La mañana clara y despejada de Félix Cuadrado Lomas nos cura el alma

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Diego Medrano

El embrujo primero fue la película sobre el pintor de Arturo Dueñas: Tierras construidas. El hechizo segundo, todavía más caluroso, es el libro de Pablo Torío Sánchez: Vida y pintura: una conversación con Félix Cuadrado Lomas (Ediciones Fuente de la Fama). Estamos, por un lado, frente a un pintor del 98, toda su vida dedicada a pintar el yermo paisaje castellano; los últimos años, cumbre de toda su evolución, casi de manera pop, geométrica, por capas, en absoluta maestría y silencio de piedras. Al mismo tiempo, muchos han dado cuenta de su leyenda rotunda, bohemia radical, el pintor de los gorros de lana extraños, las camisas de colores, los ponchos o capas como talismanes: “Me quité muy pronto de la tiranía de la moda”. Lo que recuerda a aquel Sánchez Ferlosio de: “Yo no me visto, me pongo ropa”.

Félix Cuadrado Lomas (Valladolid, 1930) rechazó un año el Premio de las Artes de Castilla y León por carecer de dotación económica. Su arte repleto de vida no conoce otra expresión que la vida misma, por lo que huye de humaredas fúnebres, honores de hojalata, altavoces almibarados y, eso mismo, cuanto no lleve vida dentro. Con un papelito o una figurita, sí, no puedes comprar una barra de pan. Cuadrado Lomas es un pintor al modo de la Escuela de París (lienzo y épica): “Como dice Leonardo en sus escritos, las cosas que se pintan es porque se conocen y porque se aman. Hay que conocerlas y amarlas porque, si no, difícilmente puedes pintarlas. Yo llegué a la misma conclusión, que la mejor forma de conocer el paisaje era caminarlo para así conocerlo in situ”. Es un héroe del 98, sí, por su reinterpretación del paisaje castellano, pero todavía más por su lección de magia permanente, hambre de colores para siempre y sin tregua. “Ser bueno es ser valiente”, dijo Machado. “Sabia es la persona que sabe estar al mismo tiempo alerta y en reposo”, da cuenta el Tao. Resistencia y milagro absoluto.

Vida y pintura: una conversación con Félix Cuadrado Lomas resulta inagotable, imprescindible, otra geometría para no salir en estos tiempos de crisis del mayor entusiasmo: “En realidad, no he pintado para vivir en el sentido estricto. He vivido de lo que he pintado, que es diferente. Yo no he pintado para vender, lo que pasa que me han comprado lo que pinto. Un error que yo he aclarado a muchas personas cuando han venido comprar a mi estudio. (…) Mi pintura no es comercial, lo que pasa es que se vende, que la compren es diferente. No jodamos. Yo no he hecho pintura comercial. A lo mejor algunos la entienden y la compran como comercial, pero no porque yo la haya hecho como tal, que eso hay que matizarlo. No es lo mismo que yo trate de vender pintura a que me la vengan a comprar a mí”. Puro sabio en zapatillas, ajeno a la trompetería del artefacto, a la jactancia del medro por el medro, sin nada sucio detrás.

Cada vez creo más en los artistas de la Resistencia, con mayúsculas, muertos de hambre o arrebatados de sí mismos; lo contrario son fachadas, eslóganes, intereses ajenos, rascas y no hay nada debajo: ganadores del Loewe de Poesía que no saben quién fue Kavafis, ganadores del BMW de Pintura que desconocen a Utrillo o Soutine, rockeros despeinados de pelo a lo erizo y mucho Zara que no saben tocar ningún instrumento. Explica Cuadrado Lomas en la testamentaría pirotécnica de su gran libro oral: “Van Gogh pintaba lo que veía y se le agolpaban las ideas. Otros se tiran años pintando un cuadro como Leonardo con La Gioconda, hasta viajaba con ella y la iba retocando. Existen dos tipos de pintores: aquellos con paciencia, como Leonardo, y los impacientes, como Van Gogh. Leonardo, realmente, no era tan paciente, tenía muchas inquietudes y no les podía dar salida a todas las ideas… muchas obras no las terminó”. Los pintores duros de una vida entregada a la vocación buscan la mañana eterna y despejada de sí mismos: no hay confusión sino dureza, y temple al pase y al quite, y mucho esfuerzo y valor en el camino empedrado, ajeno a aplausos, babas, caricias y mermas.

Vida y pintura: una conversación con Félix Cuadrado Lomas no se acaba nunca. El pintor de las eras castellanas verdes, del paisaje por capas y del vino negro. De la pobreza de su infancia aprendió la brújula de la verdad (“No engañar a nadie”, “Amor por las cosas bien hechas”) y la dureza de la tarea agrícola, vista o no desde diminutas buhardillas urbanas, sentida como estiércol y olor a madre (aquello de Juan Ramón: “Olor a establo, olor a madre”) le trajo la fortaleza de un oficio y toda una cultura del Conocimiento (“Compartir ideas, ilusiones, trucos”). La Escuela de Artes y Oficios le enseñó la dirección precisa del fuego: “Aprendí a controlar la mano, a llevarla por donde las ideas me ordenaban que fuera”. Tiempo de colaborar con dinero en casa, trabajos menestrales “a tres o cuatro pelas diarias”, años de arrebatos evangélicos y unas coordenadas para con el pincel que serían eternas: “Orden, organización, responsabilidad”. Añade Pablo Torío: “El orden con el que prepara los bastidores es hoy una excentricidad en un mundo tan veloz y cambiante como el del siglo XXI”.

“¡Hay café, hay café, hay café!”, le dijeron muchos años varios intransigentes mientras se palmeaban violentamente la cara (queriendo decir: “¡Hay que afeitarse!”). Nunca le importaron mofas ni provocaciones. Su paso es el de los grandes, en tierras de trigo y hoz, donde una pastilla de chocolate para el desayuno era la mayor energía. Todavía al cerrar los ojos siente los coches de línea con escasez de gasógeno y comodidades. Salió indemne de mozas gatuñas (“de las que se enganchan al pelo y a la ropa”) y su acción plástica es destilado de amplia contemplación y meditación. Por eso es un pintor decente. “¿Y qué es la decencia”, preguntó un niño travieso a un vagabundo. “La manifestación estética de la ética”, respondió el hombre del cuento. Un genio. El artista que tiene dentro la trinchera del menestral, del artesano, de una técnica y una visión, por lo que no cae.

Pintor de bocadillos, de visitar desahuciados para llevarles vino y tabaco en plantas frías de facultades de Medicina. Pintor sobre el que escribieron Santiago Amón y Emilio Alarcos desde la cumbre soleada de sus autoridades. Pintor que muy pronto bucea en la Vida de Benvenuto Cellini, en la España Negra de Gutiérrez Solana, en el Tratado de pintura de Leonardo, en el Diario de un salvaje de Gauguin. Forjado en Cézanne, Signac, Seurat, Renoir… y todo el tema urbano y tabernario a lo Utrillo, Ramón Casas, Rusiñol, Vázquez Díaz. La música fue mucho tiempo el Museo del Prado o Círculo de Bellas Artes. El hechicero del grupo de Simancas; ruido ruidoso que hicieron suyo Gamoneda u Olvido García Valdés. El pintor de los pocillos de vino para alegrar el espíritu e iluminar a los otros. Grande, muy grande, Félix Cuadrado Lomas. Vela y llama baja siempre encendida.

Escritor español.

Publicado originalmente en elimparcial.es