Partidocracia no democrática

0
1318

Columna publicada originalmente el 11 de octubre de 2010.

El Instituto Federal Electoral cumplió veinte años sumido en una crisis acumulada de credibilidad, pero aun así se enfila hacia la renovación de tres consejeros no ciudadanos sino como representantes de los partidos políticos. El IFE se reconfirmará como el eje de la partidocracia.

En medio de la crisis provocada por el polémico saldo electoral de las elecciones de 1988 –que operó Manuel Bartlett Díaz como cancerbero del PRI–, la decisión de fundar el IFE se sustentó en la aplicación de un modelo político de relevo del agotado sistema presidencialista: el sistema de partidos. Pero en lugar de ser el pivote de este nuevo modelo de gobierno, el IFE quedó atrapado por las redes de poder de los partidos políticos.

Los próximos tres nuevos consejeros electorales, que supuestamente representarían con su apartidismo a la sociedad en su totalidad, van a llegar como cuota de poder de los tres principales partidos: PRI, PAN y PRD. Así, el IFE profundizará su condición de rehén de la partidocracia, aunque con el síndrome de Estocolmo: enamorado de sus secuestradores.

El modelo de sistema de partidos fue decidido por Carlos Salinas en 1990 para enfrentar el desmoronamiento de la credibilidad electoral que provocó el saldo electoral presidencial de 1988 y para salvar el dominio del PRI. La decisión buscó disminuir el control del gobierno federal sobre las elecciones, cerrar las puertas de la Comisión Federal Electoral de Gobernación, crear un organismo autónomo y dotarlo de consejeros primero ciudadanos y luego electorales sin militancia/representación partidista. Con ello, el juego político se trasladó a los partidos. La clave de Salinas radicó en la presencia dominante del PRI en los nuevos organismos.

El sistema de partidos, basado en los razonamientos de Maurice Duverger y Giovanni Sartori, operaba como el centro de las decisiones. Salinas nunca pensó en un sistema parlamentario ni mixto. Por la forma de construir el modelo, con el PRI y su cláusula de gobernabilidad, el partido tricolor podría mantener su hegemonía. En este contexto se localiza, por cierto, buena parte del basamento teórico de Manuel Camacho Solís y su esquema de alianzas PAN-PRD. Camacho participó en las discusiones salinistas del modelo político que debía de sustituir al deteriorado presidencialismo autoritario. Las alianzas replantearían el sistema de partidos para conducir al país a un bipartidismo PRI-PAN/PRD.

Lo malo del sistema de partidos es que tenía condiciones casi indispensables: la capacidad de negociación en espacios políticos y de poder, su representatividad en el parlamento asumida bajo la doctrina de la alternancia sin hegemonías y sobre todo la ausencia de polarización política e ideológica para garantizar la gobernabilidad, es decir, el equilibrio funcional entre demandas y ofertas políticas.

El IFE fue creado para darle esencia al modelo de sistema de partidos. Sin embargo, su instrumentación cometió cuando menos tres errores: hacer depender del Congreso y sus representaciones partidistas la designación de los consejeros, incluir en su seno a representantes de partidos como cuñas que han impedido el funcionamiento y crear institutos electorales estatales con los mismos vicios al reproducir a nivel local el intervencionismo de ejecutivos estatales y congresos. Ello ha llevado a que la actual composición del IFE esté dominada por la mediocridad, la falta de autoridad y la espada de Damocles de los partidos. En lugar de que el IFE controle a los partidos, éstos avasallan al instituto.

En este contexto, el IFE es otra prueba de que el régimen político mexicano ya no da de sí y que se requieren superar las limitaciones del sistema de partidos. El IFE debería reducirse a su expresión de organizador de elecciones, con una estructura sin representantes de partidos ni de poderes. En otros países las oficinas que organizan elecciones tiene funcionarios sin espacios mediáticos. Pero el IFE se ha convertido ya en una instancia de poder. Por ejemplo, controla la credencial del IFE –que se obtiene de buena fe– y se niega a que el gobierno cree la cédula de identidad de población.

Sin embargo, como instancia de poder, el IFE se ha atrincherado en su muralla política y va a caer en el error tradicional de organismos similares: el resane de sus estructuras cuarteadas, cuando el país necesita de un nuevo modelo de organización de elecciones lejos de los partidos. Los próximos tres consejeros electorales llegarán como representantes de los partidos dominantes en el Congreso y van a profundizar la crisis de credibilidad del organismo.

La crisis del IFE reproduce la crisis del modelo de reforma política instrumentada por los gobiernos de Salinas, Zedillo y Fox: la creación de organismos autónomos en tareas que antes controlaba absolutamente el PRI; pero esos nuevos organismos nacieron con el virus priísta de una infección de poder: el Congreso, la Corte Suprema, la Comisión Nacional de Derechos Humanos y el Instituto Federal de Acceso a la Información, como el IFE, son facsímiles a escala del viejo sistema de dominación/hegemonía priísta porque representan la estructura del poder de los partidos en el Congreso. Por eso es que sólo basta que haya una nueva hegemonía partidista –PAN-PRD– para controlar a los organismos de poder.

La celebración del IFE será políticamente deprimente: exaltar la existencia de un organismo cuya ineficacia representa-reproduce la crisis de la gobernabilidad política del país, aunque sin perder el buen humor de los autoelogios.