Con ustedes, el realismo

0
1547

Todavía no empieza la LX Legislatura, y la desconfianza y el faccionalismo comienzan a cambiar entre los integrantes de la alianza Va por México. En el PAN, el grupo que banalizó el cambio del poder y arruinó la transición democrática está luchando con el que empinó al partido en 2018, para ganar la dirigencia. En el PRI también hay pugnas por el poder, entre generaciones que también fracasaron en consolidar una democracia.

Sin embargo, y en el conocimiento que en este juego no hay sorpresas, sino sorprendidos, los engaños sobre su carácter y alcances venían desde antes de la campaña. Nunca representaron algo concreto en su propaganda, aparte de un vago mensaje aspiracional y reacción contra el presidente y su partido. Tampoco podían impulsar reforma alguna, por más asientos que pudiesen ganar, pues para ello se requiere del Senado. ¿Controlar el presupuesto? Aún suponiendo que ganasen más de 251 asientos y actuasen de manera cohesiva, el ejecutivo tiene poder de veto parcial.

Pero por más engañosa que haya sido la propaganda, no existe un Profeco para políticos: se esperaba que fuésemos mucho más inteligentes y críticos al momento de estudiar las candidaturas y decidir. Nada puede reemplazar nuestra responsabilidad individual. Y a esto, ¿cuántos de quienes votaron con la víscera están contentos con las personas que ayudaron a elegir? No vaya a ser que descubran que no son mejores que los votantes reactivos de 2018, aunque en el bando contrario.

En este entendido, quisiera compartir algunas reflexiones a partir de declaraciones, expectativas y comentarios que me ha tocado escuchar en estos últimos días sobre las elecciones y su relevancia.

Para empezar, una advertencia: los grupos legislativos que se instalen en los primeros días de septiembre podrán no coincidir con los resultados del voto. El acuerdo del INE en materia de sobrerrepresentación intentó esclarecer la filiación partidista de los candidatos de cada alianza, pero nada impide que haya intentos por cooptar legisladores desde este momento. Especialmente cuando Morena tendrá interés por adquirir los asientos necesarios para tener la mayoría simple, y controlar la Junta de Coordinación Política. Lo peor: el sistema de partidos colapsó en 2018, y no hay visos que se puedan reconstruir estructuras sólidas y cohesivas en el plazo inmediato.

Segunda reflexión: el 14 de diciembre del año pasado se publicó un artículo titulado Los escenarios del obradorismo, 2021-2027, donde hice una prospectiva sobre escenarios de gobernabilidad en la segunda parte del sexenio. Uno de los supuestos sobre el que hice el análisis, escribí: “No se considerará relevante si hay un avance opositor en la Cámara de Diputados en 2021 o su magnitud: a final de cuentas, sólo sería un punto de veto en el mejor de los escenarios, y no una fuerza proactiva. […] Si la apuesta de un bloque opositor es repetir las dinámicas de bloqueo que prevalecieron entre 1997 y 2012, terminarán fortaleciendo a un presidente que sabe manejar la imaginación popular, y tiene numerosos recursos para radicalizar su discurso si es necesario. Al contrario, podrían ser una fuerza relevante rubo a 2024 si tienen la capacidad para plantear algo distinto e igual de atractivo a lo que ofrece el gobierno. Lamentablemente, no hay mucho espacio para el optimismo bajo este supuesto.”

A unos días de las elecciones, las diversas facciones del PRI y el PAN compiten por ser más auténticamente opositoras, discutiendo sobre si colaborarían o no con Morena. Dejemos a un lado la trampa retórica de decir que no darían un solo apoyo para iniciativas que dañen el interés nacional, porque es fácil darle un giro retórico según las plataformas de cada instituto político: si nada representan, el avance se habrá convertido en un techo de crecimiento.

Finalmente, y aunque a alianza fracasó en todo el país salvo la Ciudad de México y el Estado de México, hay quienes argumentan que estos triunfos podrían prefigurar una victoria en 2024 pues, se dice, así sucedió en 1997 y 2015. Sabiendo que una frase como esta sin diagnóstico es pensamiento mágico, veamos qué sucedió.

Cierto, en 1997 y 2015 hubo un cambio de grupos de poder en la capital, pero en esos dos años los grupos políticos de base pasaron del PRI al PRD y de aquél a Morena. Eso significó que los partidos otrora fuertes ya no estaban en condiciones de premiar la lealtad de sus miembros, pues había una opción más atractiva, con expectativas de mantenerse en el poder. Si sumamos en el primer año el desinterés de Ernesto Zedillo por su partido y el declive de Enrique Peña Nieto por su mal manejo en actos de corrupción, podemos explicar como la capital del país pudo anticipar el cambio de poder a nivel federal.

Al contrario, en 2021 Morena sigue siendo visto como un partido fuerte, y ganó terreno. No hay forma que se pueda percibir un declive, al menos en el futuro previsible. Por otra parte, el partido en el gobierno será cohesivo mientras López Obrador sigua siendo visto como el fiel de la balanza en los procesos de selección de candidaturas. Aunque el instituto político debe iniciar urgentemente un proceso de institucionalización interno, cualquier riesgo puede prevenirse si el presidente sabe operar su propia salida del poder.

Dicho lo anterior, si reconocemos que en 1997 y 2015 se estaban gestando alternativas sólidas, no se pude decir lo mismo de los partidos de la alianza. Es más, tuvieron que recurrir a políticos con quienes habían cortado años antes, como Margarita Zavala o Lía Limón, o externos como Gabriel Quadri, para ganar espacios. Además, todavía está por verse si ganaron por sus méritos y liderazgo o por el hartazgo. En todo caso, tampoco representan algo más allá de la reacción contra el gobierno – y eso no sirve para construir un discurso que pueda ser visto como un proyecto alternativo.

@FernandoDworak