Si existe algún tema que termine encendiendo y violentando toda conversación, sin duda que lo es el del aborto o la interrupción voluntaria del embarazo. El tema transita de lo religioso a lo político y de ahí queda atrapado en las redes de las responsabilidades de Estado por un problema de salud pública, pero también como asunto de seguridad nacional por configurar parte de la política poblacional.
La decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos de terminar el pasado 24 de junio con la legalidad del aborto no solo ha causando estragos en los equilibrios políticos, sino que está enviando señales preocupantes de una orientación del país hacia una derecha de tipo religioso, lo que algunos analistas comienzan a investigar bajo el concepto de nacionalismo cristiano.
El aborto fue una conquista social en 1973 como parte de la reforma progresista de los años sesenta que tuvo como punto culminante el reconocimiento de los derechos sociales de la comunidad afroamericana o, como entonces se referían con y sin agresión verbal, como la sociedad negra. Al llegar al gobierno en 2017, el presidente Donald Trump dio un importante paso atrás en el derecho al aborto, aunque con el reconocimiento de que no estaban dadas las condiciones para una desaparición total. Por ello, Trump solo determinó terminar con el apoyo gubernamental a las clínicas de aborto gratuito, con el argumento de que el derecho al aborto seguía vigente, pero las usuarias tendrían que pagar de su dinero y no del de los contribuyentes americanos.
El tema del aborto está redefiniendo el nuevo espacio ideológico-político y rompiendo el equilibrio partidista. La interrupción del embarazo había sido resuelta con la decisión de la corte en 1973 de autorizar la decisión de la mujer sobre su embarazo. La lucha política alrededor del tema entró en la lógica de ciertas corrientes de terrorismo interno que hostilizaban con violencia a las clínicas de aborto y llegaban inclusive a agredir a médicos y enfermeras, además de mantener vigente el tema de la cláusula de conciencia de los médicos para realizar o rechazar el aborto.
La decisión de la Corte Suprema del pasado 24 de junio no pareció haber estado contextualizada en un gran debate nacional, ni el Partido Republicano lo tenía en su agenda central, y el Partido Demócrata cometió el error estratégico de no saber leer el tiempo judicial en la Corte Suprema con los nombramientos de ministros (Mr. Justice, en inglés) en el tiempo conservador de la Presidencia de Trump.
El tiempo político en que se tomó la decisión de suprimir el derecho al aborto ocurrió en un momento de radicalización ideológica interna por el juicio que se le sigue al intento de subversión del 6 de enero del 2021 con el asalto al capitolio por grupos de la ultraderecha trumpista, en la coyuntura de revalidación de la carrera política de Trump en encuestas que lo colocan como la figura más importante del Partido Republicano para competir por la presidencia en el 2024 y en la reestructuración de la agenda de la derecha y ultraderecha americana.
En un análisis publicado en el periódico mexicano El Independiente, la investigadora Martha Aguilar resume en un párrafo todo el escenario de construcción o reconstrucción del modelo conocido ya como nacionalismo cristiano:
“La mezcla del nacionalismo blanco con la teoría del reemplazo, las ideas conspiracionistas contenidas en grupos como QAnon y la creencia al estilo de acto de fe sobre el robo de las elecciones de 2020, constituye un coctel bastante atractivo para un electorado que responde encantado al llamado de un Donald Trump convencido de recuperar la grandeza de Estados Unidos. De acuerdo con las encuestas realizadas por centros académicos y universidades, una cuarta parte del electorado estadounidense (y quizá un poco más) se siente atraído y convencido por estos movimientos e ideas extremistas, y a unos meses de las elecciones de noviembre, es probable que se sientan mucho más decididos y empoderados para tratar de restaurar esa “nación blanca y cristiana” que se está diluyendo. La meta: rescatar ese Estados Unidos original, en lo racial y en lo religioso, objetivo que encaja con los republicanos de extrema derecha.”
En la otra esquina del ring ideológico se encuentra un Partido Demócrata carente de liderazgo, sin una agenda política que esté incidiendo en la sociedad y con un presidente de la nación que ha sido rebasado por las diferentes crisis que está enfrentando hoy en día el gigante estadounidense, ya sea por una falta de propuesta geoestratégica en Ucrania, el retiro humillante de Afganistán y la consolidación de un ciclo de gobiernos populistas antiestadounidenses en las naciones latinoamericanas y caribeñas, además de un presidente Joseph Biden que el pasado fin de semana tuvo un promedio de aprobación en encuestas de 38%, el más bajo en muchos años.
Y para complicar más el asunto político, los demócratas no parecen estar dándole prioridad al tema de la candidatura presidencial para el 2024, cuando el presidente Biden tenga 82 años y la vicepresidenta Kamala Harris carezca de liderazgo y prestigio para hacerse cargo de la nominación. Las principales figuras demócratas –el expresidente Obama, la sociedad de poder de los Clinton y la fuerza personal de la reina legislativa Nancy Pelosi– no parecen estar preocupadas por el 2024.
Aunque es un problema social, religioso y moral, el aborto está potenciando un activismo político de polarización que hasta hoy pudiera estar beneficiando a los conservadores dinamizados por Trump y estaría colocándose como el principal tema de la agenda presidencial del 2024. Por lo pronto, las primeras encuestas presidenciales están perfilando a Trump como el posible candidato republicano, con posición arriba de los demócratas.
Lo que queda claro de este lado del Atlántico es que Biden ha sido rebasado por las crisis internas.
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