Matilde se encerraba toda la noche a rezarle a sus imágenes para ahuyentar los demonios.
Ellos se colgaban de sus ojos hasta que se los llenaban de legañas: Legañas lagartos de llantos, llantos de recuerdos que se escurrían en su vientre y la preñaban. La preñaban de santos que nunca sonreían…
La voz de una campana comía de aquella mano:
Mano que obligaba la suya a acariciar la entrepierna de aquel viejo cura, cuando Marcos era niño.
Mano que un día se hizo madura para golpear y llenar de demonios las horas de Matilde, que lloraba de noche mientras espantaba con rezos sus demonios y alimentaba con esas plegarias los de Marcos.
Matilde, que un día dio a luz un niño concebido entre el hambre y los gritos.
Un niño que vivía encerrado entre imágenes de santos que no reían y que, en su encierro, pensaba ser cura de grande.
De grande es muy fácil convencer a los niños y llenarles el corazón de santos y demonios.
@OSKRgcm
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