Sábado 24 de febrero de 1821
— Ya firmó usted, Agustín, ante testigos, nuestro Plan de Iguala; al proclamarlo, su compromiso se hizo solemne. Hoy 24 de febrero de 1821 es fecha que quedará en la historia de México.
— No lo dude usted, amigo Vicente. Esto es apenas el comienzo del fin de la guerra.
— Ahora tenemos que organizar el juramento que harán sus tropas.
— ¿No cree usted que sus tropas también tienen que jurar?
— No, Agustín. Los insurgentes ya estamos comprometidos y hemos dado la vida por la causa de la independencia. Son ustedes, los realistas, quienes se han adherido a la lucha nuestra y a nuestros principios. Por la conveniencia de tener un dirigente criollo, lo invitamos a usted a encabezarla. Fue preciso que usted proclamara nuestro Plan, del que hemos enviado copia a nuestras partidas.
— Los hemos convocado a reunirse con nosotros para el viernes 2 de marzo, aquí en Iguala.
— Algunos jefes insurgentes, que viven escondidos, son también de la opinión que solamente sean sus tropas realistas las que hagan el juramento. Tienen la razón. Nosotros no requerimos jurar por lo que hemos luchado, por nuestras convicciones de libertad. Sin embargo, algunos insurgentes atestiguarán la ratificación que usted y sus tropas hagan.
— Tenemos que organizar ese día de la unión. Será la primera celebración hasta que lleguemos a la capital.
— Estemos precavidos, pues los hombres comenzarán a llegar antes. Las vísperas usted tendrá que jurar su adhesión a nuestra causa, frente a testigos insurgentes, para que ese día sus hombres sepan que ya lo ha hecho ante Dios. Y junto con ellos, volverá a hacer el juramento.
— Que eso sea el día 1° de marzo.
Miércoles 28 de febrero de 1821
— Bienvenido, amigo Vicente. Permítame darle otro abrazo.
— Abrazo que dejaremos pendiente. Me han llegado noticias graves. En honor a mi crianza, a la cortesía, a los acuerdos que tomamos, en nombre del Dios de los Ejército, pido a usted aclare lo que ha sido publicado en la capital.
— Diga usted, Vicente, y no dude de mi lealtad.
— Traigo aquí la Gaceta Extraordinaria del Gobierno de México, del 23 de febrero, que publica un oficio que usted, Agustín, envió al virrey. Usted informó sobre nuestros encuentros y primeros acuerdos, que debían mantenerse en secreto hasta que el Ejército de las Tres Garantías jurara.
— Comprendo su molestia. Debo explicarme…
— Primero escuche. En su oficio del 18 febrero, que envió al virrey desde la Hacienda de Mazatlán, informa sobre el encuentro de usted con los insurgentes, del que me previne enviando a un representante de todas mis confianzas, porque, como usted dice al virrey, al referirse a mi persona, que “no habiendosele podido inspirar à aquel caudillo la confianza necesaria para que se prestare á venir á contestar conmigo”, conferenció con José Figueroa, hombre a quien otorgué todas las facultades, coronel y tesorero insurgente. Usted, Agustín, desde esa fecha, delató nuestros movimientos. Informa, además, que me he puesto a sus órdenes, junto con 1,200 hombres armados, lo que falta por concretarse.
— Don Vicente, conozco el contenido del informe… Jamás pensé que lo publicarían…
— Usted, Agustín, siguiendo órdenes, quería atacarnos por la espalda. Fue usted quien solicitó hablar con mi representante. Informa al virrey de la carta que Figueroa le entregó con las condiciones para un encuentro pacífico entre usted y yo, y “bajo la principal de que no se nos tenga por indultados”; agregó que “la fuerza de todas las partidas” es de “3,500 hombres”, número en que usted está equivocado, insurgentes que usted considera unos muertos de hambre, lo que deduce de supuesta “confesión ingenua” de nuestra parte. No nos conoce, Agustín, no se equivoque. De ello habla usted al virrey en oficio separado, en el que espero no haya delatado nuestro primer y breve encuentro secreto.
— No lo hice, Vicente. Confíe en mis acciones. El virrey apoya la independencia. Por ello, he solicitado dinero…
— Es difícil creer en su dicho. Un virrey sabe ser leal al rey. Usted enreda las cosas con su lenguaje lisonjero, y el virrey le da cuerda. Debemos ser claros. Usted no debe solicitar recursos que no hemos pedido; no puede usted hablar en nuestro nombre. Para la fecha de su oficio, 18 de febrero, ni siquiera habíamos terminado el plan común. Esto es traición, Agustín.
— Permítame explicarle…
— Sepa usted que lo tenemos rodeado. Por eso también vigilamos los pasos de su correo, Antonio de Mier y Villagómez. Mas no imaginamos el contenido de su misiva al virrey. Usted le prometió terminar la guerra y acabar con los insurgentes del Sur, por eso el virrey lo apoya.
— El virrey está de acuerdo con la independencia, con ciertas condiciones…
— No lo creemos. Además, robaron el convoy que transportaba dinero de México a Acapulco, “de cuenta del comercio de Manila”, con el pretexto de protegerlo.
— Ha habido desertores a causa de las reuniones con usted, Vicente; necesito dinero para garantizar su paga… El mismo 24 de febrero dirigí una carta a los “Señores interesados en las platas que se hallan en via para Manila”, explicando que si el virrey no acepta nuestro Plan, “como sea preciso tener dinero á mano para pago de las tropas y demas gastos indispensables del momento, no podrá dejarse de tomar alguno de aquellos fondos”, plata que me comprometí pagar.
— No insista, Agustín. Por sus cartas, supimos que usted sabe acomodar el lenguaje y las circunstancias. Con todo respeto, usted tiene fama de ser hombre de artificios, adulador, interesado más por el dinero y el poder que por ideales y principios. Por eso su plan no lo aceptamos y escribimos juntos otro plan, que quedó confuso en la forma de gobierno. Sus intenciones son transparentes, Agustín. Le repito, no se equivoque.
— Esa mala fama mía viene de los conservadores, que quieren seguir bajo la monarquía española. Si usted revisa los hechos, podrá convencerse de mis principios y convicciones.
— Lo hago. Usted, Iturbide, entre el 10 de enero y el 4 de febrero, marchó de Cuaulotitlan a Tepecuacuilco; desde ahí me pidió que me acercara a Chilpancingo para tener una conferencia, pero con la intención de atacarme por la espalda, como se le ordenó el 17 de enero. Del Rincón de Santo Domingo, junto a Las Balsas de Coyuca, de donde le respondí el 20 de enero, algunos insurgentes agarramos camino hacia Tepecuacuilco. Conociendo sus intenciones y su modo de operar, los insurgentes los teníamos rodeados, cualquiera que fuera el punto en el que se encontraran, y los seguíamos. El 5 de febrero, usted y yo tuvimos ese primer breve encuentro secreto de reconocimiento en un lugar del río de Tepecuacuilco: ahí nos medimos, ahí lo conocí con sólo una mirada.
— En ese primer encuentro secreto entre sólo nosotros, usted, Vicente, no aceptó el abrazo que yo tampoco me atreví a dar. Vimos nuestras caras y nos despedimos: usted se adentró en los montes de Huiztuco y yo regresé a Tepecuacuilco, para luego, de camino a Chilpancingo, encontrarme con don José Figueroa.
— Entre otros hombres, usted propuso a Figueroa, en su carta del 10 de enero, enviada desde Cuaulotitlan, para imponerle a fondo sobre noticias y su modo de pensar. Usted solicitó se dirigiera por Chilpancingo. Su carta dejó ver sus intenciones, pues escribió que “si no hubiese llegado” usted a esa ciudad, Figueroa y comitiva debían aguardarlo ahí; y previendo que surgiera la desconfianza, adjuntó a su misiva el pasaporte para que se moviera “libremente” y pasara más adelante hasta encontrarle, salvoconducto que nunca hemos necesitado. Era innecesario que usted agregara que no infiriéramos que su carta “es por otros principios, ni tiene otro móvil” que el que había usted manifestado, “el bien de esta Nueva España”; además, vi su amenaza cuando dice que tiene “tropa sobrada”, etcétera. Y no obstante que en esta carta del 10 de enero usted dice hablar “con la franqueza que es inseparable de” su “carácter ingenuo”, en su informe al virrey del 18 de febrero tacha a los insurgentes de ingenuos por haber confesado “ingenuamente” no tener medios para subsistir. Repito: de esto usted se aprovechó para robar dinero.
— Queda claro, Vicente, que yo fui el ingenuo. En esas fechas, llegué pensar que su plan era aceptar mi plan inicial.
— Para entonces yo conocía su plan original y sus intenciones. Entre el 4 y el 11 de febrero, Figueroa lo encontró Cocula, el lugar de las riñas y las discordias desde los antiguos. Ahí conoceríamos sus intenciones verdaderas y sus propuestas. Mientras ustedes hablaban en una banca de la iglesia de Cocula, en un cuarto anexo a la sacristía yo escuchaba. Hice enmiendas al plan insurgente, que luego usted también revisó en el convento de San Bernardino de Taxco, después de que se lo hicimos llegar. El 21 de febrero, en un paraje de estas montañas, juntos revisamos el nuevo plan, con nuestras precisiones de cada quien. Pero usted, Agustín, traicionó los acuerdos que tomamos el 11, en La Concordia, y el 17 de febrero, cerca del ojo de agua de Acatempan y Teloloapam. Contrario a lo convenido, la misma noche del 17 usted decidió que al día siguiente, el 18, al amanecer, partiría hacia Chilpancingo. Continuó su trayecto, pasó por Chilpancingo y llegó a la Hacienda de Mazatlán, de donde por la noche envió el oficio al virrey, del que hablamos, informándole haberme sometido, junto con algunas de mis tropas, lo que no fue así.
— El que ese oficio mío del 18 de febrero se haya publicado en la Gaceta ha provocado confusiones…
— No son confusiones. Son dobleces. Continúo. Las poco más de 23 leguas que recorrió desde Acatempan a Chilpancingo y Mazatlán, nuestros hombres, apostados en los filos de la Sierra y otros puestos, lo vigilaron; cuidaron que no fuera muerto. En ese momento nuestra desconfianza habíase trocado por inicial confianza. Luego vino nuestra conferencia del 21 de febrero, de la que ya hablamos. Continúo con los hechos.
— No dude más de mis intenciones, Vicente.
— Como ya le he dicho, el Plan de Iguala tiene confusiones, que usted afirma útiles para optar por uno u otro gobierno. Los insurgentes lo aceptamos, por el bien de la independencia. Y usted aceptó el Plan, que firmó y proclamó el pasado 24 de febrero. Sólo por eso estoy aquí. Falta que sus tropas se adhieran a la causa insurgente para desmentir su informe del 18 y la respuesta del virrey.
— Así será, Vicente. El informe al virrey fue para ocultar nuestros planes. Confíe usted.
— Cumpla usted, Agustín. Al virrey podrá engañar, pero a los insurgentes, no. Escribamos el juramento que harán los realistas el 2 de marzo. Llegamos a suponer que era intención suya complacer la instrucción del virrey para que los insurgentes prestáramos juramento al rey de España y a su gobierno. Debe demostrarnos que no es así. Tenemos una copia de la Constitución de Cádiz que da la forma de juramento para “toda persona que ejerza cargo público, civil, militar o eclesiástico”. El juramento de usted y los realistas debe ser diferente.
— Comprenda, Vicente, que el juramento que harán los jefes y oficiales realistas deberá ser también político para evitar deserciones y más sangre. Vea usted nuestra propuesta:
Iguala, 2 de marzo 1821: Una versión del juramento del Ejército de las Tres Garantías. AGN.
Formula del juramento solemne q[ue] hizo el Ex[ército] de las tres Garantias en el Pueblo de Iguala el dia 2 de m[ar]zo de 1821.
¿Jurais á Dios y prometeis bajo la Cruz de vuestra espada (ablando con los SS. Jefes y Oficiales) observar la S[an]ta Religion C[atólica] et. R[omana]? = Si juramos.
¿Jurais hacer la Independ[enci]a de este Reyno, guardando p[ar]a ello la paz y union de Europeos y Americanos? = Si juramos.
¿Jurais conservar la obediencia al S[eño]r. D[on]. Fernando 7mo, si adopta y jura la Constitucion q[ue] haya de hacerse p[o]r las Cortes q[ue] deben formarse en este Imperio? = Si juramos.
Si asi lo hiciereis el Señor Dios de los Ex[érci]tos y de la paz, sí ayude y sinó ós lo demande.
- Rey
Ayudante
— El tercer juramento refleja lo que usted desea, Agustín. ¿Qué haremos si Fernando acepta?
— No creo que suceda. España tiene suficientes problemas.
— Sus ambiciones son claras, Agustín. Mas en esta parte, la verdad supera a la lealtad. La única verdad es independizar a México. Por eso, en lugar de “Reino” e “Imperio” debe decir “América Septentrional”; no lo olvide.
— Para lograr la adhesión de los miembros del ejército realista, necesitamos que se convenzan de una independencia bajo la tutela de España, en forma de monarquía, de imperio.
— Eso no es independencia, Agustín. Los está engañando. Demuestre que no hay traición a la causa. Le recuerdo que usted firmó el Plan de Iguala.
— No es engaño, Vicente. En el fondo, los realistas desean la independencia, pero su juramento de lealtad al rey abruma sus conciencias. Poco a poco irán apoyando la independencia.
— Se trata del nuevo juramento que harán ustedes los realistas. Si queremos unión de fuerzas, si quieren la independencia, debemos modificar su propuesta de juramento. No se hable de imperio ni de monarquía, aunque usted lo quiera o lo recomiende.
— Dése por complacido, Vicente. Reescribiremos el juramento con los cambios que usted exige.
— Espero que así sea.
— Ya están aquí “los señores jefes de los cuerpos de la guarnición, los comandantes particulares de los puntos militares de toda la demarcación y demás señores oficiales”. Mañana 1° de marzo tendré una junta con ellos; presentaré “la combinación de ideas que para conseguirlo” juzgo convenientes. Los convenceré de adoptar “un plan que arreglase la común opinión con contento de todos” como “único remedio” para terminar con la guerra, pues “no obstante que al militar le es muy glorioso el vencer, es más gloria a las tropas restauradoras de la libertad conseguirla sin que se derrame una sola gota de sangre”. Luego leeré el plan.
— Será mejor que lo lea uno de sus jefes para que el resto vea que cuenta ya con apoyos. Usted encárguese de las razones que lo sustentan.
— Pediré al capitán de Tres Villas, don José María de la Portilla, que lea “en voz alta, clara y comprensible” “el Plan, oficio y lista nominal de los señores vocales para la junta preparatoria”, lista “remitida al Excmo. Sr. Conde del Venadito”. Cuando termine, les diré que creo “firmemente de la bondad, así del señor conde del Venadito como de los sabios que se hallan a su lado y lo dirigen”, y que si no acceden “a tan justa pretensión”, será “indispensable sostenerla a toda costa”. Terminado el debate, si hay tiempo, procederemos al juramento.
— Nosotros estaremos cerca, observando. Se quedarán algunos de mis hombres para ser testigos.
— Se levantará acta del juramento, que los presentes firmarán, y se guardará en el archivo “para perpetua constancia”; se imprimirá para que todas las tropas tengan copia. Su presencia es indispensable, General Vicente Guerrero.
— Dé instrucciones para que hagan copia manuscrita del acta, para los insurgentes. Sobre mi presencia, ya veré.
Jueves 1° de marzo de 1821
— Jefes, comandantes y oficiales: Ya escucharon y aprobaron el Plan, el oficio al excelentísimo señor virrey y la lista “de los individuos propuestos para componer la junta de que allí se trata”. “Los deberes que á la vez me imponen la religion que profeso y la sociedad á que pertenezco, estos sagrados deberes sostenidos con la tal cual reputacion militar que me han conciliado mis pequeños servicios, en la adhesion del valeroso ejército que tengo el honor de mandar; y para no hacer mencion de otros apoyos en el robusto que me franquea el general Guerrero, decidido á cooperar á mis patrióticas intenciones, me han determinado irresistiblemente á promover el plan que llevo manifestado. Esto es hecho, señores, y no habrá consideracion que me obligue á retroceder. El Escmo. señor virey está ya enterado de mi empresa; lo están muchas autoridades eclesiásticas y políticas de diferentes provincias, y por momentos espero el resultado.” Sois “Libres para obrar cada uno segun su propia conciencia”.
— ¡Derramaremos hasta la última sangre para sostener el Plan! ¡Viva la religión, la independencia y la unión! ¡Viva Iturbide!
— ¡Silencio! Ha sido un día largo en debates y habéis aceptado el Plan. “Me es en estremo satisfactorio contar con los sufragios y apoyo de unos compañeros de armas que me han dado tantas y tan relevantes pruebas de su ilustracion, de su valor y de sus virtudes.”
— ¡Viva Iturbide!
— Si el “carácter dulce y religioso” del excelentísimo señor virrey responde con “obstinada repulsa”, “hará inevitables nuestras operaciones hostiles, justificando nuestra conducta delante del Dios de los ejércitos; y á faz del mundo civilizado”.
— ¡Enhorabuena! ¡Viva la unión entre americanos y europeos!
— ¡Silencio!
— ¡Acepte usted, don Agustín, la investidura de teniente general!
— “Mi edad madura, mi despreocupacion y la naturaleza misma de la causa que defendemos, están en contradicción con el espiritu de personal engrandecimiento.”
— ¡Acepte encabezar el nuevo Ejército de las Tres garantías! ¡Se lo merece!
— Ustedes insistís; luego, convengo en que se me titule “primer gefe del ejército, sin perjuicio de los oficiales beneméritos, bajo cuyas órdenes serviria con la mas sincera complacencia en la clase de soldado”.
— ¡Viva el primer jefe del Ejército de las Tres Garantías, Agustín de Iturbide!
— El capitán del regimiento de Tres Villas, don José María de la Portilla va a hablar. Escuchadle.
— Estamos de común acuerdo en que mañana, a las nueve horas, se haga “el juramento de fidelidad con arreglo al sistema adoptado”. ¡Hasta mañana, integrantes del nuevo Ejército de las Tres Garantías!
— ¡Viva el nuevo Ejército de las Tres Garantías!
Viernes 2 de marzo de 1821
— Bienvenidos señores jefes, comandantes y oficiales, quienes el día de ayer aprobaron el Plan de Iguala. Como acordado, hoy haremos juramento solemne de fidelidad al Ejército de las Tres Garantías. Nuestro amado capellán, don Fernando Cárdenas, nos lo tomará.
— Gracias, don Agustín. Señores jefes, comandantes y oficiales: Vais a hacer tres juramentos, teniendo como testigo al Dios de los Ejércitos y de la Paz; después tomaré juramento al más antiguo jefe, el coronel del regimiento de Tres Villas, don Rafael Ramiro, y a los jefes y oficiales del “Regimiento de Zelaya del q[u]e es coronel el S[eño]r Iturbide”. Proclamaré “el Evangelio del día” y luego colocaréis vuestras manos sobre el Santo Cristo y los Santos Evangelios. Terminado el juramento de todos, firmareis el acta. Posteriormente, os invitamos a cantar la santa misa y a dar gracias con un Te-Deum. Por la tarde, el juramento lo harán, “por orden de antigüedad, los cuerpos del ejército” que estén presentes, para desfilar después ante su nuevo teniente general…, me disculpo, ante su nuevo primer jefe, don Agustín Iturbide. Comencemos. En esta gloriosa mañana, pasad ante Dios uno a uno y jurad:
¿Jurais á Dios y prometeis bajo la cruz de vuestra espada, observar la Santa Religion Catolica, Apostolica Romana? sí juro.
¿Jurais hacer la independencia de este Imperio? guardando para ello la union y pas de Europeos y Americanos? Sí juro.
¿Jurais la obediencia al Señor D[on] Fernando 7° si adopta y jura la constitucion q[u]e h[a]ya de hacerse por las Cortes de esta América? Sí juro.
Si así lo haceis, el Señor Dios de los Ejercitos y de la paz os lo premie, y si no os lo demande.
— ¡Viva Fernando 7°! ¡Viva la independencia de la América Septentrional! ¡Viva el Señor Dios de los Ejércitos y de la Paz!
Para algunos diálogos de este simulacro, mis fuentes fueron, entre otras, documentos del AGN, de la BNM, de la Cámara de Diputados, el libro escrito “por un verdadero americano” (1822) y Bustamante (1846). Para ciertos lugares, la Enciclopedia de los Municipios y Delegaciones de México, Estado de Guerrero, Cocula, del Inafed (http://www.inafed.gob.mx/work/enciclopedia/EMM12guerrero/municipios/12017a.html) y la placa el ex convento de San Bernardino de Siena en Taxco. La página sobre Taxco del Inafed (http://inafed.gob.mx/enciclopedia/EMM12guerrero/municipios/12055a.html) dice: “convento de San Agustín de Iturbide”.