Historia de la democracia priista (19) La democratización que no fue democracia

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Partamos de un punto básico: la democracia no es democracia y la democratización no garantiza la democracia.

De todas las características antiguas y modernas de democracia –de los griegos a Leonardo Morlino–, en México sólo se ha logrado, y de manera distorsionada, una: el respeto al voto…, pero pasando por el embudo autoritario del Instituto Electoral que vigila que la democracia sea democrática, aunque con reglas antidemocráticas.

El proceso de democratización mexicano comenzó en junio de 1963 con la publicación en el Diario Oficial de la reforma que creaba los diputados de partido para darle espacio legislativo a las minorías avasalladas por el PRI-gobierno: cinco diputados sólo por el 2.5% de los votos y uno más por cada medio punto hasta un límite de veinte. Y llegó a su punto culminante con la alternancia partidista en la presidencia de la república en las elecciones de agosto del año 2000

Fueron treinta y siete años de reformas en cámara lenta, retrocesos en cámara rápida, distorsiones permanentes sobre la marcha. Pero, sobre todo, un proceso que siempre tuvo a la élite gobernante como dinamo de los cambios. En todo caso, la oposición desperdicio avances, no entendió la lógica de la pluralidad y nunca pudo desprenderse el pensamiento priísta histórico.

El sistema político/régimen de gobierno/Estado constitucional ha sido el mismo de siempre, con el PRI o la oposición en el gobierno: el proyecto histórico de la Revolución Mexicana desplegada por el PRI de manera abierta, por el PAN de manera embozada y desde la derecha y PRD y Morena desde una izquierda no ideológica ni socialista.

Los ejes de la estructura trípode del poder en México han sido tres: sistema presidencialista, régimen centralizado y Estado populista. Los espacios de democratización en la segunda mitad del siglo XX no fueron aprovechados para la reforma ideológica e histórica del proyecto nacional, sino para reforzar la idealización de la Revolución Mexicana que comenzó con un estallido de violencia, se encauzó por las élites desclasadas y se ha eternizado por una clase política gobernante ya sin ideas, burocratizada y articulada a grupos de interés que administran el poder para sí mismos.

La democracia ha quedado en manos de una estructura de poder que se protege y dinamiza a sí misma: el sistema representativo al que se accede por la vía de los partidos, autoridades electorales con autonomía política e ideológica como embudo procedimental, dispersión ideológica motivada por la fuerza de los grupos de interés que trafican con los cargos públicos electos y de designación, un Estado autoritario que es usado sin rubor lo mismo por autoritarios que por demócratas y una sociedad despolitizada que avanza al ritmo de las élites gobernantes.

De manera paradójica, México es hoy más democrático que en los años autoritarios del PRI, pero es menos democrático que en los años autoritarios del PRI. La revista Política y gobierno del CIDE publicó en 2011 el ensayo La calidad de la democracia Un análisis comparado de América Latina, del politólogo catalán Mikel Barreda que resume las nuevas –aunque ya no tan nuevas porque vienen desde finales de los ochenta– formas de tasar de la democracia:

La democracia ha pasado del modelo procedimental de Schumpeter en 1942 en Capitalismo, socialismo y democracia a la incorporación de características que se conocen como calidad de la democracia. Ya no se trata sólo de reglas para poner gobernantes y quitarlos, sino para exigirles a los políticos el cumplimiento de promesas, compromisos y funciones. El catalogo más completo es el de Leonardo Morlino: Estado de derecho, participación, competencia, rendición de cuentas y capacidad del gobierno electo por la vía democrática de responder a las demandas por las cuales fue electo.

El proceso de democratización no democrática de México no tuvo plan de vuelo, careció de reflexión politológica, se hizo por políticos pragmáticos ajenos a la ciencia política y con politólogos sin capacidad crítica como para inducir ajustes procedimentales. Por eso, de 1963 a la fecha, México es más democrático en la política, pero menos democrático en el funcionamiento de las instituciones.

La clave del proceso distorsionado de democratización debe localizarse en el defecto der toda democratización pervertida: la ausencia de ciudadanía. Tenemos electores personas con capacidad de elegir, pero sin escenarios de tomas de conciencia para elegir. No se trata de un defecto mexicano, sino de democracias ajenas a la democracia. En los EE. UU., por ejemplo, se habla de una democracia “del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”, pero los cargos votados llegan al poder a tomar decisiones favorables de los grupos de poder o las facciones de interés.

La transición política de México no ha llevado a la democracia.

indicadorpolitico.mx

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