Navidades de Black Friday

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David Felipe Arranz

Lo que queda del pequeño comercio español, los restos del naufragio económico del coronavirus, se prepara sin demora para celebrar sin miramientos su “Black Friday” el 26-N, siguiendo la tradición anglosajona del día siguiente al Día de Acción de Gracias, el viernes de la última semana de noviembre. El “Black Friday” es al tumulto moderno lo que las revueltas a las monarquías hispánicas: todo confusión, pisotones y caída del caballo… o del taxi. Los estadounidenses lo exportan todo, desde Marilyn Monroe a la cocacola, jerarquizando el orbe con sus lemas, su cartelería ostentosa e invasiva y su publicidad variopinta y multicolor para “borderlines”, de marquesina en marquesina y de parada de metro en parada. Antes los vagones llevaban una tele con su canal, pero alguien pensó que era demasiado caro y que había que gastarlo en otros festejos y ocurrencias de bombero. Esto del viernes negro lo inventó la policía en Filadelfia (Pensilvania), cuando el embotellamiento de automóviles colapsaba las grandes avenidas de los EE.UU. y los guardias se preparaban para su viernes oscuro y jodido, ahumado de estrés, cláxones que pitan, niños que lloran, dióxido de carbono, esculturas vivientes en medio de la calle y vendedores de biblias. Es decir, que esto tiene que ver con la Navidad lo que un huevo con una castaña. Pero en España somos muy modernos y todo lo foráneo nos convence: simplemente con escuchar un poquito de inglés, el oído se nos acostumbra al marketing guiri.

Para abastecer de caprichos y electrodomésticos al personal, algunos alcaldes han hecho coincidir la orgía consumista anglosajona adoptada por estos lares con el encendido de las luces de Navidad, porque los del gremio del comercio dicen que la gente, estimulada convenientemente con unas luminarias blancas con componente azul, gasta más. Sobrados de arrogancia impertinente, los ejecutivos del consumo, los presidentes de las corporaciones de los grandes almacenes y los gurús de las campañas online, afilan sus cuchillos para vendernos su producto estrepitoso, ya nos haga falta o no: eso es lo de menos. En esto hay opiniones diversas, y es frecuente entre los opinólogos que opinan y comentan el pulso social cargar la tinta sobre lo inocuo de el encendido del lumen navideño y de, por el contrario, sus grandes beneficios. Y por las calles y avenidas de los municipios ya cuelgan las guirnaldas que no sé si anuncian la venida del Niño Dios, pero sí del Miniland Doll, que se lleva mucho porque dicen los que venden estos muñecos que ayudan a los niños a gestionar sus emociones. Lo de los preceptores, tutores, ayos, fámulos y progenitores preguntando al infante por los motivos de sus lágrimas, ya es cosa demodé. De manera que la línea de muñecas que han bautizado como Emotions Buddy tranquiliza a los pequeños de la casa porque lleva grabada la voz de los padres, que se activa cuando el bebé berrea o demanda atención.

Tras insistir en lo manifestado por los responsables de las tiendas, los ediles han echado sus redes multicolores por encima del trazado urbano, y ya existe un crecimiento anual del 2,2% de luces artificiales en las ciudades del mundo “civilizado”, lo que los ecologistas han denominado intrusión lumínica, que es la versión moderna de la patrona de la pensión entrando sigilosamente en la habitación para cobrarse el mes y dándonos un susto de muerte o postrero, pero ahora en digital y en formato LED. A los amigos de la fauna y la flora las luces navideñas les parecen aberrantes porque destruye los ecosistemas de los seres que solo pueden desarrollarse en condiciones oscuras, como los insectos o algunas aves. Como ejemplo, ponen el de las aves recién nacidas o migratorias que se ven atraídas fatalmente y desorientadas por las luces de las ciudades –el alumbrado costero, especialmente– en su tránsito aéreo, o el de las mariposas y otros seres aéreos que, como moscas en la miel, se ven atrapadas por lámparas y farolas, provocando muertes masivas y cortando el ciclo de la polinización. Según un estudio, ya de algunos años, de la revista Nature (2 de agosto de 2017), la contaminación lumínica redujo en un 62% la presencia de insectos polinizadores, con la consiguiente y catastrófica alteración del ciclo vegetal.

Pero más allá del escarabajo pelotero o el zapatero, oficios muy dignos por otro lado, las luces nocturnas afectan a nuestro sistema circadiano, según estudio de don Emilio J. Sánchez Barceló, Hicimos la luz… y perdimos la noche, de la Universidad de Cantabria. Estamos inmersos en la “cronodisrupción”, que no es otra cosa que la alteración del sueño, con su tanto de insomnio, obesidad, depresión, diabetes y otras patologías del mundo moderno. De manera que si ha de creerse lo que cuentan regidores y burgomaestres, lo del “Black Friday”, los lúmenes anticipados y otras maniobras comerciales, el gasto del personal estimulado por las bombillas y fluorescentes hacen conciliable la economía con estas consideraciones sobre la salud, la sostenibilidad, Papá Noel y la cabalgata naif y psicodélica de Sus Majestades de Oriente de pega. Que va a ser que no.

Filólogo y periodista

Publicado originalmente en elimparcial.es