Las palabras del silencio

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El 15 de mayo de 1939, Isaac Bábel, un escritor cuya prominencia le había ganado el privilegio de una dacha, fue arrestado en Peredelkino e internado en la prisión moscovita de Lubyanka, sede de la policía secreta. Sus escritos fueron confiscados y destruidos –entre ellos textos a medio terminar, obras de teatro, guiones cinematográficos y traducciones. Seis meses después, al cabo de tres días y noches de inmisericordes interrogatorios, se declaró culpable de un falso cargo de espionaje. Un año después, en las últimas horas del 26 de junio, fue sometido a un juicio sumario clandestino. Bábel se retractó de su confesión inicial y se declaró inocente. A las 01:40 de la madrugada fue puesto ante el pelotón de fusilamiento. Su última súplica no fue en su beneficio, sino por el poder y la verdad de la literatura: “¡Permítaseme terminar mi trabajo!”

Este es el estremecedor párrafo inicial de la Introducción de Cynthia Ozick a las Obras Completas de Isaac Bábel, aparecidas gracias al amor e incansable energía de Nathalie Bábel, hija del escritor. Ella salvó la vida en el exilio. Su permanencia en la URSS en los aciagos días de la construcción del socialismo y como hija de un contrarrevolucionario, la hubieran llevado al mismo fin que su padre.

La versión oficial soviética mantenida hasta antes del derrumbe de la cortina de hierro, sostenía que Isaac Bábel había fallecido en un campo de concentración en Siberia el 17 de marzo de 1941. Hoy conocemos la verdad: fue ejecutado en la oscuridad.

Obras Completas de Isaac Bábel reúne los textos publicados del escritor e incluye algunos que fueron recuperados del olvido, retraducidos nuevamente del ruso por Peter Constantine, lo cual da al volumen una extraordinaria coherencia estilística, un homenaje apropiado a uno de los mayores autores rusos de todos los tiempos.

Bábel fue una entre millones de víctimas del padrecito Stalin, el zafio y brutal georgiano que, de la mano de su alma gemela, Lavrenti Beria, se propuso edificar el socialismo con una argamasa de sangre, lágrimas, dolor y carne humana.

Ambos -de más está decirlo- a lo largo de sus años en el poder vivieron con un enfermizo terror a la inteligencia. Pero el tiempo, que todo pone en su lugar, lo colocó junto a Hitler, el cabo austriaco que al igual que Stalin alcanzó el poder montado en la desesperanza de su pueblo. Por ello se entendieron tan bien en un pacto secreto. Por ello no vacilaron en sacrificar a millones de soldados cuando ese pacto se vino abajo.

Hoy no diferenciamos quién persiguió con mayor ferocidad a los creadores y a los artistas, seres por definición aborrecidas por las dictaduras de cualquier signo.

Es sorprendente el patológico detalle con que los comisarios del KGB guardaron el registro de sus brutalidades –lo mismo que en su momento la

Gestapo. En aras de la “seguridad del Estado” estos cuerpos comisionados para reprimir toda disidencia, real o imaginaria, la documentaron con meticulosidad y fervor religioso… gracias a lo cual es posible reconstruir parte de la historia de la represión.

La última fotografía de Bábel fue tomada en la prisión de Lubyanka poco antes de que fuera fusilado. En el pequeño cuadro a blanco y negro vemos un rostro mofletudo de expresión serena, tal vez desencantada. Ni el temor ni la derrota se insinúan en la mirada. Al contrario, quizás haya en ella un gesto de compasión por sus verdugos.

En otro libro, Los archivos secretos de la dictadura, la paciente labor del poeta Vitali Chentalinsky permite reconstruir las jornadas de interrogación entre los muros de la Lubyanka que padeció Bábel. El poeta se declaró culpable de los más horrendos crímenes: alejamiento del pueblo, conspiración contra el socialismo, banalidad artística y espionaje a favor de Francia… ¡reclutado por Malraux!

Bábel además delató a sus co-conspiradores -entre ellos una mujer con la que sostenía una relación amorosa- en una extraordinaria redacción de su propia mano que hoy podemos leer en su verdadera intención: un documento destinado no a los fiscales, sino a ojos de tiempos posteriores:

“En lo que respecta a mis Cuentos de Odessa, éstos reflejaban sin duda el mismo deseo de alejarme de la realidad soviética, de contraponer a la cotidiana labor de edificación el pintoresco mundo, casi mítico, de los bandidos de Odessa, cuya descripción romántica incitaba involuntariamente a la juventud soviética a imitarlos […] Nuestro amor por el pueblo era retórico y nuestro interés por su destino una categoría estética. No teníamos raíces populares, y de ahí provenía la desesperación y el nihilismo que propagábamos”.

En las últimas horas antes de su ejecución, Bábel intentó cambiar sus declaraciones y desmentir las “culpas” que había aceptado bajo la presión y tortura a la que fue sometido, pero no antes de haber escrito escalofriantes delaciones:

“[…] Abrí el frente de la literatura soviética a los estados de ánimo decadentes y derrotistas, turbando y desorientando así al lector y convirtiéndome en testimonio vivo de la teoría de la conspiración de saboteadores y provocadores en el declive de la literatura soviética. Unas cuantas frases no sirven para medir mi trabajo de destrucción, pero ahora percibo su verdadera dimensión con una claridad insoportable, con dolor y arrepentimiento […] La Revolución me abrió el camino de la creación, el del trabajo feliz y útil. Mi individualismo, las opiniones literarias erróneas, la influencia de los trotskistas bajo la cual caí desde el comienzo de mi trabajo, me desviaron de ese camino”.

Durante aquellos días y noches en las mazmorras de la Lubyanka los fiscales e interrogadores transmutaron los viajes de Bábel al extranjero en expediciones subversivas; las fiestas y eventos literarios a las que asistía, en reuniones de conspiradores contra el paraíso de los trabajadores, y la relación con artistas y escritores en conjuras contra el Estado. Así, su amigo André Malraux pasó de ser escritor a promotor de la sedición.

La monstruosidad se acrecienta, si ello fuera posible, porque Bábel, igual que Gorki, fue un decidido partidario de los bolcheviques, a quienes se unió en 1917. Durante la guerra civil fue comisario político en el ejército rojo. De hecho su famoso Caballería Roja, publicado en 1926, está basado en las experiencias de guerra de aquella época. Los Cuentos de Odessa aparecieron al año siguiente. Sus obras de teatro Zakat y Mariya aparecieron respectivamente en 1928 y 1935.

En una biografía publicada en 1964, Nathalie Bábel recuerda: “Fue en 1923, durante su estancia en las montañas, cuando mi padre comenzó a escribir los cuentos que eventualmente formaron Caballería Roja. Darles la forma deseada fue una tortura inacabable. A mi madre le leía versión tras versión. Treinta años después las recordaba de memoria. En 1924 mis padres se mudaron a Moscú. Los primeros cuentos de mi padre se publicaron por esa época y se hizo famoso de un día para otro”.

Isaac Bábel nació el 13 de julio de 1894 en el puerto ucraniano de Odessa, hijo de un tendero judío. De pequeño la experiencia de vivir un pogromo lo dejó profundamente impresionado. Ya mayor, se mudó a Kiev en donde eventualmente conoció y fue protegido de Máximo Gorki, quien publicó dos de sus cuentos en la revista Letopis.

La censura soviética consideró que esos cuentos contenían una carga erótica (¡otra bête noire de la represión) y procesaron a Bábel bajo el artículo 1001 del código criminal. Quizá por ello y por un creciente desencanto por el rumbo que tomaban los ideales de la Revolución, Bábel se alejó del régimen y se convirtió en un crítico de Stalin. En represalia, los censores se encargaron de que no pudiera publicar. Durante la primera asamblea de la Unión de Escritores Soviéticos en

1934, Bábel dijo a sus colegas: “He inventado un nuevo género… ¡el género del silencio!

Ocho décadas después, el amor de una hija redime al padre. Obras completas de Isaac Bábel es otro ejemplo de que la luz de la palabra vence a las tinieblas del silencio.

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