A partir del reacomodo político en Estados Unidos con la mayoría republicana en la Cámara de Representantes se inició la competencia por la presidencia en noviembre de 2024, con una larguísima campaña de dos años. Mientras los demócratas no quieren adelantar vísperas para no debilitar la posición del presidente Joseph Biden como aspirante a la reelección, el expresidente Donald Trump ya inició su campaña formal.
La fortaleza política de Trump se basa la indecisión de los demócratas para ajustarle cuentas judiciales por asuntos delicados que van desde la evasión fiscal hasta el liderazgo político del uso ultras de derecha en el asalto al capitolio el 6 de enero de 2021 para presuntamente impedir el reconocimiento de la victoria de Biden.
Al arrancar el 2023, las principales encuestas le han dado ventaja en tendencia electoral a Trump sobre Biden y más holgada sobre la vicepresidenta Kamala Harris. Una campaña mediática quiso construir una candidatura alterna republicana en la figura del gobernador de Florida, Ron DeSantis, pero sin resultados concretos.
La próxima elección presidencial en Estados Unidos está respondiendo a una lógica más de diferendo personal entre Biden y Trump, pero sin involucrar redefiniciones estratégicas nacionales e internacionales. Hasta ahora el expresidente Trump no ha reconocido su derrota ni al legitimado el resultado electoral de noviembre de 2020, argumentando una campaña de fraude electoral que no fue probada en tribunales, pero que le permitió que sus seguidores, casi el 50% del electorado, no se desanimara.
La crisis en los liderazgos internos en EU ha contribuido a profundizar la legitimidad de la Casa Blanca en la gestión de conflictos nacionales e internacionales. Inclusive, una reciente encuesta publicada en el New York Post reveló que el problema de Estados Unidos no es la inflación ni Ucrania, sino el desgaste de los líderes políticos. La aprobación del presidente Biden anda en 40%, contra un 55% de desaprobación.
El escenario político estadounidense después del desmoronamiento del campo soviético en 1989-1991 ha registrado presidencias deterioradas: los conflictos sexuales del presidente Clinton, los ataques terroristas dentro de EU durante el gobierno de Bush Jr., la decepción con Obama como el primer presidente afroamericano que no pudo cambiar el ambiente de racismo que el fin de semana cobró una víctima más de la brutalidad policiaca por el asesinato a golpes de un ciudadano afroamericano a manos de policías… afroamericanos, el ascenso de un Trump que deterioró el liderazgo nacional e internacional del país y la llegada de un Biden que arrastra el descrédito por su estilo anticlimático.
No existe la seguridad de que Trump y Biden se enfrenten nuevamente en las urnas en noviembre de 2024, pero el problema en realidad no estaría en ese ejercicio democrático, sino en el hecho de que los dos políticos no representan las expectativas del papel que se espera de Estados Unidos como factor de liderazgo internacional.
El principal problema que tiene hoy en día Estados Unidos es la migración descontrolada y el desbordamiento de los mecanismos de control fronterizo, sobretensados por la falta de iniciativas estadounidenses sobre los países que atraviesan por crisis y que están provocando una de las migraciones más graves que ha padecido La Casa Blanca: millones de migrantes han reventado los controles fronterizos, sin que ninguna autoridad estatal o federal americana haya puesto en marcha alguna estrategia para administrar el flujo irregular de solicitantes de ingreso legal y la mayor parte sin cumplir con las exigencias de las oficinas migratorias.
El segundo problema prioritario de EU se localiza en el aumento de la actividad de narcotraficantes para introducir droga ilegal al país y alimentar la demanda de adictos, con la circunstancia agravante del incremento en el flujo de fentanilo, una droga química que se produce en México con productos que vienen de China y que ha cobrado alrededor de 200,000 muertes en los últimos dos años. La estrategia antidrogas de la Casa Blanca se reduce a la presión sobre los países productores de droga, pero sin tomar ninguna decisión para combatir o perseguir a los traficantes estadounidenses que son los responsables de la venta de drogas en las calles.
Frente a estos dos gravísimos problemas, los dos precandidatos conocidos ya han tenido el poder de la Casa Blanca, pero sin ofrecer resultados concretos, porque los problemas de drogas y migraciones ilegales responden a circunstancias geopolíticas y de seguridad nacional que la Casa Blanca no ha sabido atender y los dos problemas parten de la pérdida del control de la frontera México-EU y el dominio de esa zona caliente por los cárteles del crimen organizado.
El enfoque que no se ha querido reconocer tiene que ver con el hecho de que la economía y la sociedad estadounidenses necesitan de migrantes y de drogas, además de que la capacidad de control geopolítico de la Casa Blanca ha perdido dominación e influencia en todos los países al sur del río Bravo. Es decir, que un análisis racional sobre el desgaste en la autoridad política de la Casa Blanca está alimentando el pesimismo de que migración y narco seguirán acumulando presiones políticas sobre una estructura estadounidense de poder que carece de iniciativas para resolver las crisis.
En este escenario se coloca una oleada de pesimismo social que podría llevar a soluciones inesperadas en las elecciones presidenciales del 2024, como una nueva victoria de Trump y su discurso de agudizamiento conservador o la reelección de Biden con 82 años que ya minan su salud.
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