Aunque todos los argumentos legales fundamentaban la culpabilidad del policía Derek Chauvin en la violencia en el arresto mortal de George Floyd en mayo de 2020, el juicio y sobre todo los tiempos previos al dictamen del jurado dejaron indicios de una justicia mediática: hace veintinueve años el taxista afroamericano Rodney King fue molido a toletazos por la policía y en 1992 un jurado absolvió a los acusados, lo que provocó uno de los motines sociales más espectaculares de la historia estadunidense. Ahora el dictamen del jurado fue precedido por la amenaza de una representante legislativa de salir a las calles a estallar la violencia si Chauvin era declarado inocente.
El problema de los juicios con jurados populares radica en la administración de argumentaciones y pruebas que logren convencer a doce personas a votar culpabilidades o no-culpabilidades (no inocencias) de acusados de delitos. Son muchas las historias reales de jurados comprados, engañados, molestos y apresurados que han enviado a la cárcel a inocentes, y otros casos, también, de decisiones históricas.
El caso del policía Chauvin se centró en el tema de la violencia, no del racismo: un policía blanco usó fuerza excesiva contra un ciudadano afroamericano, pero no ahondó en las razones del arresto. Y, sobre todo, fiscal, abogado defensor, juez y jurados tampoco quisieron sentar en el banquillo de los acusados al principal responsable de la brutalidad policiaca: las reglas de combate para asuntos policiales, a veces más severas que las aplicadas en guerras convencionales. En estricto sentido, el policía aplicó el reglamento que le enseñaron en la academia y eludió interactuar con el detenido. Y como Floyd era una persona de altura y fuera, entonces las reglas policiacas también son claras en el uso de la fuerza en diferentes niveles, de la disuasiva a la letal. La rodilla en el cuello es un procedimiento legal para inmovilizar a detenidos, aunque las reglas no señalan grados de presión.
En el fondo, el caso Floyd reveló el papel que juega la policía en EEUU: un mecanismo autoritario, de fuerza y de letalidad para el control social de la población. Es imposible dialogar o exponer razones a un policía estadunidense; ellos, en realidad, no están preparados para razonar o consensuar; aplican la ley: arrestar a un presunto delincuente. Por eso los policías tiene el derecho a desenfadar su arma y apuntar al presunto detenido para obligarlo a someterse a las esposas inmovilizadoras. Ya después, ante un juez, expondrá razones.
El uso de la fuerza en la policía estadunidense tiene que ver con dos hechos: los dos perfiles raciales que son considerados peligrosos son precisamente los afroamericanos y los hispanos, justo los más afectados por la brutalidad policiaca. Pero en los afroamericanos hay un componente histórico: sean o no culpables, estén atrapados en persecuciones o in fraganti, todos los responsables arguyen racismo. Y lo mismo ocurre con los hispanos. Solo que en indagaciones policiacas se han llegado a datos en el sentido de que se trata de dos perfiles raciales con mayor tendencia a l violencia criminal. Hace poco un agente del FBI afroamericano fue arrestado y sólo se identifico hasta el final como para probar que los policías, sean blancos o afroamericanos, actúan con prejuicios raciales: lo vieron de minoría afroamericana, no bien vestido y de inmediato fue tipificado como delincuente.
La policía en EEUU es un aparato de represión, no de administración de la justicia: la policía impone el imperio de la ley y los jueces se encargan de darle un sentido de orden social. Los policías carecen de capacitación en derechos humanos, interpretación de las leyes y administración del uso de la fuerza; pueden disparar si sienten que su vida está en peligro. Y si bien se cometen muchos errores, de todos modos, al final lo que vale es el papel policiaco de guardianes del orden establecido. Los toletazos a manifestantes en marchas no autorizadas nunca son castigados.
Los policías que golpearon a King y los que participaron en el arresto de Floyd que termino en su muerte son, pues, parte de una estructura de control autoritario del orden establecido. Hay que vivir las calles de EEUU para entender el grado de violencia y sobre todo para saber de la inconciencia social de delincuentes y terroristas. Las masacres por personas que compraron armas de manera legal han sido provocadas por radicalismos mentales inflexibles.
Y el juicio contra Chauvin tampoco quiso meterse con el tema del racismo. Policías afroamericanos que patrullan con energía barrios afroamericanos son recriminados por afroamericanos por estar al servicio del blanco represor. Al final ce cuentas, el orden social y económico establecido se asume en EEUU como wasp –en inglés: blanco, anglosajón y protestante, los tres valores históricos prevalecientes–. Inclusive, los delincuentes afroamericanos de cuello blanco son peor tratados que los blancos.
El racismo está metido en el alma del ser estadunidense. El enorme estudio titulado An american dilemma. The negro problem and modern Democracy, del economista sueco Gunnar Myrdal (dos volúmenes 1944), premio nobel de economía 1974, se metió hasta el fondo del asunto y concluyó que el racismo no es una conducta de mayoría, sino una definición de raza y de clase. Y por eso el racismo nunca tendrá una solución. Ahora mismo el grave temor social es la existencia de racistas subyacentes, que en la superficie conviven y hasta defienden a las comunidades afroamericanas, asiáticas e hispanas, pero que en el fondo quisieran verlas fuera del territorio estadunidense.
El policía Chauvin fue encontrado culpable; dicen que podría pasar hasta treinta años en la cárcel; pero hay ya datos de que podría salir libre en una revisión de su caso. Porque en el fondo, el racismo en EEUU es un asunto de sociedad, no de delitos.
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