Diego Medrano
Te fuiste en tu añorado ferragosto, Paco. Las camisetas de tirantes bajo el sol metálico, los vaqueros rotos al salir y entrar del estribo léxico, la maquinilla eléctrica próxima, como una pistola o guadaña para los pelos, porque la barba, naciente y frondosa, es la peor manta. Te fuiste en sonido grave de Olivetti, campo de amapolas Underwood para siempre, daba igual el ciclo anual fuera, lo tuyo era la obligada siembra, obreraje alado, más tecla, más furia, dorada crucifixión: “Yo soy un tío que escribe tres artículos diarios, entre cuatro y siete libros al año, y en agosto hago novelas para descansar de todo ello”. Tiempos de Colpisa, de El País, de tantos y tantos medios, ganas por la escritura, nicho gramático caliente.
Andan las blandenguerías sociales, el merengue negro, la cotorrería incansable y tan barata, si niño herido o lleno de frío. Lo hacen, seguro, por la película Anatomía de un dandy, pero más por la envidia incurable. Lo dijo, al respecto, Juan Luis Panero borracho en otro cinemascope: “¡Qué coño me voy a sentir huérfano con más de cincuenta años!”. La pena honda, incluso el duelo periódico, no es orfandad. Me lo dijo mi mejor amigo en el cole, huérfano de padre, madre juez y con posibles: “¿Cómo echas de menos lo que no conociste?”. Solo existe, con película o sin ella, la orfandad adolescente, no hay otra en el adulto de una pieza, ni en quiebra ni tarado. No existe recuerdo sin trato previo o anterior. A ver si se entera la generación Barrio Sésamo, coño, entre tanto profeta hueco y golpe de melena astrosa, sin camomila ni sentido común básico.
El amor, Paco. Los veranos del látigo y la rosa. El descanso de la tecla y el folio arrebatado, todavía humeante cuando llegaba el motorista del periódico en su busca. Lo definiste a tu bola por el scalextric del couché brillante, galgo tras la presa sobre la estepa: “El amor consiste en meter tres centímetros, sólo tres centímetros, en lo hondo de la vagina intrusa, para luego empujar con los otros veinticinco”. Paco, ferragosto de luto. Paco, hormigonera sin descanso. Las cotorras no cansan pero nadie como tú se lo dijo mejor a Lola Flores cuando hablaba de tu impostura social, dandismo público, ganas de pelea o arrime, pose firme entre las alimañas y su carroña: “Mira, guapa, salgo todos los días con la mentira puesta porque nadie se merece la verdad”. Un blindaje.
Ferragosto eterno, Paco. El trabajo nos libera. Pico y pala, Paco. Cerveza caliente de lata, por culpa de la garganta y los oídos, calle Puebla en Majadahonda, fuego tan amado, libros tirados al agua de la piscina como amebas o vulgares acracias. Mucho ha cambiado el mundo desde tu ida (28 de agosto de 2007), ahora el personal coloca al principio del artículo el tiempo de lectura del mismo, no ves a gente con periódicos por la calle, cierran los kioscos y, lo que es peor, terapeutas de todos los colores, logopedas y psicopedagogos, dicen que los adolescentes nada saben de la lectura profunda, todo picoteo, mente saltamontes, solo móviles y dedos que no se están quietos mientras cotizan imágenes a cual más disparatada. El infierno, Paco. La muerte toda del viejo arte de la escritura y la lectura. Juntar dos palabras que jamás estuvieran juntas, a la manera de Valle-Inclán. Incluso en las universidades leen trozos de libros porque no son hombres ni mujeres. El alumno coloca “alertas de detonante”, en campus extranjeros, ante posibles desequilibrios lectores sobre ciertos temas. Niños, Paco. Niños que se afeitan a diario. Infantilocracia. Parvulario.
Aparatitos, gadgets, cero lectura profunda, cero lectura comprensiva, no saben ni ligar. No te extrañes, Paco. Hay aplicaciones en los teléfonos donde no hace falta hablar, solo fotos y un breve mensaje. La muerte de la palabra impresa y la herida en la idea. ¿Progreso? Regreso, en muchas cosas. Todo un poco ha saltado por los aires: no existen ya derechos laborales, por los que tanto se lucharon en este país. Comemos basura, el material del que están hechos todos los contratos mercantiles, mientras huimos de pestes eternas, por medio de mascarillas y lavados a la vera del río. Los ojos, mientras apartan desechos y escretos, escupen miedo, Paco. Lo que fue siempre la sociedad del conocimiento, libros y periódicos, sufre amnesia interminable. Jóvenes dopados con móviles, tabletas, terciopelo digital y cada vez con menos neuronas. Ayer me dijo un profesor de Secundaria que les puso un texto tuyo, previo al fin de curso, y no lo entendían. Viven sin metáforas, perdidos entre el barro, ciegos de tanto ver pantallas pegajosas, ordenadores/teléfonos manejados solo con una mano.
Tus libros siguen vivos, Paco. Contaminan fuego, chispazos, electricidad. La obra queda, Paco. La hoguera sabrosa no se apaga. Anda por sitios turbios, librerías oscuras, saldos, sitios raros, porque Planeta no quiere seguir dándole al manubrio de tus ciento y pico títulos catalogados. Han hecho una proeza: editar en Austral Tamouré, tu primer libro de cuentos, inencontrable. Cuatro retrasados siguen con lo de hijo de madre soltera y demás teorías freudianas, Pincho muerto y el daño voraz. Desaparecido sigues escociéndolos a base de prosa inolvidable, joyería verbal, gramática lujosa. Unos pocos periódicos te recordamos hoy: elevaste el artículo de prensa a género literario y la belleza literaria era eso, otra crema para seguir bronceado y feliz dentro de la letra impresa. Gracias, Paco. El peor ferragosto es éste, donde recordar es sencillo y olvidar lo más duro. E imposible, bien lo sabes, ni aún por las peores artimañas, créeme, expulsar a quien sea de la memoria, porque, como quiso George Sand, sólo el recuerdo es el perfume del alma. Gracias, Paco. Los otros (enfermos) tampoco tienen olfato.
Escritor
Publicado originalmente en elimparcial.es