Gogh

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Miquel Escudero

Fue el segundo hijo de sus padres y le llamaron Vincent, igual que al primero, muerto nada más nacer, un año antes. Vivió 37 años y su carrera como artista duró diez años. En su obra se contabilizan más de dos mil cien dibujos, pinturas y grabados. Siempre se empeñó en encontrar y plasmar la melodía y el tono de lo que le rodeaba.

Nació en 1853 al sur de los Países Bajos y fue dando tumbos por la vida sin establecerse, si bien confesó que de ningún modo quería ser “un hijo del que avergonzarse”. Intentó hacerse pastor protestante como era su padre, ser catequista de niños y predicador laico, a pesar de su notoria falta de talento oratorio. Ansió ser un educador de los sencillos de corazón y un misionero de pobres. Su modelo a seguir estaba en el Kempis, el libro del siglo XV La imitación de Cristo: “En ti, oh Dios, está todo lo que quiero y puedo desear”.

Con una energía desbordada, afligió de forma frenética su cuerpo durante años, vivió al límite de sus posibilidades físicas y emotivas de modo autodestructivo. Mal alimentado y mal vestido hasta ir sucio, padeció gonorrea, sífilis e incontables crisis nerviosas. Era muy trabajador y especialmente sensible al dolor ajeno; era capaz de sentir remordimiento, pero con escasa perseverancia. Era un tipo compulsivo e irascible. Gentes de las aldeas donde pasó temporadas señalaron su carácter huidizo, parecía que siempre estuviera huyendo y no se atreviera a mirar a nadie de cara. En alguna ocasión afirmó que no podía concentrarse a la vez en el color y en el tono: “No se puede estar en el polo y en el ecuador al mismo tiempo”.

El pintor británico Julian Bell ha escrito la excelente biografía ‘Van Gogh’ (Elba), donde destaca y contrasta su doble condición de pintor extraordinariamente emotivo y de escritor de cartas de una elocuencia inusual y desgarradora.

Son célebres las cartas que se cruzó con su hermano Theo, cuatro años menor que él y que de muy joven se hizo un hueco en el mercado del arte, llegando a ser gerente de una importante empresa parisina. Theo fue siempre protector de su hermano mayor, era un hombre bueno, modesto y conciliador. Tuvo tormentosos romances con mujeres jóvenes de escasos recursos y también padeció sífilis. Muy frágil de salud, Theo murió medio año después que Vincent. Su viuda Johanna fue decisiva en que el legado de la obra de su cuñado llegara a nosotros y en su proyección posterior. Las relaciones entre ambos hermanos tuvieron vaivenes y serias tensiones. En 1887, a los dos años de morir su padre, Theo se lamentó de que Vincent ya no fuera su mejor amigo, “pues no pierde oportunidad para mostrar que me desprecia y le repugno (…) Parecería que conviven dos seres distintos en él: uno maravillosamente dotado, bueno y delicado; el otro egoísta y despiadado”.

Van Gogh se entregaba al paisaje y se disolvía en él. Como dice Bell, igual se podía convertir en una rata que corre que en un pájaro que anida. Siempre pendiente de seres anómalos y solitarios, encaraba la lucha por la vida de una forma ardua, valiente, impetuosa. Su trabajo iba unido al afán de obtener una imagen compacta y reflejar su idea en una superficie pictórica palpable e inmediata en cada uno de sus puntos. Y equiparaba la luz con la masa; así, unos campesinos que eran masa, eran tierra y el ciclo natural de la vida en forma humana.

Hacía sólo tres años que había comenzado a pintar cuando expresó en una carta su sentimiento de ser rechazado en casa, y se equiparaba a un perro grande y peludo: “Entrará en la habitación con las patas mojadas y, además, es tan peludo. Se meterá entre las piernas de todos. Y ladra tan fuerte. En resumen: es un animal sucio”.

Otros tres años después, escribía que no se consideraba “un aventurero por elección, sino por destino y en ninguna otra parte me he sentido más extranjero que con mi familia y en mi país”. Con sólo 34 años de edad decía, también por carta, que se estaba “convirtiendo en un viejecito a marchas forzadas, ya sabes, con arrugas, con una barba hirsuta, con varios dientes postizos, etc. Pero ¿qué importa eso? Tengo un trabajo sucio y difícil, pintar, y si no fuese como soy no pintaría, pero siendo como soy suelo trabajar con placer”.

Dijo que había aprendido a sufrir sin quejarse, y a considerar el dolor sin repugnancia, sabiendo que uno se expone un poco al vértigo. Un año antes de morir, exclamaría torturado: “A veces me reprocho muchas cosas del pasado, siendo yo el culpable de mi enfermedad, y en cualquier caso dudo encontrar el modo de reparar mis faltas”.

Y el mismo año en que se disparó y acabó con su vida, con una larga agonía de treinta horas, anotó: “Arriesgo mi vida por mi propio trabajo y parte de mi razón se ha hundido con él”. Un rayo de lucidez que produce pena por su persona extraviada.

Profesor y escritor

Publicado originalmente en elimparcial.es