Escritores soldados (IV)

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Martín-Miguel Rubio Esteban

Bernal Díaz del Castillo ( 1492-1581 ). Conquistador y el mejor historiador de la conquista de Méjico. A pesar de ser un simple soldado, Díaz del Castillo era un hombre con educación humanista. Llegó al Nuevo Mundo en 1514, a las órdenes de Pedrarias Dávila. De Darién pasó a Cuba y participó en las expediciones de Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva, para finalmente alistarse en la expedición de Hernán Cortés a Méjico. Fue premiado con una encomienda en Guatemala, donde murió. Allí leyó la historia oficial que sobre la hazaña de Cortés escribió Francisco López de Gómara, que le causó una gran indignación y los movió a escribir su propio recuento de los hechos. Tenía más de setenta años cuando comenzó a escribir la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Él mismo hizo una aceptable copia del libro hacia 1578, pero no se publicó hasta 1632. Díaz fue amigo de Cortés y su fiel admirador durante toda su vida. No posee el barniz literario de López de Gómara y por ello es mucho más accesible al lector moderno que aquél. Describe los hechos que vivió, pero también los sentimientos de la tropa y de él mismo frente a los hechos vividos, incluso el miedo que sintió antes de entrar en combate. El libro cubre las dos expediciones exploratorias a lo largo de la costa mejicana, la marcha hacia la ciudad de Moctezuma, la huida de los españoles durante la sangrienta Noche Triste y su final victoria en Cuauhtémoc. Narra también las intrigas en España, Cuba y La Española, la marcha sobre la jungla hondureña y el triunfo final del gran Cortés. Contradice a Las Casas, pues afirma que los conquistadores no sólo iban motivados por la sed de riquezas y joyas, tierras y esclavos, sino también por un celo y afán misioneros, por su lealtad a España y por la noción de la gloriosa empresa que España estaba llevando a cabo como todo un destino manifiesto. Como escritor, Díaz es menos tendencioso que López de Gómara. Su sentido de la tragedia se muestra especialmente en las escenas en las que intervienen los simples soldados, entre los que se mueve como testigo de su lucha. Díaz pinta a los conquistadores y a los hombres de a pie con exactitud y rudeza, lo mismo que narra las maravillas de la ciudad azteca o la nobleza de los reyes indígenas, aunque no duda jamás sobre la tarea que Dios ha encomendado a los españoles. La mejor edición de la obra se publicó en Méjico en 1955, y es una delicia de ser leída.

Bernardino Fernández de Velasco, Duque de Frías ( 1783-1851 ). Poeta y dramaturgo. Inició su vida militar en el cuerpo de la Guardia Valona, en el que permaneció hasta 1802. A pesar de que su padre era un declarado bonapartista, Bernardino Fernández de Velasco tomó parte en numerosas batallas contra los franceses, en las que obtuvo el grado de coronel y la Cruz de San Fernando. Como soldado y diplomático representó a España en Inglaterra de 1820 a 1823, durante el llamado Trienio Liberal. Sus Obras poéticas muestran la influencia de Quintana y de su amigo zamorano Juan Nicasio Gallego – con quien compartió el exilio en Francia -, especialmente en las Odas “A Pestalozzi” ( el famoso pedagogo suizo ) y “A las bellas artes”. Asimismo compuso un precioso soneto al Duque de Wellington. Escribió también una pieza de teatro, Don Juan de Lanuza ( 1837 ), el rebelde aragonés que con total ceguera se enfrentó a Felipe II.

Diego de Hurtado de Mendoza ( 1503-1575 ). Soldado, humanista, espléndido historiador de estilo salustiano, poeta y diplomático. Era descendiente directo del marqués de Santillana, nieto del embajador de los Reyes Católicos ante la Santa Sede e hijo del conde de Tendilla, que fue gobernador de Granada después de su reconquista en 1492. Estudió humanidades en Granada y Salamanca y hebreo, árabe, griego y latín. De niño tuvo como preceptores a Pedro Mártir de Angleria, Agustín Nifo y Montesdoca. Su familia lo destinó al sacerdocio, pero en cambio él se alistó en el ejército y combatió valerosamente en Pavía ( 1525 ) y Túnez ( 1535 ), distinguiéndose por su audaz comportamiento en ambas campañas. De sus experiencias y recuerdos en la campaña de Túnez tenemos su libro Conquista de la ciudad de Túnez. Estuvo también combatiendo en Flandes. Los permisos que solía alcanzar los empleaba en ir formando su cultura literaria, para cuyo fin gustaba de pasar el mayor tiempo posible en Roma, Padua y Bolonia, que eran entonces los grandes centros culturales de Italia. Fue el encargado de negociar dos matrimonios reales en Inglaterra en 1537 y 1538, pero fracasó en su intento de concertar la boda de Enrique VIII con la sobrina de Carlos V ( la duquesa de Milán ) y el de María Tudor con don Luis de Portugal. Viajó por los Países Bajos y fue embajador en Venecia ( 1539-1547 ) Consiguió que Venecia rompiese el pacto que iba a establecer con los turcos por las intrigas del rey de Francia. Allí protegió la imprenta y acrecentó el conocimiento y la publicación de muchos manuscritos, principalmente griegos. Fue comisionado para atacar públicamente la política del papa Julio III y por ello fue tratado casi como virrey de Italia. Este pontífice le paró en cierta ocasión por la sinceridad de sus palabras, diciéndole: “No olvide que está en mi casa, y no se exceda en las réplicas”. A lo que don Diego contestó: “Siendo como soy ministro del emperador, mi casa es donde quiera que ponga los pies”. Lo que no fue óbice para seguir siendo gonfaloniero o alférez de la Iglesia Romana. Fue gobernador de Siena, donde aplastó una revuelta y fue acusado de malversación de fondos. Él mismo pidió que el caso fuera examinado a fondo, pero el veredicto de inocencia llegó después de su muerte, en 1578. En 1554 fue llamado a España para ser virrey de Aragón, pero su libertad de acción quedó cortada con el acceso al trono del severo Felipe II. El monarca tomó como pretexto un pleito entre Hurtado y un tal Diego de Leiva para alejar a aquél de la corte. En realidad Felipe II no le perdonaba a don Diego que en su día no le hubiera dejado el camino abierto para conquistar el corazón de cierta dama llamada doña Isabel de Velasco, de quien también estaba enamorado don Diego. Primero estuvo en Medina del Campo y después en Granada, en donde se unió al ejército real que combatió el alzamiento de Las Alpujarras ( 1568-1571 ), período en el que conoció de primera mano los acontecimientos que más tarde narró en su magnífica La guerra de Granada, que fue publicada incompleta en 1610 y en Lisboa, también incompleta en 1627. En 1730 se publicó una edición completa. Se reeditó en 1776, 1852 y 1970. Se trata de un libro fundamental porque es el primer reencuentro objetivo de una guerra escrito en castellano. Su modelo es el gran Salustio. La sintaxis latinizante del escrito lo hace a veces complicado por su redacción hiperbática y sentenciosa, con frecuentes elipsis, pero su autor muestra natural habilidad para describir los hechos y una honestidad intelectual que no hace concesiones ni siquiera al rey. No ha existido jamás historiografía más neutral que la española hasta la llegada de los historiadores marxistas con Manuel Tuñón de Lara. Tal vez este hecho contribuyó a que la edición tardara en aparecer. Hurtado de Mendoza, que nació el mismo año que Garcilaso de la Vega, que no sólo es uno de los más grandes poetas soldados en español, sino también en latín, contribuyó a popularizar los metros italianizantes con Garcilaso y Boscán. Escribió sonetos petrarquistas y compuso en maravillosas octavas reales la Fábula de Adonis, Hipómenes y Atalanta. Lope alabó sus redondillas. “¿Qué cosa aventaja a una redondilla de don Diego Hurtado de Mendoza?”. Sus poemas más famosos son descarada y alegremente obscenos, como la divertida Fábula del cangrejo, una faceta más de este soldado polihístor y polimático, autor de traducciones como la Mecánica, de Aristóteles. Se le atribuyó el Lazarillo de Tormes, y es muy probablemente el autor del Diálogo entre Caronte y el ánima de Pedro Luis Farnesio, hijo del Papa Paulo III (1547), año en que fue asesinado el personaje en cuestión. Su extraordinaria biblioteca personal, de autores griegos y latinos, pasó a la Real Biblioteca de El Escorial. Fue gran amigo de Santa Teresa de Jesús.

Gonzalo Jiménez de Quesada ( 1504-1579 ). Soldado conquistador e historiador. Fue licenciado en leyes, profesión que cultivó hasta 1536, fecha en que partió para Italia como soldado. Allí se familiarizó con la poesía italiana. Lleno de entusiasmo partió a buscar el mítico El Dorado, que jamás encontraría y por el cual perdió a casi todos sus hombres. El barco llegó a la costa colombiana en 1536. Su compañero de armas, Fernández de Lugo, se encaminó con sus hombres por la costa atlántica, mientras que Jiménez de Quesada, con más de 900 hombres, se adentró en el interior de la región a través del curso del río Magdalena – al que bautizó con este nombre – con la pretensión de descubrir sus fuentes, en un intento que duró más de dos años y en el que murieron 600 hombres. Fundó Santa Fe de Bogotá el 6 de agosto de 1538, después de sitiar y vencer a los chibchas en Hunza ( hoy Tunja ) y de torturar al jefe chibcha Quemuecchatocha. Regresó a España y fue nombrado adelantado del Nuevo Reino de Granada. Volvió a Colombia, donde contrajo la lepra y murió desprovisto de sus honores y poder a causa de las intrigas cortesanas. El Consejo de Indias nunca le perdonó el haber dado muerte injusta al zipa de Bogotá, lo que supone la defensa activa que hacía el Imperio español de los indios. Su historia fue relatada por fray Pedro Aguado en la Historia de Santa Marta y del Nuevo Reino de Granada. Mientras se encontraba en España, Jiménez de Quesada encontró la Historiarum sui temporis libri XLV de Paolo Giovio y, molesto por lo que él considera injustificados ataques contra los soldados españoles en Italia, replicó con Antijovio. Sus demás obras están perdidas, incluidas tres muy importantes: Compendio historial de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, la Colección de Sermones para ser predicados en las festividades de Nuestra Señora y las Indicaciones para el buen gobierno. Su excentricidad como conquistador, su fantasiosa búsqueda de El Dorado a través del Orinoco y su vida llena de aventuras, enfermedades, pobreza e ilusión lo hacen protagonista apasionante de biografías ficticias. Arciniegas nos recuerda que Don Quijote se llamó realmente “Quijano o Quijada o Quesada”.

Jerónimo Jiménez de Urrea ( 1513-1564 ). Aristócrata, soldado, traductor y novelista. Se le conoce por haber atendido de su herida mortal al agonizante Garcilaso de la Vega en Le Muy. Tomó parte en las guerras de Alemania, Flandes e Italia, distinguiéndose señaladamente en el sitio de Dura. Su Libro del increíble caballero don Clarisel de las flores fue publicado en su ciudad natal de Zaragoza y en Sevilla. Este libro de caballería fue lo mejor que salió de su pluma, según Menéndez Pelayo. Su versión del Orlando furioso de Ariosto fue muy popular, a pesar de que carecía de valor literario. Escribió más tarde una versión de Le chevalier délibéré de Olivier de La Marche, que tituló Discurso de la vida humana y aventuras del caballero determinado. La traducción de esta obra se llevó a cabo en tercetos encadenados. La famosa Epilia es una imitación de la Arcadia de Sannázaro y fue autor además de un elogio a Carlos V como caballero errante defensor de la religión. Esta obra está en la línea de la Carolea de Jerónimo de Sampere. Se le deben también algunas otras obras como el Diálogo de la verdadera honra militar, que trata cómo se ha de conformar la honra con la conciencia, que se establece entre dos soldados, Franco y Altamirano, que tiene cierta influencia de los Coloquios, de Erasmo, y que está dirigida “A la infantería española”, y en el que se reprueba el duelo entre compañeros de armas.