Elogio de la muchedumbre

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Fernando Muñoz

Me gusta ver las calles llenas de gente de vida desenvuelta y alegre en mitad de la catástrofe pregonada. No cabe duda de que nos llegarán días de sufrimiento y llanto, así es siempre la vida, pero disfrutemos de lo que tengamos mientras tanto. “Mientras tanto” es la vida misma, un único tránsito.

Me gustaría que fuera un amable estar juntos, bien narrado, ir y venir entre nuestras casas o tomando un trago tras el trabajo en común. Pero ya es algo el alboroto iluminado de una Navidad que no quieren nombrarnos para no herir sensibilidades foráneas – dicen – aunque sospechamos que es para hacernos olvidar la raíz última que todavía alimenta los árboles encandilados y los cielos estrellados de luces, a no sé cuánto el kilovatio.

Es cierto que la agitación misma no hace la vida en común, es cierto que pudiera ser – por el contrario – índice de egoísmo y depredación consumista. Seguramente es así, pero me parece que todavía queda tras cada vida otra escondida y el que compra un regalo o se arregla para una cita, sigue teniendo presente a un tercero. No se ha vuelto íntegramente sobre sí, con el gesto aniquilador del único o el desesperado. La multitud que toma las calles, aunándose como el rebaño, todavía encuentra el gusto por la agregación. Puede llegar el momento en que la masa, ferozmente distanciada, pierda la inclinación ancestral a arrimarse. Las muchedumbres – que tienen tan mala prensa – no dejan de ostentar esa querencia elemental a aproximarse, una tendencia que quizás no encuentre hoy otra forma de manifestarse. Además, a los solitarios nos da ocasión para la huida y nos deja sentirnos raros, cuando la verdad es que no lo somos tanto.

No quiero denostar hoy a las masas que se arremolinan en los centros comerciales, pródigamente iluminados, de las grandes ciudades. Multitudes de embozados que dejan caer la máscara de su soberbia y muestran el rostro compasivo del que sabe caminar entre tantos. Hoy quiero creer que mañana podría hacerse del tumulto o de la tropa un verdadero paisanaje, ojalá el tropel que deambula por los comercios inhabitables fuera una comunidad de pequeños soberanos, señores de una vida sostenida sobre una realidad común y orientada a una verdad unánimemente reconocida.

Si – como parece – mañana será el triunfo del individuo sustantivo, añoraremos la misma presencia del gentío y de la turba. Es la materia antropológica en que concluye la historia, es nuestra condición real y, sea mañana lo que sea, habrá de serlo a partir de esta sustancia deficiente y agotada, como es siempre la vida humana. Quien injuria a esas multitudes que merodean en torno a reclamos luminosos, a escaparates y baratijas, incurre en un nuevo grado de atomización y despersonalización. Soberbio ante el espejo, es ese “yo” independiente y distanciado el verdadero adelantado en la soledad infinita de un futuro hacia el que las masas todavía se encuentran en camino.
No es condición suficiente, pero la proximidad o la cercanía es condición necesaria de la alegría, el fundamento material de una piedad sin la que toda alegría se reduce a fruición egoísta. Juntos, quizás simplemente arrimados, pero ya venciendo la extrañeza que mutuamente nos causamos.

Por eso encuentro feo el gesto que desprecia a esa plebe frumentaria microburguesa, porque es la misma chusma que – en su querencia por la proximidad – muestra todavía la posibilidad de ser humana, porque alberga toda la realidad residual del hombre. No es el viejo hombre, ni tampoco el hombre nuevo, que se nos ha prometido. Es el andrajoso hombre moderno y es toda nuestra esperanza. Si pudiéramos sentarnos y hablar, mirándonos a cara descubierta, mientras celebramos el alimento, si fuéramos compañía unos para otros, no estaríamos tan lejos de la más elemental realidad. Nos desearíamos “salud” unos a otros y entonces la multitud adquiriría el rostro cordial de la humanidad concreta.

Aunque no estoy libre de pecado, reconozco que es feo denigrar a la muchedumbre porque es, muy a menudo, indicio de una oscura desesperanza.

Doctor en Filosofía y Sociología

Publicado originalmente en elimparcial.es