EU: crisis del Estado de bienestar de los sesenta

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Como lo establece Arthur Schlesinger en su teoría de los ciclos estadounidenses, Estados Unidos parece estarse hundiendo en una crisis de transición que debió haber encarado en 1989 y que pospuso por el disfrute de las derrotas del comunismo soviético.

Las elecciones legislativas y de gobernadores del próximo martes 8 de noviembre –escasos 28 días a partir de la publicación del presente artículo– van a iniciar uno de los periodos más intensos de reorganización del sistema político estadounidense que no se había visto desde las grandes reformas sociales de los años sesenta para liquidar el viejo orden excluyente de la segregación racial, atender la pobreza de importantes sectores de la sociedad y consolidar la hegemonía militar de Washington en el mundo.

La crisis actual de Estados Unidos tiene que ver con el agotamiento del consenso interno dividido en una política interior de progresismo social y acumulación de derechos y una política exterior imperialista. El modelo pendular permitía la oscilación entre un conservadurismo social republicano y un progresismo autoritario demócrata, todo un desafío para cualquier modelo teórico de las ciencias sociales, pero que se entendería con referentes recientes que todos conocen: el presidente Obama ganó la Casa Blanca por un voto social acreditado a su origen afroamericano, aunque sus funciones nada hayan avanzado los derechos de la comunidad afroamericana y sí le haya dado más vigencia a la salvación del sistema capitalista que se colapsó en 2008, al tiempo que mantuvo y expandió los enfoques de dominación imperial en el mundo que había prometido atenuar en sus discursos pacifistas que le merecieron el desprestigiado premio Nobel de la Paz que antes había recibido nada menos que el estratega imperialista Henry Kissinger.

Los límites pendulares se movían en decisiones de derechos sociales y distensiones internas y políticas republicanas estrictas en materia fiscal y de defensa agresiva. Pero he aquí que llegó el presidente Donald Trump como el demonio de Tasmania caricaturizado por dar vueltas huracanescas sobre sí mismo como un verdadero tornado y modificó los consensos básicos del régimen norteamericano estudiado por el vizconde de Tocqueville.

En cuatro años, Trump destruyó el consenso central de Estados Unidos y marcó nuevos límites polares en términos de la relación de la sociedad no propietaria con la sociedad empresarial. El sistema político se movilizó en 2020 para evitar la reelección de Trump, pero la incapacidad del presidente Biden y el agotamiento del modelo consensual social no pudieron reparar la polarización del trumpismo ya no solo en la figura de un personaje aún no analizado en su verdadera dimensión, sino la radicalización posconservadora de la sociedad.

A pesar de las trampas electorales y contables de votos, Estados Unidos se dividió entre una sociedad progresista-conservadora y un conservadurismo-racista proveniente del enfoque religioso de los ingleses puritanos que llegaron a construir Estados Unidos a América. Uno de los datos que debe analizarse en esta nueva configuración social de EU está a la vista: el avance en el derecho social al aborto en los sesentas y los setentas, y la decisión de la Corte Suprema de anularlo ya no –como ocurrió con Trump– solo reduciendo apoyos económicos públicos a las clínicas, sino regresándolo a su configuración delictiva.

Trump estaría perfilando la sociedad racial anterior a la derrota de la segregación, pero Biden, los demócratas y los republicanos conservadores en lo fiscal y geopolítico han carecido del talento y la grandeza para consolidar a la sociedad estadounidense que fue capaz de superar la segregación y consolidar una fase de desarrollo social generalizado.

La preocupación social y política en Estados Unidos radica en la violación de las reglas de la convivencia democrática para ir arrinconando a Trump y a sus seguidores y evitar su consolidación como fuerza política dominante. Sin embargo, una reciente evaluación llegó a la conclusión de que aproximadamente el 90% de los candidatos republicanos al congreso y a las gubernaturas estaría coincidiendo con el enfoque regresivo histórico de Trump, es decir, la gran victoria política conceptual del expresidente para convertir sus propuestas en una ideología política de largo plazo. Los sectores conservadores de la sociedad norteamericana más allá de las capitales de los cinco principales estados –es decir: la sociedad de la América profunda— llevaron a Trump a la presidencia en el 2016, no participaron de manera activa en el 2020 y ahora en 2022 iniciarán su regreso para restaurar a Trump y al trumpismo en la Casa Blanca.

La alianza neoconservadora pragmática de demócratas-republicanos de un verdadero discurso social en tanto que los demócratas –como se vio en los ocho años de Obama en la Casa Blanca– solo se dedicó a salvar la vigencia del capitalismo de los ricos, a costa de seguir deteriorando la condición social del capitalismo de los pobres. La decisión del presidente Biden de regalar dinero para que los pobres pudieran enfrentar la recesión pandémica no tuvo ningún efecto en una nueva reconfiguración de la mentalidad social, sino que solo reveló la comodidad de recibir cheques de dinero regalado en lugar de salir a buscar empleo o de emprender actividades que el capitalismo intermedio había convertido en casi un modelo económico de las clases medias fuera del ámbito de dominación del 1% de los superricos.

Las elecciones de noviembre de este año mostrarán el músculo de Trump, el trumpismo y la ola ultraconservadora racista, mientras los demócratas conservadores no tienen discurso ni figuras para confrontar el estilo atrabancado del expresidente Trump. De esas elecciones saldrá el escenario de Estados Unidos para cuando menos los próximos 50 años.

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