Octavio Paz, los intelectuales y la 4ª-T: una pasión (aún) desdichada

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El papel de los intelectuales en la estructura del poder ha sido uno de los pasivos en el funcionamiento del sistema político priísta vigente de mediados del siglo XX a la fecha. El presidente López Obrador volvió a abrir el debate en la conferencia matutina del lunes pasado para dividirlos entre conservadores opositores y simpatizantes de su gobierno.

En 1972 el ensayista y poeta Octavio Paz logró dirimir disputas sin salida: en el número 13 de la revisita Plural abrió un debate sobre “los escritores y la política”. De los textos de invitados y de los dos propios de Paz se pudo inferir una salida necesaria en el deslindamiento: la función del intelectual es criticar, aunque, como terminó su ensayo Posdata de 1970, la crítica debe comenzar con la autocrítica.

Los intelectuales han tenido un espacio importante en el seno del sistema político priísta. Se les puede acomodar en el grupo de “sectores invisibles” del régimen: formaciones sociales que no pertenecían de manera orgánica al PRI, pero que se movían en la funcionalidad del sistema político priísta como la caja negra en cuyo seno se distribuían valores y beneficios por la mano presidencial dominante. Es decir, los intelectuales eran priístas sin serlo.

Los intelectuales nunca participaron en definición alguna del gobierno, del régimen o del sistema político. Fueron imagen como los que llegaron a posiciones de poder –senador Martín Luis Guzmán y embajador Carlos Fuentes y embajador Octavio Paz–, aunque cada quien con sus reforzamientos y deslindamientos. El valor de los intelectuales estuvo en sus opiniones de coyuntura, pero sin participar de los beneficios. Estos intelectuales se movían en las goteras del régimen, ejercían la critica directa y de confrontación y no estaban aliados a la oposición.

Al final, los intelectuales eran parte invisible del sistema/régimen/Estado aún en posiciones de críticas destructivas. El régimen priista era fuerte como para lidiar con posiciones rupturistas como las de Manuel Moreno Sánchez o José Revueltas o Daniel Cosío Villegas. Lo importante era que las revelaciones críticas de los intelectuales contribuían a impulsar cambios y reformas.

Los intelectuales pasaron a la oposición social no partidista en el movimiento estudiantil del 68 como abajo firmantes de desplegados, pero salvo José Revueltas ninguno saltó a la acción directa. En realidad, en el 68 no existía oposición partidista organizada: el PPS era parte del PRI, el PAN funcionaba como grupo de presión y el Partido Comunista se movía en la clandestinidad sin ninguna influencia en la desarticulada y lobotomizada clase obrera.

La renuncia de Paz a la embajada mexicana en la India estuvo a un paso de convertirse en disidencia rupturista: junto con Heberto Castillo y Carlos Fuentes, Paz participó en los primeros pasos para construir un partido de izquierda socialista democrática; sin embargo, bien pronto se percató que la izquierda era –una caracterización que sigue calando en la historia– “retobona”.

López Obrador cautivó con sus protestas a cierto sector de la intelectualidad disidente dentro del régimen, pero nunca encontró forma de incrustarse en la estructura de poder. Monsiváis se distanció del lopezobradorismo después del plantón en Reforma en 2006. En los hechos, el proyecto político de López Obrador era social, de militancia, y no de alianzas intelectuales. En el 2006 y el 2012 muchos de los intelectuales hoy contrarios a López Obrador votaron por él ante la alternativa del PRI y del PAN en ese entonces.

La libertad de critica de los intelectuales es un antídoto contra los dogmatismos de apoyo y de oposición. Revueltas, el intelectual por excelencia, criticó al PCM y provocó dos expulsiones y al final decidió transitar en la soledad de sus reflexiones críticas. Fuentes se enroló con Echeverría y se quedó a la vera del camino con una llanta ponchada. Aguilar Camín se convirtió en el intelectual tipológico de la generación neoliberal salinista.

El síndrome de los intelectuales radica en suponerse los consejeros del Príncipe, pero ante ejemplos en la historia que prueban que los Príncipes no necesitan consejeros sino bufones del Rey Lear. El problema, en realidad, no es de los Príncipes que toleran a los intelectuales, sino de los intelectuales con aspiraciones maquiavelianas.

 

Política para dummies: “La historia de la literatura moderna, desde los románticos alemanes e ingleses hasta nuestros días, es la historia de una larga pasión desdichada por la política”: Octavio Paz.

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