¿Está el INE frente al paredón?

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Surgido nuestro Sistema Electoral de dos factores esenciales -la nominación vertical presidencial de cada candidato a cualquier cargo, de 1928 a 1988, y de la permanente desconfianza ciudadana sobre un proceso electoral confiable y democrático-, su eje principal, el Instituto Nacional Electoral, vive hoy un momento crucial: o cambia o desaparece.

Desde la reforma de Jesús Reyes Heroles -y José López Portillo– de 1977 a la de Enrique Peña Nieto y el Pacto por México de 2014 suman 8 adecuaciones de fondo de este Sistema.

Andrés Manuel López Obrador anunció la novena apenas llegó a la Presidencia en diciembre de 20218.

Así, dentro de la 4T todos hablan de le necesidad de esta nueva Reforma, pero nadie sabe todavía ni que es lo que incluirá la iniciativa del tabasqueño ni hacia dónde irá su propuesta.

Sus pronunciamientos sobre esta reforma han sido hasta ahora más economicistas que políticos. No ha habido en sus planteamientos ningún elemento que pudiera calificar su intención como una Reforma de Estado.

Hoy lo único que se sabe es que quiere achicar al INE, no desaparecerlo, y disminuir al 50 por ciento el número de diputados y senadores pluris, y de sus presupuestos y participaciones como si eso fuese todo lo que requiere el Sistema Nacional Electoral.

El resto de su círculo gira alrededor de esos pronunciamientos.

IR A UNA VERDADERA TRANSFORMACIÓN DEL ESTADO

Dentro de esta inercia, hay quienes dentro de todas las fuerzas políticas y las instituciones de análisis, investigación y docencia, incluida la empresa y el capital, plantean sin mayores éxitos aprovechar esta propuesta e intención del mandatario para impulsar una verdadera Reforma del Estado.

Y de entrada sugieren no sólo desaparecer al INE y el Tribunal Electoral, sino adoptar o ir a sistemas electorales como en la Unión Europea, o el de Estados Unidos y Reino Unido donde todo se simplifica en organismos del Gobierno y donde todo pasa por la calificación de sus Cortes con ministros electos o comprobadamente autónomos.

Esta transformación se profundizaría con el fortalecimiento de Parlamentos -Senado y diputados o representantes- surgidos de listas nominales de acuerdo a la obtención de votos por partidos que obligarían a acuerdos para la designación de un primer ministro.

Abandonar entonces el rancio sistema presidencialista mexicano bajo el cual se cobijan todas las arbitrariedades y corrupciones.

Ayer mismo Lorenzo Córdova, presidente del INE, plantea parte de este dilema y momento crucial en su intervención bajo el tema la Reforma política y calidad de la democracia, dentro del XII Encuentro Nacional de Educación Cívica.

Pensando obviamente en las violaciones que se han cometido desde el Gobierno y de Morena y aliados (PT, Verde y Pes) en los previos a la Consulta de Revocación de AMLO, indicó que en México todo lo electoral opera con base en las reglas del juego y del consenso que tengan estas normas.

“… un consenso que debe darse desde su origen y del compromiso y lealtad democrática de las fuerzas políticas que son, en todo contexto democrático, autores de esas reglas y a la vez sujetos de la aplicación de las mismas”.

Hasta hoy, un durante 45 años transcurridos desde lo d Reyes Heroles a lo de Peña Nieto y contando, afirma Córdova, “nuestro sistema electoral es producto de un proceso evolutivo de varias décadas en el que destacan una sucesión de reformas político-electorales que de manera gradual y paulatina fueron abriendo el sistema, primero, volviéndolo incluyente, generando condiciones de certeza y equidad en la competencia electoral, creando confianza ciudadana en torno a esos procedimientos, profesionalizando la actuación electoral, así como, en particular con la creación del Servicio Profesional Electoral, ahora de carácter nacional y homologando la calidad de nuestros procesos electorales, tanto a nivel local como federal.

Históricamente, desde 1977 y hasta 2014, ocho grandes reformas han sido el producto del reclamo de fuerzas opositoras, dato a no menospreciar, que exigían mejores condiciones de competencia política.

Además, esas reformas fueron pactadas después de un proceso incluyente y minucioso de diálogo político y negociación.

Han sido votadas con amplios consensos y han sido todas ellas, no sin eventuales retrocesos que fueron corrigiéndose en el camino, han ido, en general, viendo, haciendo una vista de pájaro, una vista a vuelo de pájaro, una vista inclusiva de todo este proceso, perfeccionando nuestro sistema, volviéndolo más confiable y ampliando los derechos de la ciudadanía; es decir, han sido todas, reformas vistas en su conjunto, si bien, graduales y progresivas reformas que han mejorado nuestro sistema político democrático y no han apuntado casi nunca en una lógica de regresión”.

Todo ello cierto, pero a la vez este camino ha significado la entronización de grupos y personajes que a lo largo del tiempo forman hasta familias o camarillas que se enlazan unos con otros, para construir una especie de camarillas que conducen cada proceso electoral en México.

El sistema electoral que hoy tenemos es un sistema que ha permitido, entre muchos otros aspectos que hablan de la calidad siempre perfectible, siempre mejorable, pero la calidad que hoy goza nuestro sistema electoral, que se haya concretado en el periodo de 2015, que va de 2015 a 2021, el de mayor alternancias de nuestra historia, y si bien, la alternancia, como nos lo enseñan los autores clásicos, no es lo que define a una democracia, sino más bien, que existan reglas y condiciones que hagan posible la alternancia si así lo deciden las y los ciudadanos con su voto”, se cubre Córdova.

Cierto, ¿pero es todo… ya llegamos a una verdadera democracia y juego electoral limpio?

Este es el dilema.

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