A lo largo de su campaña del 2016, el lema de campaña de Donald Trump fue muy claro: “hagamos grande otra vez a América”. La diferencia con respecto a las viejas consignas de campaña radicaba en que se trataba de la grandeza económica, no militar. Bien analizado, no era sino la repetición del discurso del candidato Barack Obama en 2008 en Berlín prometiendo un imperio de paz.
Atrás se quedaban los spots de campaña más polémicos por amenazantes: el de Lyndon B. Johnson en 1968 con una niña deshojando una margarita con un conteo del 10 al cero y explotando un hongo nuclear al terminar o la de Reagan colocando a un niño como víctima del oso soviético.
Trump cumplió su compromiso: alejó a los EE. UU. de las zonas de guerra, prefirió acercamientos estratégicos no militares con China, Rusia y Corea del Norte y siguió negociando con Irán. En cambio, el candidato demócrata Joseph Biden en 2020 lanzó la consigna de que los EE. UU. debían recuperar la hegemonía dominante del mundo y reconstruir sus bases de potencia militar-económica-ideológica.
Hasta aquí las cosas marcharon de acuerdo con las contradicciones propias de la sociedad estadunidense. Lo grave estuvo en el hecho de que importantes y masivos sectores progresistas del mundo se quedaron con la lectura anímica de Trump, ampliaron la campaña en su contra y apoyaron las propuestas de Biden, Quizá ningún periódico con influencia internacional en el mundo de habla hispana como El País para resumir, en titulares editoriales, ese sentimiento: “La reconstrucción de occidente. La presidencia de Biden es la oportunidad para que las democracias hallen un nuevo camino de eficacia política y capitalismo inclusivo”.
En este editorial de El País –20 de enero de 2021– se condensa y concentra la crisis ideológica del mundo no estadunidense y se resume el colapso de las opciones ideológicas. En septiembre casi quinientos exfuncionarios de inteligencia, seguridad nacional y defensa publicaron una carta de apoyo al candidato Biden y de repudio al candidato Trump a partir del argumento de que en el exterior “ya no nos temen” y que había que rehacer el poder dominante de la Casa Blanca.
Una revisión exhaustiva de la estrategia general de seguridad Nacional de los EE. UU., del acta de seguridad nacional de 1947 a la estrategia de Trump en 2017, revela el principio rector del papel estadunidense en el mundo: la rectoría general ideológica, económica y militar del planeta. Así lo prueban los diecinueve documentos de estrategias de los presidentes de Nixon a Trump: una de Nixon, dos de Reagan, tres de Bush Sr., siete de Clinton, dos de Bush Jr., dos de Obama y una de Trump. Y no tarda la de Biden.
Los enfoques de la seguridad nacional de los EE. UU. son totalitarios, excluyentes, impositivos, dominantes y condicionantes. Se basan en la disputa ideológica y militar con la Unión Soviética de 1947 a 1991 y luego con China y Rusia, con los posicionamientos retadores menores de Corea del Sur y el lenguaje de guerra religiosa de Irán. La seguridad nacional del mundo, se dice en síntesis interpretada en esos documentos, es el control del mundo por los valores estadunidenses.
Biden no podía ser diferente, y en los hechos Trump no varió el enfoque, aunque acaso le dio más importancia a la economía y al comercio y menos a los misiles, pero todos han usado a las tropas estadunidenses como factores de dominación militar y policiaca en el mundo, Lo paradójico fue que Trump replegó bastante las tropas y todos los países de la OTAN, por ejemplo, suplicaron que no lo hiciera y que por favor siguiera controlando el equilibrio mundial con los marines. Eso sí, nadie sacó a colación que ese mundo debía ser a imagen y semejanza del american way of life o modo de vida estadunidense.
El editorial de El País resumió la derrota ideológica de la izquierda y de los sectores progresistas del mundo. Después del fracaso soviético, el planeta quedó en manos de los EE. UU. y su modelo económico explotador, religioso y militarista.
Y casi como para refrendar su modelo de dominación militar, el presidente Biden designó –y logró la aprobación senatorial– a un general recién retirado, Lloyd Austin, como secretario de Defensa, el segundo general en ese cargo desde 1951, rompiendo el principio regulatorio de un secretario de Defensa civil y los militares como estructura de toma de decisiones a través de la junta de estados mayores conjuntos. Lo paradójico fue que el general Austin prometió a los senadores que ejercería el cargo como “secretario civil” a pesar de su uniforme.
En este sentido, la élite y el establishment demócrata-republicano que controla la Casa Blanca aprovechó la crisis mediática de Trump para fijar de nuevo el principio imperial de Washington y para catapultar a Biden como el eje de la reconstrucción del poder del imperio estadunidense en el mundo.
@carlosramirezh
Canal YouTube: https://t.co/2cCgm1Sjgh