Las elecciones de mediados de sexenio y sus tres mil quinientos cargos en disputa serán una forma de redistribuir el poder después de las presidenciales del 2018: la mitad de los gobernadores, toda la cámara de diputados y casi el 75% de las presidencias municipales. A ello se agregan tres partidos: dos nuevos y uno reciclado, aunque los tres articulados a Morena.
Y en medio de todo, una gran coalición electoral más marcada de expectativas que de posibilidades: el PRI y el PRD neoliberalizados, el PAN como eje de la derecha, la Coparmex patronal y su neoliberalismo radical como aglutinador de grupos minúsculos que incluyen, como símbolo, a la ultraderechista Unión Nacional de Padres de Familia opuesta de manera histórica a los libros de texto gratuito, e incorporadas figuras individuales de los escenarios de la sociedad civil e intelectuales desplazados por el actual centralismo gubernamental.
Aunque el escenario debiera ser mayor, el centro de la disputa electoral estará entre Morena –53% de votos presidenciales y 51% de mayoría absoluta en la Cámara de Diputados en 2018– y en tres temas vitales: disminuir su mayoría en la Cámara, frenar el avance morenista en estados de la república y disminuir el liderazgo presidencial para las elecciones presidenciales de 2024.
La expectativa se ha trasladado a la gran coalición opositora, no por tamaño físico sino porque sería la primera vez de una polarización extrema: el partido del gobierno contra todos los demás. Las posibilidades de la coalición no se ven claras porque en política la suma de las partes no construye todos sólidos en automático. El PRI bajó a una votación presidencial en el 2018 de sólo 13% y hoy tiene apenas el 9.6% de las diputaciones; el PRD que nació del 33% de votos para Cárdenas en el Frente Democrático Nacional de 1988 se derrumbó a 2% de diputados y el PAN disminuyó de una punta de 40% de votos en el 2000 –sin contar con aliados– a su histórico 15% legislativo.
La participación de personalidades intelectuales, de la sociedad civil y de organizaciones conservadoras nunca ha garantizado votos y sí ha exigido altas posiciones de poder. En este sentido, la viabilidad y fuerza de la alianza opositora dependerá de una buena distribución de candidaturas. Y ahí se prevén naufragios. Por ejemplo, el PRD apenas pudo arañar el 5% de votaciones legislativas y logró el 2% de diputados y tuvo la asignación de 50 candidaturas de las 150 de la coalición, un tercio, pero con la certeza de que carece de liderazgos reconocidos y viene de un tráfico deleznable de candidaturas en elecciones anteriores, Y el PRI llega controlado por el grupo político impresentable de José Murat Casab.
Las posibilidades de la coalición opositora dependen de expectativas y no de trabajo político o de construcción de liderazgos sociales. El discurso político opositor pretende conseguir tendencias de votos colocando la crítica al presidente López Obrador como eje de la campaña, con el riesgo de que la aprobación presidencial –60% promedio– corra en contra de los deseos de la oposición. La falta de un discurso, una propuesta y un frente de personalidades con credibilidad le va a restar posibilidades a la oposición, con la circunstancia agravante de que en campaña siempre hay disputas entre los partidos que derivan en tropiezos para la recolección de votos.
Morena tendrá problemas y los más importantes se centrarán en la distribución de candidaturas. Las asignaciones de plazas para gobernadores provocaron, casi todas, desencanto en los perdedores y amenazas de pasarse a otros partidos. Pero el problema radica en el hecho de que no hay más que dos bloques de poder: el de Morena y sus aliados y el de la oposición PRI-PAN-PRD. De los diez partidos registrados a nivel nacional, PT, PVEM, PES, Fuerza Social y Redes Progresistas –cinco– estarán aliados a Morena; el bloque PAN-PRD-PRI operará aliado en la Cámara y Movimiento Ciudadano apostará a la soledad como partido que no le dará más votos en las urnas, además de que no tendrá más remedio que votar con la alianza tripartita PAN-PRD-PRI en la cámara.
Lo que queda por prever estará en el comportamiento electoral de la ciudadanía. Sin la figura presidencial en las boletas, se estima una baja en la asistencia a las urnas. Algunos analistas consideran que las votaciones de gobernadores, diputados locales y alcaldes podría dinamizar el ánimo local para votar, pero hay que registrar el cansancio social por la pandemia y la decepción por el papel de los gobernantes y políticos.
Y si bien el presidente López Obrador no estará en la boleta, sí tendrá una presencia prioritaria en el discurso político en los tiempos de campaña con su presencia diaria en la conferencia de prensa matutina. Hasta ahora la oposición no ha podido construir un contradiscurso político diario para encarar la dinámica presidencial para fijar la agenda diaria y no se percibe que los liderazgos de la alianza opositora estén trabajando en una competencia mediática de discursos.
Al final quedará el tsunami del desprestigio del viejo sistema PRI-PAN-PRD que está arrastrando a las figuras intelectuales y sociales al lodazal de la política de esos partidos en el pasado reciente, pues el voto a favor de López Obrador y Morena en el 2018 fue, en el fondo, un voto de repudio contra los vicios de la política prianperredista, y menos tendrán sus candidatos aceptación social si vienen los aliados de los desprestigiados liderazgos actuales de esos partidos que armaron la alianza. El discurso presidencial está construyendo una elección plebiscitaria no sobre el presidente López Obrador, sino sobre la herencia de corrupción, pobreza y deterioro moral del pasado PRI.PAN-PRD.
Lo único que se puede adelantar sobre el 2021 político es que no se ratificará el campanazo lopezobradorista del 2018, pero tampoco habrá una primavera opositora y que al final el equilibrio político quedará más parejo y dificultará la sucesión presidencial tersa que se quiere prefigurar para el 2024.
@carlosramirezh
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