Urge repensar el servicio público

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Los cambios en el gabinete del ejecutivo realizados en los últimos días abrieron una discusión que, aunque ociosa y cargada de sesgos morales, debería servirnos para pensar qué tipo de administración pública deberíamos construir una vez terminado este sexenio: el nivel educativo del nuevo director de Fonatur, Javier May Rodríguez, que solamente terminó la preparatoria.

Dejemos a un lado el hecho indiscutible que las decisiones sobre el Tren Maya no se tomarán ni en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes ni en Fonatur, sino en Palacio Nacional y en buena parte la Sedena; por lo que quizás es irrelevante cuál será el nivel educativo de los distintos enroques. ¿No estamos enfocando el debate desde una perspectiva sesgada y, quizás, hipócrita?

Sexenio tras sexenio hemos visto cómo han desfilado funcionarios en altos cargos sin tener la formación profesional para el mismo, o incluso sin preparación alguna adecuada, desde autoras de libros de autoayuda, a secretarios que llegan a su cargo para decir que vienen “a aprender”. Además, los compadrazgos, amistades y querencias y demás “recomendaciones” siempre han engrosado las filas del sector públicos. Si lo vemos de esta forma, mostramos muy poca honestidad si atacamos a un partido y somos indulgentes con otros. ¿Cómo deberíamos enfocar este problema?

Para empezar, y salvo contadas excepciones para secretarías o ministerios altamente especializados, los altos cargos de la administración pública se consideran en todo el mundo como cargos políticos, asignados para personas leales al ejecutivo. Esto se observa especialmente en sistemas parlamentarios, donde los ministerios son ocupados por el círculo inmediato de quien tiene la titularidad del gobierno. De hecho, el principal incentivo de quienes integran los parlamentos es acceder a estos cargos.

Entonces, ¿por qué parecen funcionar otras democracias mejor que la nuestra? Porque hay estructuras burocráticas profesionales, que deben su lealtad al Estado que al gobierno en turno. Esto implica sistemas de reclutamiento, formación y promoción claros hasta ciertos niveles. Claro, siempre hay que revisar los mecanismos, pero es indispensable pensar en este tema.

¿Qué ha pasado en México? Aunque se diseñó e instrumentó un servicio civil profesional durante el sexenio de Vicente Fox, no fue plenamente operativo. Por si fuera poco, la ausencia de mecanismos de rendición de cuentas para los mandos superiores hizo que arraigase la idea de una “burocracia de oro”, que López Obrador explotó hábilmente durante su campaña de 2018.

Esto nos lleva al problema de origen: puede haber altos mandos que solo tengan preparatoria, pero el viejo modelo se encuentra tan desacreditado que basta con que el presidente repita constantemente que se necesita un 10% de preparación y un 90% de honestidad, para ser creíble para sus seguidores.

Lo mejor para el presidente: la oposición repite con sorna ese mensaje, haciendo que arraigue todavía más. Y en su incapacidad para hacer un ejercicio básico de autocrítica, los liderazgos opositores solamente refuerzan los prejuicios que lleva años implantando el presidente.

Si deseamos salir de ésta, necesitamos comenzar a imaginar cómo será la función pública después de este sexenio. Esto debe iniciar con reconocer que no todos los nuevos cuadros burocráticos son como los especímenes que nos presentan los medios. Lejos de lo anterior, hay, como siempre hemos tenido, personas entregadas y profesionales: estereotiparlas y creer que la solución será expulsarlas cuando, y si acaso, Morena se vaya pronto, nos impedirá tejer estructuras que respondan a los intereses del Estado.

Será una tarea importante distinguir a esos cuadros, pero conservarlos será central si deseamos construir cuadros profesionales sólidos. En esta discusión, quizás muchos críticos y opositores salen sobrando: sería mejor comenzar a dejarles de prestar atención.

@FernandoDworak