El recordatorio de los 25 años de fallecimiento del poeta Octavio Paz se cruzó con el reencuentro, en edición agregada, de uno de los libros claves de pensamiento político del Nobel: Pequeña crónica de grandes días, publicados como textos periodísticos en diciembre de 1989 y enero de 1990 como un repaso inmediato a una de los temas esenciales de su pensamiento: la dictadura ideológica de la Unión Soviética.
Pero lo que quiero resaltar aquí es un derivado muy interesante que vale la pena recuperar por el valor de los círculos de la Historia, porque el ensayo central vienen incluidos como agregados al libro del Fondo de Cultura Económica, entre otros, su discurso pronunciado en Frankfurt en 1984 titulado “El diálogo y el ruido”, al entregarle el Premio Internacional de la Paz por editores y libreros alemanes, porque en México esas palabras provocaron una escandalera (escándalo en grado superior) entre la comunidad política-intelectual de una izquierda entonces en franca decadencia ideológica.
En su discurso, Paz hizo una disgregación del tema filosófico de la paz y se refirió de manera concreta a la crisis centroamericana, sobre todo en El Salvador y Nicaragua, que por aquel entonces estaba en el escenario central de inestabilidad mundial por la iniciativa de México y el Grupo Contadora para apaciguar las guerras en esa zona estratégica para Estados Unidos por la existencia del Canal de Panamá.
Paz se refirió a Nicaragua como una dictadura, cuyo gobierno encabezado por un triunvirato y el liderazgo del comandante Daniel Ortega, habían comenzado una radicalización hacia la izquierda tipo Cuba. Paz lo dijo con claridad; “los actos del régimen sandinista muestran su voluntad de instalar en Nicaragua una dictadura burocrático-militar según el modelo de La Habana. Así se ha desnaturalizado el sentido original del movimiento revolucionario”.
Este párrafo indignó muy rápidamente a la izquierda universitaria y partidista mexicana, porque el discurso del poeta había sido transmitido en vivo por la empresa Televisa y reproducido muchas veces en todos sus espacios informativos, colocando los señalamientos de Paz como contrarios a los intereses de los sandinistas. Horas después de difundido el discurso, hordas enfurecidas de militantes realizaron un plantón agresivo a las puertas de la embajada de Estados Unidos en México en el Paseo de la Reforma –muy cerca, por cierto, del departamento donde vivía el poeta– y el evento terminó con la quema de una efigie de Octavio Paz al grito de “Ronald Reagan, rapaz/ tu amigo es Octavio Paz”.
Como era obvio, la revolución sandinista de Nicaragua representaba simbolismos de presuntas raíces nacionales que en su momento el presidente López Portillo había trazado similitudes con la Revolución Mexicana, pero que el presidente en funciones Miguel de la Madrid veía más bien como un factor de estabilidad regional sin derivaciones ideológicas.
El incidente no pasó a mayores, pero fue usado para colocar a Octavio Paz en el cajón del pensamiento ultraderechista, reaganiano e intervencionista, pero sin revisar el contexto muy amplio en el que Paz había enfocado las revoluciones nacionalistas-socialistas en América Latina y el Caribe. El pensamiento político de Paz partía de su apoyo al socialismo como una filosofía, al grado de que una de sus últimas declaraciones antes de morir fue muy clara: “el socialismo es la única solución racional a la crisis de Occidente”, pero fue muy severo en denunciar las desviaciones autoritarias de los países del llamado socialismo realmente existente.
La crisis venía desde mucho antes. En 1972, intelectuales vinculados a la izquierda del PRI habían confrontado al grupo intelectual de Octavio Paz para encasillarlo en el pensamiento liberal-conservador. A finales de 1977, en una entrevista con el director de la revista Proceso, Paz fue muy duro contra el desviacionismo de los países socialistas y entró en polémica con el escritor Carlos Monsiváis, quien salió en defensa de Cuba y países con movimientos sociales antiestadounidenses.
Entre los pocos intelectuales que salieron a defender la Paz de las turbamultas ideológicas en grado de linchamiento, el ensayista y poeta Gabriel Zaid publicó en la revista Vuelta en 1989 un desglose de quienes protestaban contra Paz, pero terminó con una frase que hoy cobra actualidad: “si así se trata en México a un mexicano que, de paso y de lejos, crítica al régimen sandinista, hay que imaginarse cómo se tratará en Nicaragua al que se atreva a abrir la boca”.
Pues bien, ya lo sabemos. En febrero pasado, el gobierno de Daniel Ortega arrestó, exilio y le quitó la nacionalidad a más de 300 disidentes políticos nicaragüenses, entre ellos al escritor Sergio Ramírez, quien había sido pieza clave de la revolución nicaragüense y había formado parte, con Ortega, del triunvirato de gobierno 1979-1984. Zaid demostró que a veces los poetas son Casandras.
Lo malo de estas historias es que a veces se pierden como anécdotas. La coherencia ideológica de Octavio Paz comenzó en 1951 cuando publicó un texto en contra de los campos de concentración soviéticos revelados por David Roussett, fue muy frío en el análisis con Cuba y siempre criticó con severidad las desviaciones autoritarias de los Castro, aunque el poeta murió pensando en la solución filosófica del socialismo.
Pero la historia es la maestra de la vida. En noviembre de 1989 comenzó a desmoronarse el imperio soviético y de allí los textos de Pequeña crónica de grandes días que hoy merece relectura. La historia cambia, pero los hombres no ocultan sus cambios. En un texto publicado en 1999 en la revista Letras Libres, heredera de las dos publicaciones de Paz, Plural y Vuelta, Monsiváis escribió a regañadientes, luego de sus duras polémicas con el poeta defendiendo a Cuba Nicaragua y la URSS: “la caída del muro de Berlín le da la razón a Paz”, la única aceptabilidad de la derrota político-ideológica que tuvo la izquierda progresista-socialista con Paz.
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