Miguel Ángel Gómez
El poeta, o sea Nacho González, con su cara de nieve muy comunicativa, con sus pasos a pesar de tener las venas hinchadas del pie, con el peso del mundo soñoliento a punto de quebrarse, con otros labios acaso despidiéndose de los bondadosos, con prisa y tristeza, con su moneda arrojada al agujero custodiado por los perros del dolor. Nacho, “tristes patrias”, qué sorpresa, libros con la voz del desposeído que quiere tomar un sándwich y un café alrededor del mediodía, pequeñas flores de exilios viviendo y brillando. Apollinaire no dudando ni por un instante de su valía literaria. Orestes confía en la buena aventura. Nacho, con sus versos que perfuman puramente intelectuales. Son amuletos en medio de un remolino de transparencias. Nos nutre de paz apartando la aflicción de hace un millón de años. Nos nutre de rugiente corriente con un tronco que nos lleva a los lugares propicios. Nacho, qué alba de zozobras. Barba de la madurez, auténtico escalador para llegar al prado de ensueño. Nacho González, hay un reguero, el hilo de un cometa nada ostentoso que busca lo que es de calidad. Belleza culturalista con atrevimiento. John Milton hace que se gesten libros en su cabeza. Leopardi trae la suma de todos los conocimientos humanos existentes. Ulises le pide que concentre la atención. La oscuridad no va a dormir a su casa.
Nacho González, lo comunica José Luis Morante en “Una casa de poemas”: “El encuentro con la poesía de Juan Ignacio González habla de la intimidad y resistencia frente a un presente deshumanizado y frío. Sus palabras alzan con materiales cotidianos una casa de versos, en la que el yo convive con sus incertidumbres y con la validación de experiencias colectivas. Las dos justifican el acto de escribir, el ademán hermoso de hacer de la humildad de la palabra un claro en el bosque, un manifiesto”. Con su cuaderno de cenizas, con gran convicción. Con su memoria personal que no perdemos de vista. Con su inteligencia pidiendo lo mejor de jueces y políticos. Oh es injusto el vacío cuando no hay moros en la costa. Es muy emocionante el mediador que puede contar hasta quince y no arrepentirse. El opio se precipita a menudo sin acalorarse. Sus botas no tienen la culpa. Un cuerpo cálido da bienvenida a centenares de cosas. Con su ritmo preciso y su buen corazón estudiando el mapa de Odiseas Elitis o Luis Cernuda. Con los sepulcros de los antepasados que impulsan a tomar unas cuantas notas enseguida. Con enero entre llamas y estrellas centelleando con más intensidad. Con sus lecturas con las que flotamos en el espacio. Con la barbarie que pretende brincar alegremente.
“Los poetas nos ayudan a arreglar las cosas”, escribió Henry Miller. Nacho González, uno de los poetas más populares en la Asturias de las últimas décadas. Con su Poesía reunida, En tierras como estas (BajAmar 1985-2020). Con su tono reivindicativo. Con sus poemas que parten de situaciones de la cotidianidad mezclados con otros cargados de lo mitológico que nos da la manera de cómo se comporta, cómo hace frente a los problemas y cómo los resuelve. Con su Cuaderno de aves para un príncipe, escrito a medias con Javier García Cellino. Con su predilección por Yorgos Seferis y Yanis Ritsos: “La muerte tantas veces / visitó los espacios dormidos de la infancia / −los sueños saqueados bajo los epitafios− / alimentó la hoguera junto a la que envejezco, / humillado y vencido”. Nacho González, con sus guerreros que no participan en una decadencia general a pesar de los fracasos. Con su hoguera que ilumina la profundidad con fervor, el mismo con el que saludamos la primera vez a la vida. Con su técnica de la revolución. Con el paso del tiempo: “Cuando me vaya / dejad la puerta abierta, / para que el viento barra la celda del dolor” que nos recuerda al inteligente Rafael Alberti: “Si mi voz muriera en tierra / llevadla al nivel del mar / y dejadla en la ribera”. No hay cordura que supervise incontables noches. Mira al frente y se queda quieto. Habla de cosas que le ocurrieron. Lo cuenta todo declarando situación de emergencia. Cruza la verja de alambrada que es la entrada de una chatarrería. Las águilas levantan las garras en actitud defensiva. Ve encenderse las farolas en sus puntos más lejanos. El descolorido asfalto se ilumina. Con sus libros haciéndonos descubrir de nuevo el mundo. Con su atmósfera que nos hace padecer un conflicto emocional. La emoción nunca volverá a excluirse. Miramos a todos lados y sus versos, los de Nacho González, son una grieta por donde escaparnos, como si nos hubieran acorralado.
Publicado originalmente en elimparcial.es