En recuerdo de René Avilés Fabila: 15 de noviembre 1940 – 16 de octubre 2016

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He tenido muy pocos pero maravillosos amigos, pocos pero buenos.

Amigos con los que he tenido a lo largo de la vida cosas en común. 

No soy como la demás gente que llama amigo a cualquiera. 

Cuando pienso que tengo muchos amigos en el momento de saber quiénes son esos muchos amigos descubro que no hay tantos. 

Hoy escribo estas líneas en recuerdo de René Avilés Fabila.

Para René sus amigos eran lo más importante. 

Los defendía a capa y espada.

A sus alumnos les enseñaba los valores fundamentales en una amistad: Lealtad. Amor. Solidaridad. Incondicionalidad. Sinceridad. Compromiso.

Desde su inicio como escritor mantuvo inquebrantable su posición política. Su rebeldía lo llevó a ser expulsado del paraíso de la cultura.

Incorruptible, su primera novela Los Juegos fue un escándalo que incomodó a la élite cultural. A la Mafia que encabezaba Carlos Fuentes y Fernando Benítez y que heredaron Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, la heroína de la cuarta transformación. 

Dionisio Morales poeta tabasqueño, secretario de Carlos Pellicer, dice que ‘Si René no hubiera escrito Los juegos, hubiera sido un escritor respetable y hubiera logrado un éxito más amplio y muchas menos aversiones. René padeció la censura y fue excluido de los premios literarios, todos están amañados. Murió decepcionado del país y de la academia y con un hartazgo muy acentuado por la descomposición política que devoró a la izquierda.

Como una premonición escribía una novela que apenas comenzó que ni siquiera título tenía, iniciaba con el apunte de “Palabras finales” de la siguiente manera: 

“La muerte es el final, nada hay después de ella. De ninguna manera habrá un sacerdote. No es que piense en la muerte, es mera precaución en un país que de pronto ante mis ojos se deformó y se perdieron las esperanzas, al menos para mí. 

Seguiré con mi vida o mejor dicho, caminaré por las rutas que se abran ante mí. 

Tampoco volveré a escribir, salvo notas cortas o correos electrónicos. 

He perdido interés en México y honestamente en cualquier otro país por prometedor que pueda ser. Éste es mi testamento o mi última voluntad, escrita sin la amenaza de enfermedades. 

La vejez llegará cuando llegue y la aceptaré si es decorosa. De lo contrario, nunca está de más una buena dosis de somníferos o, para ser dramático, un pistoletazo en la sien.

“Ahora, como hombre práctico que soy, le ruego a quien encuentre mi cadáver, si está en buen estado, no lo incineren, denle un uso razonable: que vaya a la Facultad de Medicina de la UNAM, allí tendré una cierta utilidad. Si la descomposición de mi envoltura es avanzada, entonces sí, quémenlo. Se supone que el fuego purifica y yo sí que necesito de tal proceso”. 

Gracias, atentamente, René Avilés Fabila.

René pensaba que podría haber sido su última novela, una de gran aliento, elaborada fuera del país y dejando no solo el periodismo sino la academia. Dedicándose solo a leer, escribir y pasear.

Adiós René, Gracias por tu amistad amigo, donde quiera que te encuentres.