En México el sistema político priísta ha planteado un enigma misterioso: por qué los ciudadanos votan por el partido en el poder si éste acredita conducciones negativas de la crisis que han generado autoritarismo y pobreza. La respuesta más sencilla es siempre la menos comprendida: porque en México no existe eso que pudiera llamarse ciudadanía, es decir, una asunción de derechos y deberes de las personas para con su comunidad, su país y sus compañeros de infortunio.
El modelo social paternalista indígena, virreinal, federalista, liberal, revolucionario y priísta ha construido una base social anómica, sumisa, dependiente, incapaz de asumirse como clase o como ciudadanía. En 1963 los politólogos Gabriel Almond y Sidney Verba realizaron una encuesta sobre cultura cívica en cinco países y en México se encontraron con dos valores fundamentales en los mexicanos: su fe ciega en el presidente de la republica y en la Revolución Mexicana.
Cuando esos dos pilares ideológicos e institucionales del régimen priísta entraron en colapso y pasaron a dar problemas y no virtudes, los no-ciudadanos voltearon a su alrededor para buscar sucedáneos y se encontraron con el caudillismo personalista: Cárdenas, Echeverría, López Portillo, Salinas de Gortari, Cuauhtémoc Cárdenas, Vicente Fox, Enrique Peña Nieto y López Obrador.
En sus dos grandes ciclos fundamentales, el México moderno encontró un punto de inflexión en la rebelión estudiantil de 1968: de la Constitución de 1917 a la crisis de represión en Tlatelolco 68 el país pasó de la sumisión al desencanto; sin embargo, la salida no fue la construcción de una democracia republicana de leyes e instituciones; de 1968 a 2021, los mexicanos refrendaron su percepción de centralidad de los caudillos: Echeverría, López Portillo, Salinas de Gortari, Fox y Peña Nieto dentro del régimen priísta y Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador en la disidencia del mismo régimen priísta. Las rupturas de 1968, 1976, 1982, 2000 y 2018 no se basaron en la construcción de buenas bases sistémicas edificadas sobre la ciudadanía, sino en el modelo Carlyle de los héroes como sustitutos de la democracia.
Lo que ocurre en 2021 con Morena –tendencia de mayoría en encuestas casi al doble del segundo partido– como corresponsable de la crisis y al mismo tiempo el partido que se perfila como primera fuerza política no es un fenómeno político nuevo: ha ocurrido a lo largo de la historia, sobre todo en el PRI que mantuvo el poder de 1929 a 2000 por encima de las crisis que fueron su responsabilidad, con el dato adicional de que el relevo ocurrió no por una toma de conciencia ciudadana sino por la aparición de nuevos liderazgos populares de relevo: Vicente Fox y su lenguaje ranchero, Calderón azuzando el espanto a López Obrador, Peña Nieto como la imagen del viejo PRI maquillado y López Obrador como el rebelde con causas.
La baja calidad de la ciudadanía del mexicano es una de las vertientes sociales menos estudiadas por la sociología, la ciencia política y la psicología del poder. El origen pudiera encontrarse en el pasado no tan reciente: el siglo XIX. El politólogo Fernando Escalante Gonzalbo realizó un estudio sobre los comportamientos ciudadanos vis a vis la realidad política y llegó a la creación de una nueva categoría de identidad política: los ciudadanos imaginarios, es decir, inexistentes, los ciudadanos no-ciudadanos. Ello permitió la popularidad de héroes como Santa Anna, Juárez y Díaz, con escenarios de responsabilidad coyuntural negativos: la sociedad en realidad no se convirtió en ciudadanía, sino que se quedo en masa, pueblo, mayoría silenciosa.
El PRI ganaba elecciones a pesar de la acumulación de responsabilidades de crisis sociales, de pobreza y de represión, como hoy Morena reproduce el mismo fenómeno con la misma no-ciudadanía popular. A lo mejor hoy es el repudio al PRI, pero con datos del comportamiento típico del PRI que hace funcionar a Morena, dirigido en su mayoría por cuadros formados en el PRI y con comportamientos explícitos igual a los del PRI que sigue en el inconsciente colectivo mexicano.
Las instituciones electorales, las instituciones de gobierno y los partidos se han olvidado de la parte fundamental del funcionamiento de los regímenes: la educación ciudadana, la construcción de una sociedad consciente de su realidad. El PRI y Morena dependen de los programas sociales asistencialistas, no de la sensibilidad del pueblo.
El problema de fondo de estos regímenes no-ciudadanizados radica en su oscilación a populismos de derecha y populismos de izquierda, pero condenando a las sociedades a la mediocridad del desarrollo. En medio siglo México pasó del PRI populista al populismo del PAN, regresó al populismo priísta y ahora disfruta el populismo de Morena.
Lo que queda claro es que la democracia no existe sin ciudadanía. Así de simple.
@carlosramirezh
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