Esclavitud, sexo y fútbol

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Antonio Hualde

Nasser Al-Khater, presidente del comité organizador del Mundial 2022, ha confirmado algo que ya se sabía: “la homosexualidad no está autorizada en Qatar”. No obstante, concede que los aficionados LGTB tendrán derecho a viajar y ver los partidos, eso sí, “sin muestras de afecto en público”. La culpa de semejante aberración no la tiene el jeque -o lo que sea- en cuestión, sino los que han hecho posible la celebración del Mundial en un país aberrante con los derechos humanos en general, y donde hace tanto calor que los partidos tendrán que ser en diciembre.

Lamentablemente, parece que hoy en el mundo del fútbol todo puede comprarse con dinero. Desde un mundial a un Balón de Oro, pasando por un supuesto fair play financiero, los petrodólares prostituyen cada día más lo que hasta hace poco era un deporte precioso. Está, además, la horrible trastienda de la organización del próximo mundial. Y es que, según el diario británico The Guardian, más de 6.500 trabajadores precarios habrían perdido la vida en las obras de los nuevos estadios, hoteles e infraestructuras del emirato.

En efecto, trabajadores indios, pakistaníes o de Bangladesh padecen en pleno siglo XXI esclavitud encubierta. No sólo en Qatar; el resto de países del Golfo no van a la zaga en lo que se refiere a explotación laboral…y de derechos de la mujer y del colectivo LGTB. Por el contrario, Xavi Hernández sigue pensando que “en Qatar todo el mundo vive muy bien”. Habría que preguntar al entrenador del Barça quién tiene o no cabida en “su mundo”. Y por qué federaciones de fútbol como la española se llevan allá sus trofeos -lo de la Súpercopa fuera de España no tiene un pase, por más que le paguen a Rubiales y compañía-, legitimando lo ilegitimable.

Sin embargo, tanto la prensa generalista como la deportiva pasan de puntillas por todo esto. Prefieren centrarse en asuntos tales como la salida del armario de un futbolista australiano que jamás ha militado en clubes importantes y cuyo nombre ni recuerdo ni tengo el más mínimo interés en aprender. Si este señor hubiese hecho algo relevante sobre un terreno de juego no tendría necesidad de airear sus intimidades de alcoba para cobrar una notoriedad que sus mediocres condiciones futbolísticas le han negado.

Iluminados de los cinco continentes -Gerard Piqué ha sido uno de ellos, dedicándole una carta pública de reconocimiento- se han apresurado a auparle a un pedestal tan artificial como ventajista. Por más que algunos se empeñen en lo contrario, al aficionado le interesan más los goles de Vinicius, Messi o Lewandowsky que sus respectivas vidas privadas. Allá cada cual. ¿Hay homosexualidad en el fútbol? Claro, como en el resto de ámbitos de la vida. ¿Y qué? Esto, reitero, sigue siendo un deporte, no un escaparate para hacerse notar con juegos de pelotas fuera de la cancha ni un artificio donde blanquear dictaduras medievales sustentadas por petróleo.

Abogado

Publicado originalmente en elimparcial.es