El continente americano podría estarse acercando a un agotamiento definitivo del viejo modelo hegemónico de Estados Unidos y su doctrina Monroe (1824) de “América para los americanos” que definió los muros de agua para contener los expansionismos soviético, chino y árabe.
Los primeros indicios revelan un distanciamiento de la Casa Blanca del viejo paternalismo de seguridad nacional que lo llevaba a obligar a la configuración de gobiernos regionales funcionales a los intereses capitalistas de Washington. La prioridad del presidente Joseph Biden se centra en la transformación del modelo de mercado norteamericano a un bloque de poder económico, político y sobre todo de seguridad nacional.
El viejo pensamiento geopolítico de dominación ideológica que alimentó la guerra fría en el periodo 1946 con la firma del acta de seguridad nacional al desplome de la Unión Soviética como imperio de geopoder en 1989-1991, reconfiguró el marco ideológico y geopolítico por las certezas del fin histórico del comunismo planetario y dejó algunos temas de coyuntura –cambio climático, terrorismo y petróleo, entre otros– que no han podido ocupar el espacio de definición de la estrategia de seguridad nacional dominante.
Estados Unidos se movió en el modelo de la guerra del Peloponeso, cuyo estudio sistematizado por Tucídides se convirtió el libro de cabecera de la comunidad de inteligencia y seguridad nacional civil y militar de la Casa Blanca: evitar la configuración de otros países como poderes-potencia competitivos von la hegemonía americana y crear las condiciones de guerra nuclear como costo de oposición entre naciones dominantes.
El modelo de la doctrina Estrada se aplicó para impedir experimentos ideológicos y de sistemas de producción, aunque en la realidad Estados Unidos no invirtió recursos para construir en el continente americano un sistema de producción capitalista desarrollado equidistante con el propio. La dominación de Washington fue militar, de mercado de consumo, contrainsurgente y anticomunista.
La expansión territorial estadounidense terminó en el siglo XIX y el siglo XX definió países rémora del potencial económico capitalista. La caída pos-soviética de Cuba, el fracaso del bolivarismo venezolano y la dependencia económica de América Latina de la economía estadounidense aumentaron el costo de filiación estadounidense de los países americanos.
En los hechos de corto plazo, ninguna potencia en competencia con Estados Unidos puede hacerse cargo del destino histórico de una treintena de países iberoamericanos y caribeños. Rusia apenas puede con los resabios de la Unión Soviética. Y China se ha negado a definir una geopolítica que pueda derrocar gobiernos y patrocinar dependencias costosas. En la realidad, China y Rusia no representan un modelo de competencia económica, productiva, tecnológica, nuclear, militar y geopolítica para los Estados Unidos,
La novena reunión del Tratado de Comercio Libre la semana pasada arregló menos los problemas de mercado y se dedicó a configurar una nueva relación geopolítica con el fortalecimiento productivo de México y la apatía de Canadá. Firmado en 1994, el Tratado cumplió con el objetivo geopolítico de Estados Unidos en las presidencias de George Bush Sr. y Bill Clinton: subordinar la política exterior de México a los intereses de dominación estadounidense. Los presidentes George Bush Jr., Barack Obama y Donald Trump se desentendieron de México y de la región Iberoamericana y caribeña.
La geopolítica de los conflictos en el continente americano se desvío del modelo de seguridad nacional de la guerra fría y se complicó con los temas prioritarios de crimen organizado transnacional, migración estimulada por la pobreza y la violencia y falta de decisiones para construir un mercado productivo continental. La crisis migratoria de 2019 a la fecha aparece como el primer problema de seguridad nacional de Estados Unidos, sobre todo por los indicios de que está más estimulada por cárteles criminales y traficantes de personas que por la necesidad real de huir de las crisis en los países del río Bravo a la Patagonia.
Sin edad necesaria ni cohesión interna, el presidente Biden ha enfocado la poca energía que le queda y el menguado liderazgo doméstico para construir un bloque norteamericano viable solo con Canadá y México, pero con la grave carencia de una interpretación realista del colapso económico, social y político de los países de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe.
La nueva agenda de Estados Unidos posterior a la guerra fría la redefinido Biden en temas concretos que no alcanza a construir un liderazgo autoritario en la región: cambio climático, crimen organizado, pobreza, violencia delictiva, narcotráfico y la democracia como el defecto centralizador y dinámico del liderazgo de la Casa Blanca.
El principal problema de la prioridad de seguridad nacional continental de Biden se encuentra en la fractura social, política, racial, ideológica y de violencia hacia el interior de Estados Unidos y el acotamiento del modelo de bienestar que durante decenios construyó un verdadero consenso nacional mayoritario. La principal amenaza de Biden radica en el desplome de su aprobación debajo de la línea de flotación de 50% y los indicios del fortalecimiento político de una ultraderecha racial que está potenciando el posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
Si EU, Rusia, China e Irán carecen de fuerza para reconstruir el modelo unipolar estadounidense, entonces el mundo verá una agitación en la construcción de zonas de influencia parciales que no garantizarán la estabilidad que ofreció la guerra fría.
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