El Instituto Nacional Electoral ha querido vivir de sus propios mitos. El papel del organismo electoral en las elecciones de 1997 y el 2000 para permitir un nuevo equilibrio de partidos y la alternancia partidista en la presidencia de la república no fue de los consejeros electorales, sino de la decisión del presidente Ernesto Zedillo de no avalar algún fraude; y si se analiza a fondo, en realidad tampoco fue de Zedillo: un fraude hubiera reventado la precaria estabilidad nacional, además de que el sucesor de Salinas de Gortari carecía de experiencia para organizar y avalar robos de votos.
En este contexto, el INE ha querido navegar con banderas prestadas o simbólicas. Los grandes fraudes electorales en México fueron decisión de un presidente en turno con la suficiente fuerza para decidirlo y de secretaros de Gobernación sin escrúpulos para jugarse su prestigio: el fraude de 1988 liquidó el nombre de Manuel Bartlett Díaz, en tanto que en las elecciones intermedias de 1987 el titular era Emilio Chuayffet Chemor y en las presidenciales del 2000 fue Diódoro Carrasco Altamirano, ambos sin experiencia real ni control de los hilos de poder para saquear las urnas.
El INE nació como IFE en 1990 para sacar del juego de poder a la Comisión Federal Electoral como oficina de la Secretaría de Gobernación; Salinas de Gortari inventó el modelo de un organismo con directiva ciudadana, aunque con consejeros escogidos por su lealtad al sistema/régimen/Estado/Constitución priísta y con canales de transmisión con el modelo político priísta posrevolucionario. El eje de los nuevos funcionarios electorales fue José Woldenberg, procedente del Grupo Nexos que era funcional a los intereses de reforma de modelo político de Salinas de Gortari. Había militado en la izquierda poscomunista y en el sindicalismo universitario, pero sin ruptura de régimen ideológico.
Desde su origen, por decisión de los presidentes Salinas de Gortari y Zedillo, el IFE-INE quiso construirse como una estructura compleja de ciudadanos y partidos políticos. Y desde su fundación, el organismo electoral ha querido imponerse en los hechos –sin facultades legales– como una especie de Ministerio de la Democracia para asumir el papel rector de las relaciones de sistema/régimen que le corresponde a los partidos.
La crisis actual del INE por el choque López Obrador-Lorenzo Córdova ha sido responsabilidad directa del consejero presidente del organismo electoral. Sin tener razones legales y sí violando la imparcialidad ideológica, Córdova ha lanzado varios pronunciamientos directos contra el populismo como una forma de demeritar la propuesta de Morena y de paso darle raspones ideológicos al presidente de la república a quien el Grupo Nexos identifica como un líder populista.
En términos legales, el INE sólo tiene la facultad de organizar elecciones y contar los votos. La definición del régimen político corresponde a los partidos organizados en el sistema constitucional de representación legislativa. Si por decisión de los votos la mayoría vota por un régimen populista, el conflicto se debe resolver en el escenario electoral. Sin embargo, el INE de Córdova se ha dedicado a confrontar a Morena por su condición, desde la óptica del consejero presidente del INE, de partido populista.
La crisis del INE-López Obrador entró en una lógica terminal. Si Morena gana la mayoría absoluta por sí misma o en alianza, tendrá la facultad de renovar al INE como organismo electoral. Sólo en Venezuela existe la estructura electoral como un cuarto poder constitucional y aún ahí la organización de votos es controlada por la corriente chavista.
Con habilidad y estrategia, el presidente López Obrador ya puso al INE en el centro del proceso electoral; y ante la tendencia de votos de las primeras encuestas, Morena tendrá la mayoría absoluta con alianzas para modificar las leyes electorales. Las personalidades que han salido en defensa del INE carecen de influencia en las tendencias electorales ciudadanas y no participan en alianzas visibles con la oposición. El tema del INE, en sí mismo, ha quedado atrapado en los jaloneos de las élites antilopezobradoristas y no ha permeado en las bases de la sociedad. En consecuencia, el futuro del INE como existe en la actualidad ya se metió como bandera de campaña de Morena.
Y aún si Morena no ganara la mayoría absoluta para mover leyes, de todos modos, el sistema electoral habrá quedado lastimado en su estructura por el papel de Córdova y sus consejeros aliados como pivotes de un sistema democrático antipopulista, pero con un presidente y su partido como representantes de una política de masas.
En este contexto, el INE llegó a su límite y la próxima legislatura tendrá que construir otro sistema electoral. Lo malo, sin embargo, estará en el hecho de que la mayoría impondrá sus reglas y sellos y de nueva cuenta nadie estará pensando en un modelo electoral que garantice la democracia en las urnas.
@carlosramirezh
Canal YouTube: https://t.co/2cCgm1Sjgh