Anna Politkovskaya

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A pocos lectores les dirá algo este nombre, pero deben saber que en el escenario de la lucha de los ucranianos contra el fascismo ruso, vive el recuerdo de esta mujer cuya sangre se derramó en nombre de los defensores de la libertad de expresión en todo el mundo.

(Escribo “fascismo ruso” como si fuera “fascismo soviético” o “totalitarismo nazi. Vladimir Putin es la reencarnación del Stalin que masacró a los kulaks, del Beria que ordenó el asesinato de Bábel y del Hitler que deliró con la operación Barbarossa.)

Anna es una reportera. El sábado 7 de octubre de 2006 su cuerpo baleado apareció en el elevador del edificio moscovita en donde vivía. En el piso encontraron una pistola y cuatro casquillos percutidos.

Nadie sabe quién la asesinó, pero el “caiga quien caiga” y el “hasta las últimas consecuencias” -en ruso, camaradas- fueron repetidos incansablemente en la radio, en la televisión, en los diarios y en las revistas de la antigua capital zarista con el mismo fervor con que hoy el Kremlin asegura que en Ucrania combate al neonazismo.

En materia de declaraciones tronantes ningún gobierno en la historia ha dado muestras de inteligencia… y no se diga de eficacia: larga es la lista de asesinatos de periodistas que aguarda ser esclarecida.

¿Por qué digo que Anna “es” y no “fue” una reportera? Porque en este oficio cuando la muerte llega, la palabra se queda en el mundo, y periodistas de los rincones más distantes guardarán luto, repetirán un nombre y dirán en voz alta que esta muerte no fue en vano.

Anna Politkovskaya era una estrella del periodismo de investigación ruso. Durante la guerra en Chechenia fue una espina en el costado del siniestro Putin. Documentó la represión sistemática del ejército sobre la población civil, el drama de los campamentos de refugiados y el lamentable estado de los hospitales. Después se atrevió a ponerlo todo en un libro que levantó oleadas de indignación.

Esta colega nunca se dejó intimidar por las amenazas, como la del oficial del ejército Sergei Lapin, quien virilmente juró vengarse de esa vieja tal por cual e hija de la chin… (стар как для чего и сукин сын … mis disculpas por las faltas de ortografía, mi ruso ya no es lo que fue), luego de que Anna le documentó violaciones a los derechos humanos de algunos cientos de chechenos.

Como buena ciudadana, Anna se quejó ante la autoridad. Lapin fue arrestado, pero, ¡oh sorpresa!, se le puso en libertad y el ministerio público se desistió de la acusación. Ver para creer.

Poco tiempo después, la hija de Anna fue agredida por desconocidos que intentaron abrir su auto. Escapó milagrosamente.

En septiembre del 2004 Politkovskaya viajó a Beslán a cubrir el drama de una escuela secundaria tomada por terroristas chechenos e ingushes. En el vuelo desde Moscú bebió una taza de té y cayó fulminada con síntomas de envenenamiento. Como a ningún otro pasajero le hizo daño el desayuno que los diligentes sobrecargos de Aeroflot ofrecieron durante el vuelo, uno puede suponer que la pobre Anna tenía muy mala suerte.

En Beslán, el drama culminó en un “lamentable saldo”: más de 335 muertos (156 de ellos niños), unos 200 desaparecidos y cientos de heridos. He aquí el fragmento de una crónica de aquellos días:

“A las 09:30 hora local del 1 de septiembre del 2004 (la mañana del primer día de las clases de otoño), un grupo de unas 30 personas armadas llegó en camiones militares GAZ-el Y GAZ-66 e irrumpió en el Colegio de Enseñanza Media Número Uno, cuyos alumnos tienen entre 7 y 18 años. La mayoría de los atacantes llevaba pasamontañas negros y unos cuantos llevaban cinturones explosivos. Tras un tiroteo con la policía en el que murieron cinco agentes, los atacantes se apoderaron del edificio, tomando como rehenes a 1,181 personas, la mayoría menores. Unos cincuenta rehenes consiguieron huir en el ataque inicial. Hubo confusión sobre el número de rehenes que había en el colegio: el gobierno sostenía que eran algo más de 350, pero otras fuentes elevaban ese número a 1,500. Más tarde, se oyeron varios disparos provenientes del edificio, que algunos pensaron que fueron para intimidar a las fuerzas de seguridad rusas. Después se reveló que los atacantes habían matado a veinte hombres adultos […] y habían arrojado sus cuerpos fuera del edificio ese mismo día. Una terrorista detonó su cinturón explosivo, al parecer por error. Nadie más resultó herido.”

Oleg Panfilov, director del Centro para Periodismo en Situación Extrema de Moscú, dijo que cuando sale el tema de si en Rusia hay un periodismo honesto, el nombre de la Politkovskaya inevitablemente aparece en la conversación.

Hace unos días Laura Aragó escribió en La Vanguardia: “Putin quiere ganar la guerra militar y la informativa. Mientras los tanques avanzan sobre territorio ucraniano, las autoridades estrechan el cerco sobre los medios de comunicación rusos. Tres días después de la invasión, el ejecutivo ordenó que se retiraran los términos ‘invasión’, ‘ataque’ o ‘declaración de guerra’; […] el Kremlin bloqueó el acceso a Facebook en el país en respuesta a la “censura” de cuentas de medios rusos […] también ha vetado Twitter, que se había convertido en altavoz del ‘no a la guerra’”

En el futuro, las crónicas de Anna serán el territorio y el camino a la verdad, de la misma manera en que ocho décadas después, las crónicas de Vasily Grossman nos desvelan las brutalidades de las hordas teutonas en los mismos campos y valles en donde hoy atestiguamos las brutalidades de las hordas rusas.