El 25 de diciembre de 1992 el presidente Mijaíl Gorbachov presentó su renuncia al cargo con el argumento de que se había quedado sin país por la desarticulación de la Unión Soviética, la creación de la Comunidad de Estados independientes y sobre todo la incorporación de las exrepúblicas soviéticas al Occidente estadounidense.
En su mensaje de renuncia, Gorbachov explicó las razones de la crisis, con argumentos más de Gramsci que de Lenin: “el antiguo sistema se derrumbó antes de que lograra empezar a funcionar el nuevo. La crisis de la sociedad se agudizó aún más”. Un poco más adelante argumentó que “lo más funesto de esta crisis ha sido la desintegración del concepto de Estado”.
Sin credibilidad, sin rumbo, sin proyecto político, Gorbachov quedó en manos del locuaz político populista Boris Yeltsin, quien se encargo de terminar el desmoronamiento del régimen político. El razonamiento de ambos dirigentes destacó el hecho de que se había desarticulado el modelo político, social y económico marxista-leninista de Estado autoritario y centralista, pero los dos llegaron a la conclusión de que no se habían alcanzado los objetivos. En diciembre de 1999 asumió el poder de la Federación de Rusia el estratega Vladimir Putin, forjado –y este es un dato estratégico sobresaliente– en la cultura política, ideológica y de seguridad del KGB y entrenado nada menos que por Yuri Andropov, el todopoderoso jefe del espionaje soviético de 1967 a 1982, los años del poderío estratégico de la Unión Soviética de Leonid Brézhnev y su enfrentamiento contra el modelo expansionista sobre todo de Nixon y Reagan.
Gorbachov quiso hacer transitar a la Unión Soviética comunista de Estado dictatorial a la democracia procedimental occidental, desmantelando toda la estructura de poder del Kremlin. Yeltsin, controlado por Estados Unidos, profundizó el camino con la incorporación de Federación de Rusia a la estructura de dominación occidental: Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, ONU, Organización Mundial de Comercio en proceso de globalización y, como la cereza del pastel, el desmantelamiento del pacto militar de Varsovia que operaba como contrapeso de la OTAN.
Para entender las razones de Putin ahora en Ucrania se tiene que revisar la vida política de Rusia desde diciembre de 1999: el Estado marxista de la clase obrera fue desmantelado y en su lugar Putin creó un Estado autoritario de grupos y personalidades oligárquicas; es decir, la clase obrera del marxismo-leninismo fue suplida por una élite de políticos en funciones de empresarios al servicio del Estado y sin ninguna autonomía estratégica.
Del lado estadounidense, se consolidó el complejo militar-industrial de la segunda posguerra y se enriqueció con la representatividad de intereses de cuando menos una docena de lobbies que representaban los intereses oligárquicos estadounidenses-internacionales de los nuevos grupos de poder: la industria de las armas, las corporaciones financieras, las grandes empresas comerciales, los bloques cibernéticos de poder, las corporaciones petroleras que cerraron filas ante el terrorismo árabe y los medios de comunicación presuntamente liberales, pero en los hechos articulados al capitalismo depredador y concentrador de la riqueza en el 1% de los superricos.
Gorbachov no buscaba una transición sistémica que pudiera mantener el enfoque cuando menos socialista y ya no marxista-leninista, sino que sus objetivos fueron conducir en el corto plazo a la Unión Soviética a un capitalismo parecido al estadounidense. En sus Memorias, Gorbachov cuenta no sin amargura la falta de entendimiento de Margaret Thatcher y el apoyo abierto y decidido de George Bush Sr.
En este contexto, Putin es un sujeto histórico del proceso político de los últimos años de Brézhnev, del agotamiento de los viejos liderazgos gerontocráticos con los cortísimos períodos de Andropov y Chernenko y el escenario de colapso ideológico en el politburó soviético que facilitó la llegada de Gorbachov con su propuesta de reforma económica y desarticulación del poderío nuclear de la Unión Soviética. Los 20 años de gobierno de Putin y la guerra de Ucrania forman parte de la lógica de la reconstrucción de la Unión Soviética como un polo de poder vis a vis el fortalecimiento de Estados Unidos como potencia capitalista única y sobre todo el compromiso del presidente Joseph Biden de consolidar a Estados Unidos como la principal potencia económica, geopolítica y militar en el planeta.
El fracaso de la transición de Gorbachov, la incapacidad de Yeltsin y sobre todo la reconstrucción de Estados Unidos a partir de su fortalecimiento militar con el pretexto del terrorismo árabe explican los tiempos políticos apretados de Putin para fijar lo que ha llamado las nuevas líneas rojas de sobrevivencia de la geopolítica rusa. Y a ello hay que agregar el compromiso del presidente Biden en una reunión de Múnich 2021 de que Estados Unidos estaba dispuesto a todo para recuperar la hegemonía estadounidense sobre el mundo y sobre todo contra el poderío de Rusia y China.
En el corto periodo de Gobierno de Gorbachov –1985-1992–, Putin formó parte de grupos estratégicos del KGB, una oficina dedicada a muchas cosas más que solo espiar a disidentes. No por menos, por ejemplo, el líder soviético sucesor de Brézhnev fue Yuri Andropov, quien condujo la diplomacia secreta estratégica de Moscú en los años de expansión del poderío militar de Estados Unidos de Nixon y Reagan.
Estos datos contribuyen aportar elementos de lectura estratégica que deben ser tomados en cuenta para encontrarle una explicación racional a la decisión de Putin de invadir Ucrania para impedir el fortalecimiento de la OTAN, es decir, una guerra de posiciones para definir las fronteras geopolíticas del mundo.
Por Semana Santa, tomamos un descanso y nos volvemos a leer el lunes 18 de abril.
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