El lenguaje corporal de la vicepresidenta estadunidense Kamala Harris en su visita a Honduras, Guatemala y México fue, por así decirlo, presidencial. Sólo que ella es funcionaria sin rango ejecutivo, por protocolo no puede encabezar visitas de Estado porque el rango de jefe del Estado lo tiene sólo el presidente Biden y sus compromisos firmados se reducen al nivel ministerial de los miembros de la comitiva.
Si no fue la intención de Biden, de todos modos, enviar a Kamala fue un mensaje no amistoso. Es como si el presidente López Obrador enviara a la Casa Blanca, en visita de Estado, a la secretaría de Gobernación. En el fondo, los protocolos diplomáticos son ceremoniales, pero le otorgan jerarquía de Estado a las autoridades máximas de visitantes y anfitrión.
Por eso no cayó mal en círculos diplomáticos el descuido presidencial. No se sabe si –como lo dijo en su mañanera del miércoles — “ya estoy cocheando” o de manera simple le disminuyó ceremonial a una visita de una funcionaria de segundo nivel con referencia y vestimenta descuidada. La vicepresidenta, en cambio, parecía no sólo presidenta del imperio, sino la Reina de EE. UU.
Lo que se habló y lo que se firmó va a carecer de fuerza real porque lo realizó la vicepresidenta, aun cuando funcionarios del Departamento de Estado hayan estampado su firma. A nivel de Estados, las relaciones entre los titulares son claves para establecer compromisos reales detrás de los compromisos formales. El desdén de Biden fue, sin duda, asumido como mensaje real en Palacio Nacional y en la Cancillería.
En este contexto, México puede seguir el camino diplomático nacional y sus efectos bilaterales sin preocuparse por la Casa Blanca. Biden no ha digerido el apoyo de López Obrador a Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre de 2020. En las pocas semanas de gobierno, Biden ha sido desdeñoso de manera especial con el presidente de México, negándose a reconócele la jerarquía de ser el principal socio comercial de EE. UU. y el vecino con una puerta delicada fronteriza de más de tres mil kilómetros.
Biden ya viajó a Europa porque le importa la presencia imperial de Washington y sólo ha buscado a su socio canadiense. El desdén al presidente de México ha sido obvio. Hasta ahora, los mecanismos de relaciones de EE. UU. hacia México son los institucionales.
La agenda de EE. UU. con México requiere de voluntad personal: migración, crimen organizado, operaciones clandestinas de seguridad en México, inversión estadunidense en México dentro del Tratado, cambio climático y México como puerta social, política y diplomática hacia Centro y Sudamérica. Biden parece estar seguro de que no necesitará a México como aliado y por eso le da el trato de parte del hemisferio latinoamericano.
Pero llegarán pronto las fricciones en serio: EE. UU. quiere perseguir en México a líderes de cárteles del crimen organizado que controlan la entrada, distribución y venta al menudeo de drogas blandas y duras y México está operando una pax narca de entendimiento sin violencia para pacificar zonas territoriales sin desgastar la presencia activa de las fuerzas armadas. En la visita de la vicepresidenta Harris se percibieron presiones de Washington en ese tema, pero la respuesta mexicana fue la misma.
El problema de la asimetría en las relaciones bilaterales no sólo se percibe en las diferencias de desarrollo y problemática, sino en el hecho de que EE. UU. siempre ha sido autoritario e impositivo con los países latinoamericanos. El presidente Salinas de Gortari aceptó el costo de sumisión a EE. UU. como factura estratégica para la firma del Tratado Comercial. De 1993 al 2018 los presidentes de Salinas a Peña Nieto aceptaron su dependencia de la Casa Blanca.
El mensaje de Kamala Harris no pudo ocultarse detrás de su sonrisa. Llegó con su agenda estadunidense y desecho las propuestas mexicanas. En ese sentido, la respuesta mexicana fue tangencial, dejarla hacer y regresar al modelo de las agendas encajonadas de forma individual. Al final de cuentas, las relaciones personales son diplomáticas e institucionales y las decisivas se asumen en reuniones bilaterales con los sectores involucrados.
Lo que pareció quedar claro fue la decisión de México de no variar la estrategia de construcción de la paz y de seguir controlando las actividades de agencias estadunidenses en México a base de protocolos abiertos. Los demás asuntos se litigarán en tribunales especiales. La seguridad, en cambio, afecta más a EE. UU. porque carece de decisión, instrumentos y capacidad para combatir en su territorio a los cárteles mexicanos que ya se infiltraron hasta lo más profundo de la sociedad estadunidense y manejan el comercio al menudeo de droga bajo las narices de las autoridades locales.
La visita de Kamala Harris fue, por tanto, protocolaria. Y cada quién la procesará en función de sus intereses.
@carlosramirezh
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