El Día de la Toma de Granada

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Ricardo Ruiz de la Serna

La toma de Granada el 2 de enero de 1492 puso fin a la Reconquista. Desde aquel año, la caída de la ciudad se celebra mediante una ceremonia que la pandemia ha reducido. La conmemoración de la victoria de los reinos cristianos sobre el último reino islámico de la Península evoca un hito en la historia de España y del resto de Europa. En efecto, el triunfo de los Reyes Católicos resonó en todo el continente. El Papa Inocencio VIII visitó la iglesia romana de Santiago de los Españoles y presidió una misa de acción de gracias. Hasta el rey Enrique VIII de Inglaterra celebró el triunfo sobre los nazaríes. Conviene recordar que, en 1453, los otomanos habían tomado Constantinopla después de extender su imperio por y los Balcanes. Las advertencias de Segismundo de Luxemburgo, rey de Hungría y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico no habían logrado aunar a todos los reinos europeos en un frente común para afrontar la amenaza islámica. Isabel y Fernando habían conjurado ese peligro en el extremo occidental del Mediterráneo.

Desde hace algunos años, la celebración de la Toma de Granada viene sufriendo los ataques de ciertos sectores de la izquierda. Al igual que sucede con otras efemérides y festividades -estoy pensando, por ejemplo, en el Día de la Hispanidad- se afirma que “no hay nada que celebrar” y se difunden mensajes con etiquetas como “No a la Toma”. Ya se pueden ustedes imaginar el tono del discurso así que tampoco es necesario darle más publicidad.

Tratemos, en cambio, de comprender sus raíces. Por supuesto, una de ellas es el nacionalismo andaluz que, desde Blas Infante, pretende fundamentar la identidad andaluza en oposición a la victoria militar sobre los reinos islámicos. Sin embargo, hay otros dos aspectos que me parecen interesantes.

En primer lugar, la idea comunista y la práctica soviética de sustituir las tradiciones de siglos por otras nuevas y laicas. En su extraordinario libro “El siglo soviético. Arqueología de un mundo perdido” (Galaxia Gutenberg, 2021), Karl Schlögel recuerda cómo “el Partido y poder del Estado tenían que enfrentarse al núcleo de toda comunidad o sociedad, la familia […]. Tenían que actuar contra ritos religiosos de acogida e iniciación en las comunidades de fieles como el bautismo o la circuncisión”. Se trataba, en fin, de construir una nueva cultura en eso que se dio en llamar el “experimento soviético”. Las comunidades naturales e históricas como la familia o la nación eran un obstáculo y había que reemplazarlas. De ahí el esfuerzo que los partidos comunistas de todo el mundo desplegaron para abolir las celebraciones tradicionales.

Sin embargo, ni siquiera Stalin pudo renunciar por completo a la conmemoración de las victorias de la vieja Rusia. Cuando el III Reich y sus aliados invadieron la URSS en junio de 1941, recurrió a las victorias de Alexander Nevski, el vencedor de los caballeros teutónicos, y Kutuzov, que derrotó a Napoleón. Al final, la defensa de la patria seguía siendo más poderosa que la defensa de la revolución cuando se trataba de ordenar a millones de hombres y mujeres que luchasen a muerte contra los invasores.

A las raíces nacionalista andaluza y comunista soviética hay que sumar la impronta “woke” que viene del Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, los dos instrumentos de influencia al servicio del castrismo, el chavismo y el madurismo. La retórica de las “luchas anticoloniales” encontró un precedente en el “genocidio” y la “resistencia” islámica frente a los Reyes Católicos. Huelga decir que toda retórica es disparatada, pero también resulta efectiva para reescribir la historia y situarla en un marco de “luchas anticoloniales”, “antiimperialismo” y “derechos humanos”. Hay algo de la Doctrina Zhdanov por ahí escondido, pero no nos distraigamos ahora con eso. Baste indicar que, al igual que sucede con otros acontecimientos y personajes, la Toma de Granada debe ser “cancelada” (permítanme la expresión de la jerga “woke”).

Con estas claves, tal vez se pueda desentrañar el origen del mensaje que una formación política de la izquierda andaluza difundía a través de las redes sociales: “Ninguna cultura ni Pueblo celebran su derrota. No celebramos la #TomaDeGranada, no queremos exaltación fascista, no queremos odio, queremos reivindicar la determinación y la fuerza de una mujer fuerte y valiente. Queremos celebrar el día de Mariana Pineda. #NoALaToma #SíaMariana”.

Frente a estos intentos de deslegitimación y “cancelación”, sólo se puede responder afirmando la tradición. No se trata de un debate -estos señores no quieren debatir nada- sino del intento de estigmatizar la propia idea de España como producto del “odio” y de la “derrota” del pueblo andaluz. De nuevo, sobra decir que todo ese discurso rebosa de mentiras, pero esto no merma su capacidad de socavar la convivencia ni de ahondar la división social que esta izquierda necesita.

Por eso, hay que celebrar la Toma de Granada con mayor entusiasmo y más festejos. Deben durar más y, tan pronto como se pueda, ser más espectaculares y multitudinarios. Si silban el himno nacional, hay que ponerlo más alto y más tiempo. Más veces si es necesario. Si ultrajan las banderas, será preciso desplegar más y de mayor tamaño. No se puede permitir que reescriban la historia de España ni que tergiversen el sentido de una victoria que se celebró por toda Europa.

Analista político

Publicado originalmente en elimparcial.es