Tierra

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Óscar González

Entrando al túnel que nos lleva al submundo del tramo entre Pino Suárez y Cuatro Caminos, llegas tú con tu cara chata y tus pantalones de hombre.

A falta de un nombre verdadero yo te llamo Tierra por el tatuaje que llevas grabado en la espalda baja de tu cuerpo de niña. Sobre todo, te llamo así porque es imposible imaginar un nombre más perfecto para ti: Tierra que se asoma y se esconde entre la ropa cuando comienzas tus maromas; Tierra que se pega en tu cara y tus manos a cada vuelta, consecuencia del sudor; Tierra que se bautiza con tu piel terrosa y tu pelo opaco. Tierra que se mete en los ojos pasajeros que se cierran y nunca te ven.

Ahora debo hablar un poco de mí: Mi nombre, si sirve de algo, es Carlos Fernández. Ahora tengo 57 años y soy… fui, operador del metro hace más de 35. Llevaba 3 años trabajando aquí cuando pasó lo de la tragedia de Viaducto, yo entonces tenía 21 años. Ahora ya no importa si era inocente o no, he cumplido mi condena: 10 años a la sombra entre el Palacio Negro y Reclusorio Norte y 26 vagando atrapado en esta línea, día con día, como pagando tributo a esas 31 vidas que aquí se perdieron un día de octubre de 1975. Es increíble como se las arregla la vida para evitar que uno muera cuando quiere dejar de vivir. Ya ves, siempre aparece alguien con una moneda o un pan, aunque yo no ofrezca nada a cambio… Será que hay algo en mis andrajos que les despierta la misericordia, o será simplemente que ya se acostumbraron a mí. Por eso me da tanto la bronca saber que a tí apenas te dan nada, que vives engañando al hambre comiendo cuando se puede nada más para que la piel no se te termine de pegar a los huesos.

A las once y media subes al vagón semivacío y esperas las últimas vueltas del tren. A veces te vas hasta el final del vagón y te asomas a la ventanilla para mirar como se van alejando las luces de la última estación. después te acurrucas en la fila de asientos que te sirven de cama. Ni siquiera volteas a ver a los cuatro o cinco que también nos quedamos en este improvisado hotel… Nunca notas que te miro. Te has acostumbrado a que las miradas son unos cachorros que pronto pierden la curiosidad. Yo, en cambio siento cada una como una uña que se me entierra en el ojo hasta hacerlo llorar. Por eso me gusta mirarte a tí, que eres inmune a ello; así descubrí tu tatuaje, así descubrí el escondrijo donde guardas tus pequeñas pertenencias: cabezas de muñecas, anillos baratos, un par de zapatos más viejos que los que usas… En fin, cosas que la gente va olvidando entre estación y estación…

Te invito a escuchar mi podcast: El Tren sin pasajeros
https://anchor.fm/oscarglez