Crepúsculo estival, cataclismo ecológico

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David Felipe Arranz

Huele ya a yerba mojada en los oteros y en los chalés, urbanizaciones y demás palacios. Fin abrupto de las vacaciones por el desastre ecológico sin culpables (como siempre): pavesas de pinares abulenses y peces boqueando en el litoral murciano. Las comidillas de Moncloa han sido siempre ventiladas convenientemente, a manera de munición para la prensa, por unos y por otros, según. Por eso en este final de verano, los españoles quieren pan y circo. Y se lo van a dar. Cuando Sánchez recibe el respaldo internacional por la gestión de la repatriación urgente de compatriotas y asistentes de Afganistán y la Comisión Europea lo empapa de parabienes, va y le sale un “hijo” incordiante en su socio de coalición. Casado, fuera de juego, y el PP todavía en busca de las alpargatas del presidente: así que este va y le firma a Paquita de Sotalbo, provincia de la chamuscada Ávila, una escayola que ha recorrido todas las televisiones. Será por falta de noticias, Mariloli…

El motín, pues, amenaza al regreso de la playa: otro Esquilache de subida de salario mínimo, la gestión de las devoluciones de los menores marroquíes a su país, el acuerdo con la Generalitat para ampliar el aeropuerto del Prat, la subida del precio de la luz, la ley de vivienda, la reforma fiscal, el lío de los jueces y demás; por eso nos gusta tanto a algunos Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda que no pasará de moda en esa última corteza roja y les pone las peras al cuarto a los chicos de Calviño, que se muestra ya favorable a afrontar la subida de la paga, de la nómina, del estipendio minimísimo. Nadia también quiere estar en el candelero, como Yolanda, salir en los suplementos dominicales vestida de sonrisa chic y ministerial, ser bella de día en este nuestro Estado de restricciones. Y una vez más, a alguien se le había olvidado la presencia de la vicepresidenta en la reunión interministerial del jueves, pero alguien puso remedio y se la vio sentada con los nuevos validos; ay, Félix, qué mal te estrenas. En Alemania, el Gobierno de Angela Merkel ha inyectado directamente renta en los hogares, medida que ha aplaudido la comisión del Mecanismo Europeo de Estabilidad (Mede); aquí, si acaso, a las familias les inyectan en vena los Juegos olímpicos y “Sálvame”.

Luego, el pueblo, que está hecho de pan de cuatro canteros, está tan contento con todo, porque vive con la flor de Yolanda Díaz, que es la última esperanza antes del avance del capitalismo tronante y machacante. La vicepresidenta se salva en el diálogo, en el estilo de trajechaqueta de provincias bien llevado en la capital, en sus convicciones irrenunciables de derecho romano y moza cervantina y rotunda, en su bendito eclipse a Ione Belarra, a Alberto Garzón y otras agendas 2030, 2040 y 2050, otra odisea en el espacio, cuando ya no quedemos ninguno. “Se pueden trabajar las cosas sin exteriorizar las diferencias”, han dicho en el Ejecutivo ante el feo monclovita que le esperaba a Díaz la semana pasada, que es, insistimos, vicepresidenta segunda, amén de ministra de Trabajo. En la prosa de la coruñesa se adivina mucho sabor a despacho de Santiago, con su papel secante y sus carpetas de piel, y sus palabras nos dicen que va camino del liderazgo con paciencia y humildad verdadera, desde las casitas de la clase media y baja.

Olía, sí, a chamusquina, a encina carbonizada, en las fachadas de las casitas enjalbegadas de la España profunda. Sánchez se arrodilla en un pueblecito de Ávila y nos estampa un autógrafo simbólico en el yermo calcinado de una señora muy castellana. La España requemada saluda a Europa con rúbrica famosa: la escayola pronto cotizará en las subastas frikis. Porque si Biden, Von der Leyden y Michel han elevado a Sánchez a los cielos, Yolanda ya está aquí en la repesca de septiembre de los mil peces del Mar Menor para bajarlo de las mentiras corteses de la geopolítica a estos infiernos cotidianos de la política mezquina y sin relumbrón, al fin de mes, al alquiler, a la luz, al sueldo mínimo de nuestros caraduras máximos y a esas cosas, en definitiva, que nos importan por aquí a los pobres. Las verdades del barquero, es decir, las del castellano viejo. Las de Yolanda y las de todos, vamos.

Filólogo y periodista

Publicado originalmente en elimparcial.es