De 1920 a 2018, el país enfrentó veintiún procesos de sucesión presidencial desde el poder. De ellas, siete terminaron en fracaso porque el presidente saliente no pudo poner sucesor y en todas nunca existió el continuismo.
De hecho, en las últimas sucesiones –1994, 2000, 2006, 2012 y 2018– ya no funcionó el dedazo presidencial y los salientes carecieron de capacidad para hacer ganar al candidato de su partido.
A partir de las experiencias pasadas del México posrevolucionario, algunas lecciones pueden asumirse para entender posibilidades y limitaciones de la sucesión presidencial de 2024 que arrancó con tres años de anticipación:
1.- La sucesión es un mecanismo y aparato de poder que sólo puede darse en el seno del priísmo como práctica política. El PAN no pudo con el juego sucesorio en 2006 y 2012 porque no era un sistema de pesos y contrapesos.
2.- La sucesión es un proceso que se da dentro del despacho presidencial. Fuera del partido en el poder se asume como selección de candidatos opositores.
3.- La sucesión de 1988 provocó la gran crisis del PRI, dividió al partido y le quitó al presidente en turno la facultad casi divina para escoger a su sucesor.
4.- En la historia de las sucesiones dentro del PRI (1929-2018), el poder presidencial se resumía en la facultad presidencial personal de escoger a su sucesor por voluntad propia.
5.- Todo presidente juega con nombres para distraer. De hecho, se decide en una lista de dos aspirantes, con un tercero como comodín. Los demás son distractores o patiños.
6.- Toda lucha por la candidatura dentro del gobierno en turno implica un realineamiento de élites y la construcción de un nuevo grupo como hegemonía de poder.
7.- Por más que haga lucir su fuerza, el presidente saliente sabe que su poder terminará al entregar la banda presidencial. Obregón sucumbió ante un nuevo porfiriato y Calles, Echeverría, López Portillo y Salinas fueron echados del país.
8.- El sistema/régimen/Estado no permite dos cabezas presidenciales. Por eso el canibalismo político es regla de oro.
9.- Obregón, Calles, Echeverría, Salinas y Peña Nieto quisieron construir un bloque transexenal de mínimo tres sexenios, pero no pudieron ir más allá de los primeros años de sus sucesores.
10.- En política sucesoria, las lealtades son consigo mismo, no con los sucesores. Ya en el poder, los nuevos presidentes convierten las lealtades en rupturas de poder.
11.- A pesar de haber sido subordinado del presidente, el sucesor se convierte en jefe de su jefe al asumir el poder y el expresidente tiene que someterse a la autoridad del poder.
12.- Los presidentes salientes deciden su sucesor por tres continuidades: personal, de grupo y de proyecto. Pero el escogido comenzará con borrón y cuenta nueva.
13.- Las competencias entre precandidatos promovidas por los presidentes salientes para perfilar a su sucesor acaban con fracturas que minan liderazgos. Por eso la regla de oro del viejo PRI fue el tapadismo, a fin de que no existieran resentimientos por engaños sucesorios. Nada hay peor que un político engañado en la antesala presidencial.
14.- Las competencias abiertas entre precandidatos terminan en luchas palaciegas de grupos que afectarán la cohesión interna del presidente saliente. Detrás de las competencias se dan guerras sucias agresivas.
15.- Al final, el candidato señalado ganará por resistencia y esfuerzo propio y poco tendrá que agradecerle a su antecesor. En ese juego tipo juegos del hambre se pierden los lazos de lealtad.
16.- La sucesión es un acto supremo en modo Zeus del poder y la voluntad personal del presidente saliente.
17.- Todo candidato seleccionado pasará, antes de las elecciones, por un deslindamiento abierto (Echeverría ante Díaz Ordaz) o secreto (Zedillo con Salinas de Gortari) en rango de ruptura para asumir la autonomía relativa que le dé fuerza al candidato y no se vea como una figura decorativa de un poder transexenal.
18.- Calles fue un mito como jefe máximo de la Revolución. Acabó en el exilio y amargado.
19.- El poder transforma a las personas. Paráfrasis: Y el poder absoluto las cambia absolutamente.
20.- El poder presidencial es indivisible. Y punto.
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