Pedro Sánchez no quemó sus naves en Iberoamérica

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La anécdota histórica ha sido utilizada de muchas maneras y aquí nos tomaremos la licencia para darle un nuevo enfoque: para mostrar su compromiso con la nueva tierra descubierta, Hernán Cortés quemó sus barcos y con ello rompió cualquier posible retirada de los objetivos de consolidación española en América.

El presidente español Pedro Sánchez estuvo en agosto en una parte del territorio, pero americano como parte de un discurso de reinserción de España y Europa en la comunidad iberoamericana que había sido abandonada durante decenios; inclusive, el viaje le valió un muy importante y reflexivo editorial del periódico El País para significar la importancia de esa visita y anunciar que ahora sí –deveritas, se dice en México, jugando con la palabra de verdad– habría un encuentro estratégico y geopolítico entre dos zonas geográficas desconectadas.

Pero, cuando menos en Iberoamérica, no hubo nada. El presidente español Sánchez vino, vio, no entendió y se regresó a su propia realidad, sin siquiera dejar algún mensaje que pudiera construir nuevas formas de comunicación política y geopolítica entre los dos continentes para cuando el propio Sánchez asuma la presidencia de la Unión Europea.

Ha tenido más actividad en la zona iberoamericana el grupo calificado como Internacional Populista que echó a andar el grupo Unidas Podemos de Pablo Iglesias, pero más como parte de las versiones que han comenzado a develarse en América sobre los apoyos económicos de la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro a esa organización española.

España tiene mucho o poco que proponer y hacer en Iberoamérica, pero para avanzar a un reencuentro se requiere de un nuevo discurso cultural que pudiera reactivar la interrelación entre las dos sociedades y ahí España tendría mucho que hacer para insertar a Iberoamérica como continente, como polo geopolítico o como factor de inestabilidad en los reacomodos atlantistas que todavía se siguen moviendo en la incómoda prioridad del eurocentrismo.

Iberoamérica sigue todavía con la herida abierta de la conquista o el encuentro de finales del siglo XV, aunque ha sabido aprovechar la oleada de inversiones españolas sobre todo en las ramas financieras y turísticas, pero sin que los gobiernos de ambos continentes se hayan preocupado por construir un discurso cultural que reconstruye la historia.

En los hechos reales, los países iberoamericanos estarían más necesitados de Europa y España, aunque sin tener claro qué tipo de colaboración pudiera construirse. Las inversiones españolas en el continente americano son crecientes, pero se agotan en las tasas de utilidad. Los últimos gobiernos de países iberoamericanos y de España abandonaron los lazos culturales y se centraron solo en las estadísticas de la inversión extranjera directa. Alguna vez se llegó proponer la creación de un ministerio de asuntos americanos en el Gobierno español y de asuntos europeos en los gobiernos iberoamericanos, pero fue más bien como propuesta cultural que como argumento viable.

El viaje de Sánchez a Iberoamérica lo mostró investido como próximo presidente de la Unión Europea, pero sin ninguna agenda concreta. La situación caótica de los gobiernos en Iberoamérica podría haberlo asustado porque las agendas locales en nada pasan por Europa y se nutren más de contradicciones ideológicas internas que hoy visten el ropaje del populismo como una versión light del viejo antiimperialismo revolucionario socialista cubano.

España no parece haber entendido que una agenda presente en Iberoamérica debiera obligarla a una reflexión histórico-cultural: la creciente ola de un impulso de reconocimiento al pluriculturalismo que no es otra cosa que el intento de reactivación de la cultura indígena que resistió la expansión española y que ha sobrevivido con dificultades en los últimos tiempos. La Bolivia de Evo Morales y ahora la propuesta chilena del Gobierno de Boric están reformando las constituciones locales para regresar al reconocimiento de la cultura originaria indígena como parte de la nueva configuración de nacionalidades, sin olvidar el intento que cimbró a México con la propuesta del EZLN zapatista en 1994 que quiso reconstruir el concepto de naciones indígenas como parte de la nación criolla.

En este clima de reactivación histórica también ha intentado sobrevivir el modelo bolivariano de naciones autónomas que propuso Hugo Chávez y que su sucesor Maduro ha sido incapaz de darle discurso político, sin que en los hechos puede decirse que exista una especie de propuesta bolivarista continental que quiera reproducir de manera mecánica la experiencia local de la Unión Europea, pero que cuando menos le proporciona activos políticos a gobiernos surgidos de sectores progresistas lejanos ya a la izquierda socialista y muy cercanos al populismo nacionalista.

El viaje de Sánchez fue, para las sociedades iberoamericanas, irrelevante, sin sustancia, burocrático y fácilmente olvidable. pero con todo y los enfriamientos tecnocráticos, la cultura sigue siendo uno de los factores de entendimiento entre Iberoamérica y España, pero más por impulso propio y sobre todo por el renglón cultural de la literatura y la edición de libros.

Al paso de los días, la visita del presidente Sánchez a tres países que no representan la actualidad iberoamericana –Colombia, Ecuador y Honduras–careció de una estrategia geopolítica y no abrió ningún diálogo transcendental entre los dos continentes, ni tampoco pareció haber producido algún mensaje de Estado hacia la Unión Europea.

Así que se puede contradecir aquí el editorial de El País: no, el presidente Sánchez ni trajo ni dejó una agenda política Iberoamérica-Unión Europea. O como se dice en México fue un viaje que “pasó de noche”.

 

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