Juan José Vijuesca
De aquella famosa película de los 80 “El cartero siempre llama dos veces” se desprende que la maldad humana es insatisfecha por naturaleza. Jack Nicholson (Frank) y Jessica Lange (Cora) en sus respectivos papeles, reflejan cuan sórdida puede ser la vida cuando el inescrutable destino, ese hipotético cartero que siempre llama dos veces, irrumpe con la codicia compulsiva y con la mentira ilimitada para mortificar la vida de los demás.
Para mi artículo de hoy he elegido al virus SARS-Cov-2 como protagonista principal, que como todo el mundo sabe desarrolla la enfermedad de la COVID-19. Una canallada existencial que nos explota y avanza contra la especie humana merced a una supuesta y programada perversidad. A diferencia de la película citada en donde la erótica juega un papel predominante, aquí lo más que hace este virus es encamarse con los infectados para doblegarles el cuerpo y la mente. Y eso en la versión vírica de hoy, pues en la primera ola y la segunda, el reguero de muertos es de escalofrío. Por cierto, fallecidos que forman parte de las frías estadísticas y de la indiferencia de quienes cada equis tiempo se autoproclaman vencedores de la pandemia. Una vez más la indecente mentira de unos pocos cierra el paso a la verdad de los muchos. Es la parte más abominable de la existencia.
Y en esta profanación de la falta de honradez responsable nos encontramos de nuevo. Este virus vuelve a llamar a nuestra puerta, mas no esperen otro murciélago ni cualquier bicho de la China profunda a quien echarle la culpa. A día de hoy la única realidad es la mano del indecente congénere que mece el destino de la humanidad. La obsesión por el desprecio a la dignidad humana es la causa de todos los males que nos invaden y de ahí la cantidad de calamidades, sandeces, y tropelías que nos van destruyendo como especie.
Difícil abstraerse cuando la balanza entre el mal y el bien ha invertido el valor de la certeza dando paso al engaño contumaz como símbolo de adoración. Es la nueva seducción que atenaza, acobarda y esclaviza. Primero la actual mendiguez de la lengua flagelando el origen de nuestra propia etimología. Después cercenan nuestra cultura, apagan las luces de la razón y esquilman nuestros valores, de tal manera que la libertad de elegir se diluye cediendo el paso al engaño y a la codicia. Estos diabólicos personajes son quienes nos entristecen la vida con sus consignas y privilegios vendiéndose a precio tasado de favores.
Si la sociedad actual en esta parte del planeta ha crecido de manera exponencial en diversos campos, en otros tengo la sensación de que los menguados del intelecto se han ido adueñado de esa parte del progreso que nos correspondería a todos. La nueva religión, la nueva educación, la nueva ideología y, en definitiva, la nueva moral, han invadido de manera sibilina nuestros aposentos. El yo preponderante, egocéntrico de quien manosea su gloria como si fuera el mismísimo dios Hermes, se alza sobre los pueblos con sus gentes cada vez más errantes y más pobres. Es el regreso al pasado más abrupto, oscuro y tenebroso.
Mientras tanto se juega al juego de la vacunación, al éxito de lo arcano, a sacar pecho con la retranca de ser mejores que otros países vecinos que ahora recaen y vuelven a confinar como hace dos años, mientras en esta España cada día aumenta lo incierto, lo vulgar, la contemplación del abuso, el premiar al canalla y castigar al inocente y por qué no decirlo, con unos ciudadanos cada vez más hastiados por tanto sacrificio baldío, descreídos de los cuentos de Moncloa mayormente fascinados por poner en valor las memorias del pasado que fortalecer un presente que nos sirva de buen futuro. El magma de la calle comienza a sentir el resquemor de la falacia, de lo inútil, de lo que se avecina por la falta de verdades y por la impostura de cuantos suben impuestos y bajan salarios. Cada vez son más las familias que sufren de privaciones mientras la clase política goza y retoza en la opulencia del gasto fácil y suntuoso.
En fin, tengo la sensación de que este virus es algo más que una simple vacuna. En este mar de dudas algo se asemeja al desenlace de la película esa del cartero: “la codicia se impone al amor” Mal asunto.
Escritor
Publicado originalmente en elimparcial.es