Ahora resulta que la Constitución mexicana vigente es la ideal, representa a la abrumadora mayoría de los mexicanos y constituye el proyecto nacional, sólo que con la circunstancia agravante de que se trata de un documento parchado mil y una veces, lleno de contradicciones, plagado de errores gramaticales y acomodaticia al mejor postor.
En 1969, el historiador Daniel Cosío Villegas publicó varios artículos en el periódico Excelsior para plantear la necesidad de volverla a redactar, pero fue prácticamente crucificado por el régimen presidencial priista por atreverse a siquiera mirar a la Carta Magna con ojos críticos.
Hoy todos se han desgarrado las vestiduras saliendo en defensa de la Constitución, a pesar de los más de 700 parches que la han dejado como un Frankenstein con respecto al documento básico presentado por Venustiano Carranza como primer jefe del Ejército constitucionalista en 1917 y aprobado por diputados constituyentes que se forjaron en una ideología de izquierda, con un articulado de socialismo utópico y sobre todo a partir de los postulados del programa de Partido Liberal también de tipo socialista.
La Constitución ha sido siempre un traje a la medida del presidente en turno de la República. Por ejemplo, el presidente Cárdenas introdujo en diciembre de 1934 una reforma al artículo 3 para establecer con todas sus letras que “la educación será socialista”, pero 12 años después, en diciembre de 1946, el presidente Miguel Alemán borró ese concepto y estableció la educación sin ideología y basada en el modelo de bienestar social por encima de la democracia. Por si fuera poco, la revolución de Cárdenas dentro de la Constitución —reparto agrario, como eje– se convirtió en una contrarrevolución dentro de la Constitución por la reforma del presidente Alemán a favor del amparo agrario.
La Constitución original se diseñó alrededor de la figura del Estado, e inclusive con uno de los postulados más revolucionarios, inclusive, muy cercano al marxismo del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels de 1848: el dominio del Estado. Los constituyentes mexicanos le otorgaron al Estado la propiedad del suelo y del subsuelo y determinaron que decisiones del Estado establecerían la dimensión de la propiedad privada.
El 2 de julio de 1960, el presidente López Mateos en Guaymas señaló con claridad: “mi gobierno es, dentro de la Constitución, de extrema izquierda”. A partir de la Constitución, el presidente Echeverría desarrolló una política de expansión económica, política e ideológica del Estado que provocó una guerra conservadora de la derecha empresarial, similar a la que los comerciantes de Monterrey instrumentaron contra decisiones del presidente Cárdenas.
El presidente Miguel de la Madrid reformó la Constitución para introducir un concepto ambivalente: la rectoría del Estado, que lo mismo sirvió para consolidar la hegemonía del sector público que para acotar su influencia. Y el presidente Carlos Salinas de Gortari reformó la Constitución para liquidar el Estado como rector, desarrollar una contrarrevolución neoliberal y colocar al mercado por encima del Estado.
Con el apoyo del PRI salinista neoliberal, del PAN de los empresarios conocidos como los bárbaros del norte y del PRD de los Chuchos ya en fase oxímoronica de izquierda neoliberal, el presidente Peña Nieto reformó la Constitución en 1914 para liquidar el Estado de la Constitución de 1917 e imponer el Estado neoliberal del Pacto por México. Y el neoliberalismo del PRI-PAN de 1982-2018 reformó la Constitución para crear en México el modelo neoliberal de Robert Nozick del Estado mínimo.
Entre las reformas políticas de Peña se creó la doctrina Woldenberg de la democracia de mercado como ideología conservadora que violaba el modelo ¡populista! de Miguel Alemán en el artículo 3 constitucional de asumía a la democracia “no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo” y sustituyó este criterio revolucionario por el de la democracia de mercado, convirtiendo en el aspecto procedimental del acto de votar en el contenido filosófico-ideológico de lo que debería ser la democracia.
En este contexto, los constitucionalistas de hoy se rasgan las vestiduras colocando a la Constitución en el altar del neoliberalismo político y se olvidan de que la actual Carta Magna nació de una revolución social, popular y socialista-utópica. Y que la Constitución neoliberal de mercado es la que definieron de la Madrid-Salinas-Zedillo para la economía de mercado sin compromisos sociales.
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Política para dummies: la política está aquí, sólo que no la quieren ver.
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