Palacio Nacional 2024 (1) La sucesión presidencial, bautizada por Madero

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En términos estrictos, Francisco I. Madero puede considerarse como el primer politólogo mexicano moderno. Su libro La sucesión presidencial en 1910. El Partido Nacional Democrático, publicado en 1908, después de la entrevista de Porfirio Díaz con el periodista estadunidense James Creelman, fijó las primeras caracterizaciones del régimen porfirista como categorías propiamente politológicas. En realidad, Madero no quería hacer ciencia política, sino dibujar el agotamiento del régimen absolutista de Díaz y a partir de ahí proponer el camino democrático, pero por su capacidad de análisis del porfirismo el texto de Madero es ciencia política pura.

Madero no era un militante de base; en su libro cuenta que sus motivaciones políticas surgieron al padecer el enfrentamiento contra el muro porfirista en las elecciones de gobernador en Coahuila en 1903 y en Nuevo León en 1905. A partir de esas dos experiencias pasó de la pasividad a la lucha, aún con dudas respecto a Díaz y el porfirismo. En su libro refleja esos conflictos internos, dejando ingenuamente la posibilidad de que Díaz usara la vicepresidencia para optar por un cambio-transición ordenado, aunque al final sabiendo que habría que luchar.

Además del establecimiento de categorías de identificación de los instrumentos de poder de Díaz, Madero presentó en su libro tres dilemas de utilización politológica: democracia o dictadura, transición o revolución y reforma o ruptura.

En este contexto, el libro La sucesión presidencial en 1910 merece una lectura desde la ciencia política por la forma de usar el análisis político fijando categorías específicas en cuando menos siete puntos con concretos:

1.- El sistema político piramidal como estructura de poder.

2.- El presidencialismo como el eje de poder del sistema.

3.- El poder absoluto como ejercicio del poder presidencial.

4.- El militarismo como poder superior encarnado –como en las monarquías indígenas– simultáneamente por el jefe político como jefe militar.

5.- El relevo presidencial como sucesión hereditaria por la propiedad del poder.

6.- El proceso de designación del candidato en función del modelo romano de los Césares.

7.- La centralización del gobierno en la figura presidencial.

La estructura de poder político en México estaba en tres instancias en forma de pirámide: el presidente de la república como el Príncipe maquiavelista, la burocracia –más tarde convertida en partido– como el Gólem de la fuerza autoritaria y el mecanismo de designación de candidatos a presidente, gobernadores, alcaldes, senadores y diputados como la hermandad del poder.

Porfirio Díaz pudo mantener el poder durante treinta y cinco años (1876-1911) porque aprovechó las enseñanzas de Antonio López de Santa Anna en el modelo del necesariato y de Benito Juárez en cuanto a la centralización del poder en un ejecutivo fuerte. Quizá nadie haya contribuido a la construcción del presidencialismo que Juárez: liderazgo personal, subordinación del legislativo, facultades extraordinarias quitadas al legislativo para enfrentar guerras civiles pero no regresadas al restaurar la república y la decisión magistral de los liberales comandados por Juárez al construir el presidencialismo constitucional en su segunda fase, luego de la Constitución de 1824 que tomó de la Constitución de Cádiz de 1812 el poder dominante en un legislativo federal con diputaciones provinciales. Por la Constitución de 1824 los presidentes de la república eran electos por el congreso federal a propuesta de las legislaturas locales; la Constitución de 1857 le quitó esa facultad al legislativo y creó la elección indirecta a través de electores votados específicamente para ello, de casi diez mil personas en 1861 a casi 20 mil personas en 1910; ahí el ejecutivo se convirtió en un poder popular y Juárez y Díaz aprovecharon ese modelo piramidal para convertir al ejecutivo en el eje central del poder en México.

Una vez centralizado el ejecutivo y dependiente del pueblo vía elecciones indirectas, el siguiente paso fue fortalecer el modo de designar candidatos presidenciales. No hubo mucho de donde escoger: Santa Anna fue once veces presidente escogiéndose a sí mismo, Juárez fue dos veces votado luego de haber llegado en 1857 por prelación y Díaz ganó ocho veces la presidencia, pero designando él mismo a su primer sucesor Manuel González y luego designándose desde la expresidencia como candidato de nueva cuenta en 1884 y hasta 1910. La clave fue la forma en que el presidente saliente –Santa Anna, Juárez y Díaz– seleccionaba al candidato oficial a sucederlo –él mismo– al amparo de la centralización del poder político.

En 1908 Madero escribió su libro y su título le dio categoría politológica a la práctica de designar al candidato presidencial oficial por parte del presidente saliente. El concepto sucesión englobaba el criterio jurídico de poder heredado dentro de una familia consanguínea o de poder. En el derecho español se asumía la construcción de empresas familiares bajo la categoría de “y sucesores” para enfatizar la atemporalidad. Así, la sucesión del poder presidencial pasó a ser el poder presidencial absoluto. De 1833 a 1911 México tuvo tres hombres fuertes en el poder presidencial, 78 años, tres cuartos de siglo.

En La sucesión presidencial en 1910 Madero hace referencia a los mecanismos de construcción, consolidación y extensión del poder absoluto. La definición de Madero es politológica: “la república mexicana está actualmente gobernada por una dictadura que ejerce el poder absoluto, aunque moderadamente”. Ahí reveló Madero la estructura del poder ejecutivo: es dictadura porque se centraliza el poder en una persona que lo ejerce por encima de leyes y prácticas democráticas, es poder absoluto porque el poder ejecutivo está sostenido por una estructura militar al servicio del presidente y no del Estado, y es moderada porque pasa por los mecanismos de certificación tradicional de la democracia electoral para relevar a las personas en el poder, inclusive aun cuando se trate de reelecciones. En los hechos, este modelo porfirista estará vigente hasta 2018. Díaz legitimó su poder participando legalmente en elecciones presidenciales y obligó a los gobernadores aliados a legitimar su permanencia en el poder por la vía institucional de las elecciones.

La principal tarea del poder absoluto no fue la de legitimarse en el ejercicio del poder por las reglas democráticas, sino construyendo poderes paralelos: los militares, las candidaturas a cargos de elección popular decididas por el dictador, los procesos electorales controlados por el gobierno federal, es decir, el poder del presidente de la república en la punta de la pirámide.

Madero hizo otro descubrimiento de funcionamiento del sistema político porfirista: el mecanismo de designación de candidatos presidenciales, que dependía del poder absoluto del presidente. Así, Díaz construyó su poder absoluto eliminando competidores y adversarios como Augusto lo hizo; Madero, a partir de sus lecturas romanas y francesas, tomó la historia de la construcción del poder absoluto de Augusto de los textos de Tácito, Montesquieu y Beulé. Por cierto, la cita que hizo Madero de Charles Ernst Beulé (1826-1874) fue un fragmento en el que el historiador acuña el concepto de almohada política, “ese sentimiento suave, fácil, amable, que dispensa a los ciudadanos del peso de sus negocios”, es decir, el poder absoluto vende a los ciudadanos la comprensión en sus momentos difíciles, “ahí tenéis granos, tenéis juegos, la paz está asegurada, el templo de Jano está cerrado”, pero “es el sueño a la sombra de un árbol venenoso”, así era el poder absoluto, a ojos de Madero, que ejercía Díaz sobre una sociedad que quería comprar esos sueños falsos.

Así se construyó un poder absoluto en la presidencia que garantizaba, a una nación cansada de guerras civiles, invasiones, disputas por el poder, cuando menos la tranquilidad de que alguien estaba garantizando la posibilidad de un sueño tranquilo, la modernización llegada con los ferrocarriles, las industrias y la actividad comercial puso su grano de aportación, otros se encargaban de la cosa pública. Y el control de Díaz sobre los gobernadores ayudó a construir un federalismo autoritario, pero también garantizado por una persona. La paz (Marsilio de Padua 1324: Defensor pacis) estaba en manos de don Porfirio: el contrato social hobbesiano fundó, vía Díaz, el Estado.

La sucesión presidencial como el modelo de designación del candidato presidencial por el presidente en turno lo reglamentó Díaz, aunque fuera para sí mismo. En La sucesión presidencial en 1910 Madero delineó la estructura del sistema político porfirista en un ejercicio de racionalidad política que nada tenía que ver con el espiritismo al que achacan la redacción del libro. En términos estrictos, el texto pasa cualquier examen de ciencia política. En sus conclusiones, Madero ofrece un resumen de la estructura de poder de Díaz:

1.- El militarismo como cohesión nacional.

2.- El militarismo prohijó la dictadura de Díaz.

3.- La dictadura, al no haber clases y formas de participación, restableció el orden y cimentó la paz que, a su vez, promovieron el progreso material.

4.- Este modelo llevó al pueblo a pensar sólo en ese progreso material.

5.- Si bien esa dictadura ayudó a consolidar la república, ya estaba provocando daños sociales porque la edad del dictador y la falta de clase gobernante llevaría al desorden.

6.- Díaz impondría un sucesor a su imagen y semejanza, con lo cual se quedaría como definitivo el régimen de poder absoluto.

7.- La ruptura revolucionaria dañaría más al país.

8.- El único camino para evitar el abismo es el del sistema de partidos políticos.

9.- Por su interpretación de la historia, el partido que mejor interpreta el momento es el Partido Antireeleccionista con sus dos principios fundamentales: libertad de sufragio y no reelección.

10.- Si Díaz no pone obstáculos y se constituye en un guardián de la ley, se habrá asegurado la transformación de México sin bruscas sacudidas.

11.- Cuando el Partido Antireeleccionista esté sólido procurará una “transacción con el general Díaz” para fusionar candidaturas, de tal forma que Díaz sea presidente y el vicepresidente y candidatos a las cámaras sean del Partido Antirreeleccionista.

12.- Si Díaz no acepta la transacción, habrá de darse la lucha abierta contra las candidaturas oficiales de Díaz.

13.- Esta lucha “despertará” al pueblo.

14.- El Partido Antirreeleccionista tiene grandes posibilidades de triunfar.

15.- Aún derrotado, el Partido Antirreeleccionista será un contrapeso de poder.

16.-La patria está en peligro y para salvarla es necesario el esfuerzo de todos.

En pocas palabras, la propuesta de Madero fue la de una transición pactada a la democracia a través de un acuerdo con Díaz y de la vicepresidencia como el factor de cambio político, de transición del régimen dictatorial absolutista a régimen democrático.

El libro de Madero fue un programa de transición y una crítica al modelo de Díaz de ejercer el poder, pero en el fondo también funcionó como una propuesta de método analítico para analizar el sistema político porfirista que había sido continuidad del sistema de Juárez y éste había tomado algunas líneas de ejercicio del poder político de Santa Anna. La continuidad histórica del sistema político se dio a pesar de las rupturas revolucionarias en las élites, porque el factor fundamental de legitimación del sistema fue la Constitución de 1824 y 1857 y consolidaría el sistema político basado en la fuerza unipersonal de la institución presidencial en la Constitución de 1917.

La identificación teórica del método político para designar candidato presidencial de continuidad –que Juárez y Díaz inventaron y que el PRI llevó casi a la perfección absoluta– fue establecida con Madero, inclusive con la categoría politológica de sucesión: los caudillos se sucedían primero a sí mismos, luego el grupo en el poder definía una sucesión de élite gobernante y finalmente el partido –el PRI como heredero del partido Antireeleccionista de Madero– asumía el relevo presidencial como una herencia familiar sucesoria.

La clave del éxito de este modelo estaba en el poder absoluto ejercido desde la presidencia de la república y el control del sistema político del absolutismo presidencial garantizaba la transmisión del poder como herencia dentro de una familia del poder.

En este sentido, el mecanismo de sucesión presidencial no lo inventaron Obregón, Elías Calles o el PRI. En todo caso, ellos supieron aprender las lecciones de Juárez y Díaz y supieron darle continuidad a la estructura de poder que Madero descubrió en Díaz: garantizar la paz, distribuir el progreso y controlar el poder. Obregón lo entendió muy bien, pero se quedó en el mismo punto del colapso del porfirismo: una continuidad personal y nada más. Elías Calles, político audaz, militar mediocre, burócrata de las armas, construyó un sistema de pesos y contrapesos para mantener el poder. La clave del sistema político posterior a Díaz la dio Elías Calles con tres iniciativas:

1.- La despersonalización del poder que Madero le pedía a Díaz y que Díaz no entendió.

2.- La construcción de un poder absoluto militarista pero institucional para evitar la concentración del poder en una persona y por tanto la disputa por el poder en niveles abajo del presidente. La reunión de Elías Calles con militares para obtener el apoyo a una sucesión institucional después del asesinato de Obregón fue el segundo paso del presidencialismo porfirista pos-porfirista.

3.- La creación de un aparato partidista al servicio del nuevo presidencialismo para evitar que la lucha por el poder llevara a nuevas guerras civiles u otras revoluciones y para construir (Cárdenas tuvo esa tarea institucional) bases clasistas que le dieran legitimidad plural y popular al ejercicio presidencial del poder, pero asumidas como masas y no como clases.,

Así, el modelo de sistema político analizado por Madero en La sucesión presidencial en 1910 se modernizó en la estructura institucional para una especie de porfirismo de instituciones y nunca más –Obregón fue el último intento de crear un nuevo Juárez-Díaz presidencialista– habría un poder personal, por lo que la lucha sería ya por controlar una estructura de poder. Madero ganó la revolución política de 1910 pero Díaz logró lo que siempre quiso y parecía imposible: la perpetuación de su modelo de poder más allá de su propia vida.