Echeverría liquidó las reglas del tapadísimo y creó el dedazo

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Testigo directo y activo de los procesos de sucesión presidencial de 1958 y 1964, Luis Echeverría Álvarez terminó con el juego interno en la cúpula del poder para la selección negociada del candidato presidencial priísta e instauró el método directo del dedazo personal.

Hasta la nominación de Gustavo Díaz Ordaz como sucesor de López Mateos en 1963, el mecanismo pasaba por una serie de reglas, acuerdos y pactos secretos para mantener la cohesión de la clase política entonces con muchas figuras con autonomía relativa.

En 1975, Echeverría aplicó el juego del gato y el ratón a la candidatura presidencial: ordenó la difusión pública de una lista de seis precandidatos, provocó una guerra interna entre grupos priístas y dijo que el candidato sería producto de una auscultación en todos los niveles del sistema político, pero al final señaló con el dedo de oro presidencial –caracterización de Guillermo Sheridan– al precandidato que estaba en el último lugar, carecía de grupo político y de poder y era considerado por Echeverría como su hermano de juventud.

El proceso de sucesión pasó entonces a una decisión unipersonal, aunque pagando el costo de fracturas internas, división de grupos y resentimientos por los engaños. Hasta el propio Echeverría, la sucesión presidencial era un método político de equilibrios al interior del sistema y obligaba al feliz agraciado –ungido, señalaría la gramática priísta– a negociar con todos los grupos para mantener la unidad.

En 1975, el candidato natural del viejo método era Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación en el gobierno de Echeverría, y subsecretario de Gobernación, el principal colaborador de Echeverría en el gobierno de Díaz Ordaz. La principal interpretación de entonces señalaba que López Portillo sería un títere y que Echeverría seguiría gobernando de manera indirecta como jefe máximo al estilo Plutarco Elías Calles.

Sin embargo, el poder presidencial es indivisible y López Portillo se negó a ser el títere y fue sacando a Echeverría de los espacios de poder, reproduciendo a nivel moderno el exilio del presidente Cárdenas al expresidente Calles por la designación de Echeverría como embajador en las islas Fiji, justo al otro lado del globo terráqueo.

Echeverría engañó a todos los precandidatos: el día del destape los reunió en la Casa del Obrero Mundial para una junta de trabajo y ahí llegó la información de que justo en ese momento Fidel Velázquez estaba destapando a López Portillo como candidato en la Secretaría de Hacienda en Palacio Nacional, mientras los otros cinco precandidatos estaban encerrados y a oscuras por la exhibición de una película.

A partir de la sucesión presidencial de 1981, los priístas perdieron la ingenuidad y nunca más creyeron en las listas presidenciales oficiales que utilizaron los presidentes De la Madrid, Salinas de Gortari, Zedillo y Peña Nieto, porque el juego de listas públicas quería ocultar el método del dedazo presidencial en la selección del verdadero valido.

El viejo método de auscultación en la designación del candidato formaba parte de la más importante regla del juego político del sistema priísta y buscaba a lo largo de cada sexenio construir las alianzas para que el PRI llegará fortalecido y unido a la elección presidencial. Como funcionario del PRI, luego oficial mayor de Gobernación y subsecretario de Gobernación, Echeverría fue testigo directo de las disputas graves entre los grupos sucesorios en 1958 y 1964, pero todos manteniendo la disciplina por los acuerdos obligados del candidato seleccionado.

Díaz Ordaz siempre supo que su candidato presidencial sería Echeverría y no Antonio Ortiz Mena (Hacienda) o Alfonso Corona del Rosal (Departamento del DF) o su brazo derecho Emilio Martínez Manatou (Presidencia). Como candidato, Echeverría rompió su dependencia absoluta de Díaz Ordaz y estuvo a un segundo de ser cambiado como candidato por el minuto de silencio guardado en la Universidad Nicolaíta de Michoacán en memoria de los estudiantes fallecidos en Tlatelolco.

Al destruir el modelo consensuado de sucesión presidencial, Echeverría marco el principio del fin del sistema político priísta.

 

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