Los ánimos caldeados que dejó la confrontación del presidente López Obrador con la UNAM han impedido el análisis a fondo de una de las propuestas más interesantes del Gobierno actual: el replanteamiento y la reorganización de las relaciones de poder de la administración en turno y su partido Morena con lo que serían los sectores invisibles del viejo PRI-sistema.
Uno de los principales objetivos del presidente López Obrador ha sido la puesta en marcha de un nuevo proyecto de sistema político por encima del todavía vigente sistema político priísta refortalecido por su alianza con el PAN. Y si bien el sistema político lopezobradorista no difiere en instrumentos de poder con respecto al anterior, el gran debate radica en asumir nuevas funciones de los brazos del sistema.
El sistema político priísta funcionaba con el aval directo de lo que se han considerado sectores invisibles, es decir, organizaciones y sectores que no eran priístas pero se movían al ritmo que fijaba la música priísta. En este sentido, el presidente López Obrador se ha confrontado con los sectores invisibles del sistema priista que se movían subordinados en la lógica de la oposición leal, es decir, confrontativa pero no de alternativa.
La lista de los sectores invisibles englobaba a los grupos que pululaban alrededor del PRI: empresarios, jefes de la Iglesia católica, partidos que no disputaban la presidencia de la República, sindicatos fuera del PRI, intelectuales, universidades, embajada de EU, movimientos sociales radicales fuera de los cauces, organizaciones de la sociedad civil, entre los más importantes. El gobierno actual operó sobre el punto sensible de interacción entre el sistema político priista y estos sectores invisibles: el financiamiento directo o indirecto a sus actividades, a cambio de comportamientos públicos críticos, pero de lealtad sistémica.
Las universidades y sobre todo la UNAM configuraron el sector más importante porque el subsidio permitía el establecimiento de mecanismos de control político y social de los estudiantes a través de programas de estudio subsidiados por el gobierno. La crítica presidencial hoy revela que la lealtad-subsidio de estos sectores invisibles con el sistema que representa Morena no ha tenido los mecanismos de respuesta y la oposición a Morena ha tomado el control del funcionamiento de estos sectores invisibles.
El viejo sistema político priísta había configurado una estructura de lealtades a través de subsidios directos e indirectos con cargo al gasto público, creando una ordenación de poder legitimado en función de esa relación presupuestal. Sin embargo, el nuevo gobierno morenista ha dejado claro que no necesita de la lealtad sistémica en tanto exista una fortaleza institucional sólida del titular del poder ejecutivo federal, es decir, el sistema presidencialista, solo que ahora sin el partido como el espacio para controlar las relaciones sociales de estabilidad.
El costo de financiamiento de la lealtad de los sectores invisibles del sistema fue etiquetando de manera inflexible las posibilidades presupuéstales de cada gobierno; por ello, ante la escasez de dinero para relaciones sistémicas porque la prioridad son las obras públicas presidenciales y los beneficiarios directos de los subsidios gubernamentales, la confrontación con los sectores invisibles busca cortar de tajo con las aportaciones a la compra de lealtades sistémicas.
Los pasos concretos del presidente López Obrador para destruir el viejo sistema político priista –las estructuras de engranes que fortalecían la presidencia de la República en la época del PRI– han sido muy apresurados, pero sin tener el sistema político de redes institucionales de apoyos que supla la relación subsidios-lealtades. La clave del sistema político priista estaba en el presidencialismo unitario, pero con un partido-sistema que administraba las relaciones de poder en esa gráfica que aportó a la teoría sistémica el politólogo David Easton: la caja negra en cuyo interior se administraba y distribuía valores, beneficios y poderes. Por eso todo el funcionamiento sistémico del gobierno radica en la conferencia mañanera que no ha podido consolidarse cómo el nuevo espacio negociador del sistema político morenista.
En este sentido, el tema de la UNAM no es personal sino sistémico.
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