El Senado de EU debe condenar a Trump

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Aunque Trump ya se marchó de la capital de EU su presencia sigue siendo tóxica pues continúa su imputación en el Congreso, aprobada ya en la Cámara de Diputados, con un solo artículo que lo acusa de “incitar a la insurrección” al arguir en forma espuria y mendaz, que hubo un masivo fraude electoral.

Toca al Senado conducir el juicio el próximo 9 de febrero y si Trump es declarado culpable, ello le impediría regresar a la presidencia. Para lograrlo, se requieren dos terceras partes de los senadores, es decir 17 republicanos que se sumen a los 50 demócratas para condenarlo, y hoy sólo hay 5.

Está por verse si se logra que tantos adeptos a Trump crean ahora en su culpabilidad, pero la evidencia de sus reiterados y cada vez más iracundos intentos por revertir fraudulentamente el resultado de una elección limpia y contundente. que él perdió, se acumulan de manera notable.

Uno de los debates en el mundillo político y de medios en Washington, es si conviene olvidarse de enjuiciar a Trump, que al fin y al cabo ya dejó el puesto y se largó, en aras de concitar la unidad de los pobladores de EU a la que convocó Biden en su mensaje inaugural.

El deseo de olvidar incidentes desagradables como el intento de asonada del día de Reyes, es entendible pero la tentativa de golpe de Estado del presidente en funciones, con el apoyo de los líderes de su partido, incluyó intentos claros de anular miles de votos, sobre todo de las minorías étnicas del país.

Si a ello se agrega la arenga a tomar el capitolio con violencia para intimidar a los legisladores y descarrilar el procedimiento constitucional, e incitarlos a “pelear para detener el fraude o perderían su país,” y luego posponer por horas el pedir calma a sus huestes ávidas de sangre de los “traidores,” es inexcusable.

Se puede armar un sólido caso que sólo la condena senatorial puede redimir al partido Republicano de su servidumbre trumpiana, porque los radicales violentos se creen el cuento que lo ocurrido es como la Toma de la Bastilla, o sea, el inicio de una revolución justificada de los blancos para defender su país.

Más allá de este debate, no se puede desechar lo ocurrido porque la amenaza social que lo produjo no ha desaparecido y si el ataque del día de Reyes no es repudiado tajantemente, se convertirá en la fecha simbólica y en el grito de insurrección que a un impenitente Trump le encantaría liderar.

Que el Senado declare culpable a Trump, con el suficiente apoyo de legisladores republicanos, le daría un significado radicalmente distinto al levantamiento, marcándolo como el último estertor de una presidencia moribunda y el estallido del odio en un acto de vergüenza eterna, universalmente desacreditado.

Si eso hubiera ocurrido en México con los espurios reclamos de fraude electoral en 2006, y la subsecuente violencia e intentona de golpe de Estado para forzar el orden constitucional, es posible que el actual jefe del ejecutivo nunca hubiera llegado y se habría evitado su desastroso desempeño, conocido por todos.