El Tercer Estado: La política como espectáculo o convertir a Montesquieu en merolico

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La anécdota es histórica y como la historia ha ido deslavándose. En su llamada al primer tomo de Historia moderna de México, Daniel Cosío Villegas recogió una apreciación de Antonio Caso sobre la generación de políticos, legisladores y constituyentes de 1856-1857: “aquellos hombres que parecían gigantes”.

Hoy el Palacio Legislativo se parece más a los teatros populares de la Gran Carpa donde Palillo, cómico, merolico y disidente permanente, se burlaba de los legisladores del régimen priísta en su época de oro: los tiempos de Miguel Alemán. Los políticos, los legisladores, los hacedores de leyes han sido sustituidos, con eficacia mediática, por artistas del espectáculo cotidiano, sobre todo televisivo.

Luchadores, futbolistas, cómicos, actores, misses y todo tipo de especialidades del espectáculo están formando, desde el fin del dominio ideológico político en el 2000, la base legislativa. Analfabetos políticos, ignorantes del barón de Montesquieu y la primera propuesta formal de equilibrio de poderes, bueno, ajenos a los reclamos del padre Mier en la legislatura constituyente de 1823-1824 que fundó la república de tres poderes, los legisladores son ahora los merolicos de la política cotidiana, de los pleitos en tribuna, y como prototipo del legislador pospriísta nada menos que Gerardo Fernández Noroña y su conceptualización del adversario: esos pedorros.

Así es, el Palacio Legislativo de los Pedorros, la catedral de las leyes, el centro de los hacedores de política, ahora potenciados por figuras públicas el espectáculo popular, pero confirmados como ignorantes del quehacer de la política como configuración del poder. Lejos de los legisladores del espectáculo la historia del legislativo: la Carta Magna inglesa de 1215 que acotó al rey con la maldición de que “no hay contribución sin representación” o la división de poderes del barón de Montesquieu de 1748 o el Tercer Estado de Sieyès de 1789 reconociendo al pueblo que es todo, no ha sido nada, quiere ser algo y exige ocupar el lugar que le corresponde.

El poder legislativo como esencia de la soberanía popular –plural, diversa, contradictoria, equilibrada, apasionada– no existe en el sistema político priísta aún vigente luego de tres alternancias… hacia los mismos lugares. Y no es que se desdeñe a las figuras de espectáculo como parte del pueblo, sino que se critica la ambición amañada de los líderes partidistas que han fracasado en la construcción de liderazgos políticos reales y de ideas alternativas para conformarse con ganar curules con héroes de la cotidianeidad popular.

Pero la desfiguración del papel del legislador con figuras del espectáculo que carecen de formación política, ideológica, de Estado no es más que la expresión de contradicciones mayores y más profundas: el dominio personal del presidente y control político de su partido sobre el papel del legislativo como equilibrio de poderes, para terminar, antes y ahora, como un ejemplo de la servidumbre política a quien tiene y centraliza todo el poder.

No se trata de un hecho nuevo. Es histórico. Viene, como lo reveló a finales de los sesenta Octavio Paz, en la continuidad del poder unipersonal: el Tlatoani indígena, el Virrey español y el Señor Presidente priísta y pospriísta. Deriva de una ciudadanía inexistente, invisible, conformista. Pero se alimenta del modelo histórico del héroe unipersonal de Carlyle que sustituye el juego democrático. Lo vemos en democracias inexistentes en nuestro entorno, lo criticamos en democracias perfeccionadas que producen sus Kennedy, sus Obama y hasta sus Trump, como, diría Normal Mailer, “héroes existenciales” donde la existencia predomina sobre la esencia, tienen que existir, tienen que ser, estar, el propio Mailer reconociéndolo en el perfil negativo de Kennedy, pero cayendo subyugado por su sonrisa… y la de Jacqueline.

Los constituyentes de 1824 carecían de líder dominante, los de 1857 se forjaron en la lucha por el poder sin que aun apareciera Juárez, los porfiristas formalizaron la sumisión, los de 1917 ningunearon a Carranza, pero desde 1928 sometidos a la voluntad del Señor Presidente en modo Miguel Angel Asturias, aunque en modelo patético de El Otoño del Patriarca. Y en lugar de espacio de independencia y autonomía de poder con respecto al poder presidencial, algunos apenas se conformaron con la interpelación al poderoso desde 1988, no como poder equilibrador y vigilante, sino como el poder del merolico tipo Palillo que se conformó sólo con mentarle la madre del poderoso, comenzando con el Señor Presidente.

Gane quien gane las legislativas de este año, no habrá sorpresas en la próxima legislatura baja: los mismos políticos sometidos del pasado, las figuras del espectáculo que se perderán en los pasillos de las complicidades y un poder legislativo nuevamente sometido al poder presidencial porque así lo mandata la forma en que la Constitución formaliza los nombramientos de los miembros de los poderes legislativo y judicial y de los pocos y en proceso de extinción organismos autónomos del Estado.

No estamos en el país de un solo hombre, sino en el sistema de un solo poder.

indicadorpolitico.mx

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