Lenguaje inclusivo y literatura

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Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

García Márquez, allá por 1997, en el Congreso Internacional de Lengua Españolasoltó estas palabras: El español es una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos […].

Y al pie de la letra nos lo hemos tomado a raíz de la utilización del lenguaje inclusivo en nuestro día a día y en nuestros textos, incluso en los literarios, como ocurre en Ibaia (“El Río”) un cuento creado ex profeso para el proyecto Borradores del futuro, que está invitando a escritores a fabular, a crear narraciones que especulen en torno a una serie de alternativas o utopías; el objetivo es vislumbrar qué pasaría en un futuro, más o menos lejano, si esas alternativas llegaran a expandirse. Como se intuye, los relatos están dentro del marco de lo fantástico o de la ciencia ficción.

Ibaia es un relato de Uxue Alberdi en el que imagina el efecto transformador de un urbanismo con perspectiva de género y lo ambienta en Usurbil, un pueblo de la provincia de Gipuzkoa, que se ha propuesto incorporar la perspectiva feminista al Plan de Ordenación Urbana. Lo que se busca con esta idea es un cambio de punto de vista, una alternativa a la mirada masculina del mundo; mediante la adaptación de las calles, las casas, las plazas… se pretende transformar el espacio para que las conductas cambien también.

Todos estos detalles que hemos dado importan para entender lo que viene a continuación. El relato de Alberdi está escrito originalmente en euskera, una lengua que no tiene género gramatical, pero al traducirlo al castellano, que sí lo tiene, la traductora propuso a la escritora utilizar un lenguaje inclusivo, sin marcas —ni masculino, ni femenino—; expresiones como “les niñes”, “algunes del pueblo”, “les jóvenes”, “habilidades para pensar juntes”… corren por sus páginas con la consecuente sorpresa del lector, no acostumbrado todavía a esta fórmula.

Todo este asunto nos ha hecho reflexionar más de lo que quisiéramos, de forma que hemos indagado en el origen del lenguaje no binario, en la influencia de la traducción desde ese punto de vista y en sus consecuencias en los textos literarios.

Traducciones feministas

Entre 1980 y 1990, en Quebec, surgió un movimiento de traducción feminista anglo-francés que revolucionó el mundo del libro y que convirtió el oficio de traductor en una disciplina atenta a la nueva sensibilidad social con las cuestiones de género. Veían necesario «articular nuevas vías de expresión para desmantelar la carga patriarcal del lenguaje y de la sociedad». Para ello, se propusieron visibilizar de forma deliberada la presencia de la traductora en el texto y así asimilarlo a una ideología inclusiva y sin marcas sexistas.

Pues bien, esta reivindicación parece estar teniendo éxito porque cada vez hay más escritores y traductores que se distancian de lo que entienden como un androcentrismo lingüístico hegemónico y buscan otras fórmulas. La primera consecuencia evidente es la de la manipulación textual, aunque se defienden afirmando que la perspectiva de la traducción inclusiva no tiene un nivel de manipulación mayor que otras prácticas hegemónicas de traducción consideradas más objetivas.

Este movimiento no se queda solo en su definición, sino que, además, diferencia grados de intervención en el texto:

  • La traducción compensatoria: busca el equilibrio entre las diferencias que pueda suponer la traducción de una lengua a otra de manera que se transmitan todos los significados del texto de origen. Exige la intervención directa de la traductora.
  • La metatextualidad: la traductora incorpora prefacios y notas a pie de página para destacar el proceso llevado a cabo durante la traducción.
  • El secuestro o apropiación de un texto de manera que se produce una consecuente feminización por medio de técnicas como el intercambio del genérico masculino por formas neutras que incluyan los géneros binarios, la creación de neologismos, de significaciones nuevas, etc.

Este último sería el caso del relato que nos ha traído hasta aquí, puesto que se sirve del morfema -e como marca de género no binario para narrar la historia.

 

El morfema -e

Mediante la utilización de este morfema se nombraría a aquellas personas que no se reconocen ni como hombres ni como mujeres y, también, a aquello cuyo género se desconoce.

Con este sentido nació en 2015 el término sueco Hen. La academia de Suecia lo introdujo en su diccionario oficial para que conviviera con han (“él”) y hon (“ella”); en castellano correspondería a elles. Como es habitual, los cambios vienen de abajo hacia arriba y así se introdujo, de manera paulatina, alrededor de 1960 y se extendió su uso: Hemos seguido la evolución de la palabra durante cinco años y no es ninguna flor de un día; ahora es una palabra normal que cumple una función, así que no hay ningún motivo para no añadirla«, afirmó el principal responsable del diccionario, Sven-Göran.

En inglés también ha habido cambios con respecto a este tema: se ha oficializado la forma They —plural que significa “ellos y ellas”— pero en singular para referirse a personas de género no binario.

Respecto al castellano, la -e cobró visibilidad en 2018 durante unas manifestaciones a favor del aborto en Argentina. Arrancó en las escuelas secundarias y se extendió —impulsado por los movimientos feministas y a favor de la diversidad sexual— con más fuerza que la que habían tenido anteriormente el asterisco, la x o la arroba. A falta de normativa, es el profesorado el que actúa según su criterio; en cualquier caso parece que es más habitual en el habla que en la escritura. Sin embargo, en las universidades argentinas sí que hay un posicionamiento más claro y varias aceptan las expresiones inclusivas en las producciones escritas y orales. Todavía más aceptado está en el dominio judicial, ya que incluso el Consejo de Magistratura propuso redactar un manual de uso del lenguaje no sexista.

En España la RAE, y en general todas las academias de la lengua española, desautorizan el lenguaje inclusivo y afirman en su Libro de estilo lanzado en 2018: No se considera válido el uso de la arroba, la e o la x para hacer referencia a los dos sexos: l@s niñ@s, les niñes, lxs niñxs. En esta afirmación comprobamos dos cosas: primera, que no se tiene en cuenta a las personas no binarias y segunda, que no prohíbe su uso. Esto es lógico si pensamos que la RAE no dicta cómo se debe hablar, sino que va recopilando usos y costumbres lingüísticas; constata cómo evolucionan, y si su uso se consolida y estabiliza, los incorpora.

Realidad  Lenguaje

El castellano es un idioma que usa el género gramatical masculino como el género “no marcado”. El latín tenía tres: masculino, femenino y neutro, y en las lenguas romances existen dos géneros gramaticales, el femenino y el masculino (excepto en rumano que tiene una forma de neutro que todavía persiste). Lo que ocurrió fue que los neutros latinos —que incluían a ambos géneros o que no marcaban si era masculino o femenino— pasaron a ser masculinos. ¿Y por qué no femeninos? Pues, casi con seguridad, porque el mundo de aquella época era fundamentalmente masculino y el lenguaje no hizo más que reflejarlo.

Entonces, ¿quién influye sobre quién? Podríamos contestar que la realidad determina nuestro lenguaje —el mundo blanco de los esquimales les hace tener nombres para cada uno de los matices de ese color en función del estado de la nieve—, pero ahí están “zapear”, “bitcoin”, “geolocalizador”… para recordarnos que el lenguaje se ha visto obligado a acuñarlos para poder denominar la cantidad de avances tecnológicos que han ido surgiendo. Empate, por tanto.

De cualquier manera lo que está claro es que las lenguas se rigen por un principio de economía: utilizar el menor número de estructuras lingüísticas posibles para dar la mayor cantidad de información. Según esto, el género que más aglutine será el más adecuado y, en el caso del castellano, es el masculino; el problema viene cuando ya no cumple bien esta función porque la sociedad la siente como marca de discriminación.

Ahora mismo la realidad se está imponiendo al lenguaje y lo está haciendo incluso en los textos literarios, como en el ejemplo de Ibaia. Y a este punto es donde queríamos llegar, porque la ficción narrativa, el texto literario, también se rige por unas normas claras:

  • La primera es la función poética o estética, que se consigue con el uso de elementos retóricos que provocan en el lector una emoción —no posee una función referencial como la de los textos no literarios.
  • La segunda: no se limita a un tiempo y un espacio particular de la creación, sino que tiene la capacidad de estar por encima del tiempo y de lugares y épocas.
  • La tercera: el mundo creado dentro del texto es un todo en sí mismo incluso si comunica algo sobre la realidad exterior —Realismo y Naturalismo Literarios—, y no está subordinado a ella.
  • Y por último, se sirve de un narrador, una voz, una perspectiva narrativa que el escritor elige para contar su historia y que no coincide con su persona.

El conjunto de estas características viene a reafirmar un solo hecho: que todos los elementos que no se justifiquen dentro de ese mundo de ficción serán extra literarios, ajenos y con una función que no atañe a la obra literaria. La tentación de plasmar nuestro desacuerdo con un lenguaje, y por tanto, con una sociedad excluyente es muy fuerte, pero hay que hacerlo con las reglas que nos marca el formato que hemos elegido para transmitirlo. Máxime si hablamos de un género como el del cuento.

La utilización del lenguaje inclusivo en Ibaia es factible entendida dentro de un proyecto experimental, pero desde el punto de vista literario el relato de Alberdi sale perdiendo. La utilización de un lenguaje no binario en boca de alguno de los personajes de ese relato —o incluso de un narrador que fuera personaje de la historia— podría tener cabida, es más sería aceptable teniendo en cuenta el argumento; pero desde la perspectiva de un narrador omnisciente, externo a la historia, estaríamos confundiendo narrador y autor, y esto en Literatura es un error de bulto.