Oscar González
Meretriz, ángel callejero que gustas de abrazar en las esquinas y escupir a los pordioseros monedas de a diez. Cuando subes la escalera dejas tu virginidad al cuidado de un poste de luz mientras arriba buscas la navaja que no se olvide de ti. Eres bella con tus ojos cristalinos como el alcohol: quien te prueba se envicia contigo como con un vino caro y sin embargo nadie sabe que te gusta cantar en los baños y llorar en la noche mientras ves los aviones pasar.
En los sopores etílicos acaricias dulcemente tu pierna izquierda cual si fuera una hija predilecta, incluso la llamas Castidad y la arropas. La derecha es una entenada que te sigue fielmente donde vayas: es como tu perro, la melliza sin alma de tu consentida.
En tardes despejadas de clientes te acurrucas y haces animalitos con las sombras de tus manos, luego llegan los hombres y te encienden el cuerpo y la luz, entonces no queda nada, entonces sólo sexoledad.
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